miércoles, 29 de abril de 2009

Bienvenidos sean los neologismos

Se habla mucho de los que con celo se preocupan por la lengua, y con frecuencia se critica a los académicos y a los que se empeñan en la lucha por la pureza del idioma. Recuerdo un artículo del antiguo director de la Academia, Fernando Lázaro Carreter (q.e.p.d.) en el que trataba este tema, y resalto algunos aspectos del mismo que vienen al caso.

En estos tiempos que nos ha tocado vivir, donde impera el “todo vale” y el “ahí vamos”, es lógico que esa laxitud alcance también al idioma. Y no faltan quienes defendiendo el postulado de que la lengua es un elemento vivo que debe evolucionar, ¡quién lo duda!, olvidan que toda lengua se construye entre dos fuerzas: la de los que al poseer contenidos mentales ricos luchan por plasmar en ella esa riqueza y la de los que sólo la usan como recurso elemental para entenderse, privándola de matices y belleza.

Es obvio que los idiomas cambian, pero siempre impulsados por esas dos fuerzas que se contrarrestan y se equilibran. Porque cuando la fuerza trivializadora es la que se impone, ocurre lo que sucedió con la ruina del latín, la gran noche de Occidente. Se rompió una gran lengua y surgieron unos idiomas rudos y primitivos. Y no se puede olvidar que para convertir esos idiomas en grandes lenguas, sus mejores hablantes tuvieron que volver a la tutela clásica dotándolas de normas cultas, a imitación de la latina.

¿O es que se piensa que la poesía y la prosa de Fray Luis de León, de Cervantes o de Sor Juana, o las de nuestros insignes contemporáneos salieron de la laxitud o la relajación?

Si el español existe como lengua de cultura se debe a los recursos que le aportaron los mejores. Porque la lucha contra la dejadez y el “ahí se va” forma parte del vivir de toda lengua. Cuando una cosa se dice mal y muchos lo hacen, significa que hay una falta individual y colectiva de instrucción, y denunciarlo supone salud idiomática y capacidad de reacción.

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Bienvenidos sean los neologismos. Y bienvenida sea la capacidad de juzgarlos, discutirlos, aceptarlos o rechazarlos. Eso significa no sólo que la lengua está viva, sino también los que la hablan.

Amigos lectores: ¡mucha, muchísima felicidad les deseo en estas fiestas navideñas!

Luque Maricarmen


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