miércoles, 29 de abril de 2009

Las cosquillas del idioma

Frecuentemente usamos indistintamente las palabras táctica y estrategia. Y no andamos desencaminados en tal uso. Porque ambos términos tienen raíz griega, pertenecen al lenguaje militar y son de la misma familia semántica.

Táctica procede del griego taktiké y significa “arte de disponer, mover y emplear la fuerza bélica para el combate”. Llegó al español en el siglo XVIII.

Estrategia, procedente de los términos stratos + agein, es “conducir el ejército”, y llegó a nuestra lengua en el siglo XIX.

Pero en el lenguaje habitual, estrategia se usa en el sentido de “arte o traza para dirigir un asunto” y la táctica como “el método o sistema para conseguir o ejecutar algo”.

Por ello, el empleo de estos dos vocablos es oportuno para expresar los caminos o maneras que utilizamos para llevar algo a buen fin. Si lo conseguimos, es que usamos una buena estrategia o unas tácticas adecuadas. Si no, es que erramos las tácticas o la estrategia.

La lengua, como todo lo que conforma al ser humano, está sujeta a los avatares de la historia, de la ciencia o de los vaivenes sociales. En nuestro mundo de hoy, donde cada uno busca afanosamente su identidad, su individualidad y su espacio, parece que hay que someter a revisión modos lingüísticos o palabras usados a lo largo de los siglos sin menoscabo ni motivo alguno de ofensa para nadie.

Tal ocurre con los plurales masculinos donde, como se sabe, están gramaticalmente incluidos los dos géneros, masculino y femenino: padres (madre y padre), hijos (hijas e hijos) etcétera. Y lo han estado durante más de mil años, sin que nadie se sintiera agredido.

Todos decían, y muchos decimos expresiones como: “los padres de nuestros alumnos son trabajadores o directores de importantes empresas”, sin que las madres, las alumnas, las trabajadoras o las directoras se sientan discriminadas, pues sabemos que estos plurales incluyen a ellos y a ellas.

Hacer distinción de sexos en lugar de usar los plurales, colectivos y aglutinadores, supondría un despropósito lingüístico.

No busquemos los hablantes las cosquillas al idioma. Basta, creo yo, con que le demos lo que se merece: un buen uso.

Luque Maricarmen

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