miércoles, 15 de abril de 2009

Hoy me encuentro de mal humor

Les confieso, amigos, que me puso de mal humor. Fue una inocente investigación que hice acerca del origen del nombre que se le da a ese pájaro de plumaje negro en todo el cuerpo, excepto en el vientre, donde las plumas son de color blanco, y que abunda sobre todo en España.
Sucede que esta ave vocinglera, es decir, que habla mucho y dando voces, que imita las palabras que oye y que suele llevarse al nido pequeños objetos brillantes, se llama urraca. Y Urraca es un nombre antiguo de mujer, propio de la Península Ibérica. Pero, lo peor es que en francés se llama margot, en latín, gaia, y mag en inglés, todos nombres propios femeninos.
El lingüista consultado explica el nombre femenino que se le da en tantos idiomas a la urraca, por su conocida propiedad de “parlotear volublemente como si fuese una mujer”. ¿Qué les parece?
Teniendo en cuenta que parlotear es “hablar mucho y sin sustancia”, y volublemente es hacerlo “de forma inestable, caprichosa e informal”, no suena a piropo la comparación con la mujer.
Nunca se me hubiera ocurrido decir que el nombre de perico, apelativo familiar del nombre masculino, Pedro, pueda aplicarse a esa ave que todos conocemos, por su peculiaridad de repetir constantemente lo que oye con gritos agudos y estridentes.
Ya sé que la lengua la hace el pueblo, pero, durante mucho tiempo, gran parte de la sociedad colgó a la mujer ciertos calificativos que no siempre han respondido a la realidad, por lo que la comparación viene sobrando.
Recuerden la frase histórica que la madre del rey moro Boabdil dijo a su hijo cuando lloraba a las puertas del perdido reino de Granada, en 1492: “Llora, llora como mujer lo que no has sabido defender como hombre”. O esa familiar, tantas veces repetida: “Los niños no lloran, eso es de niñas”, que nos hizo crecer a tantas niñas de mi generación con la idea de que la mujer era un ser débil y enclenque.
Claro, que la vida se encargó después de demostrarme lo falso de esa idea. He tenido y sigo teniendo la suerte de vivir rodeada de mujeres fuertes, valientes y luchadoras.
Mi madre, que se fue con el siglo, me dejó el ejemplo de lo que es saber vivir, luchando sin desmayo por lo que valía la pena, llenando con su alegría la vida de los demás, aceptando lo inevitable sin dramas ni lamentaciones y gozando cada día de lo bueno que la vida le ofreció. Y, desde luego, nunca “parloteaba volublemente”.

Luque Maricarmen

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