martes, 31 de marzo de 2009

Elfriede Jelinek: La decisión de no callar

El Premio Nobel de Literatura de este año 2004 ha recaído por décima vez desde que se instituyó, hace 103 años, en una mujer: la austriaca Elfriede Jelinek, escritora controvertida y polémica, que hace del texto y la palabra no un objeto de belleza, sino una revisión constante de la realidad.
Nacida en 1946, pasó su infancia y juventud en Viena. A los 18 años sufrió una crisis psíquica la cual determinó su vocación literaria, que compaginó con la musical.
Su forma de escribir resulta para unos, insultante, para otros, insolente.
Jelinek es una autora cuya principal característica es la firme decisión de no callar. No calla ante el sometimiento de la mujer en la institución familiar, ni calla ante la deriva política del mundo, ni lo hace ante el sufrimiento humano. Sus libros son estridentes, ásperos, crudos.
Es una escritora crítica que hace literatura feminista, convirtiendo en tema de sus obras el carácter arbitrario de la sociedad a la hora de repartir los papeles masculinos y femeninos.
Durante años ha golpeado la tranquila conciencia de Occidente, reivindicando a la mujer y acusando a la sociedad de mirar hacia otro lado ante el maltrato y el daño sistemático.
Como escritora social, su literatura es una constante crítica de su país, por lo que es fácil intuir que este Premio Nobel a su obra y a su persona no habrá caído demasiado bien en algunos sectores de Austria, donde la autora es amada y odiada. Sin embargo, es una de las escritoras más apreciadas en los países de lengua alemana, donde sus novelas figuran en las listas de los libros más leídos, y sus obras de teatro se estrenan en los escenarios más prestigiosos de Alemania, Austria y Suiza, causando revuelos políticos y sociales y debates intelectuales y mediáticos.
Su libro más conocido, La pianista, fue llevado al cine y galardonado en el festival de Cannes en 2001.
Elfriede Jelinek es una escritora difícil; sus libros exigen del lector que sea valiente, que mantenga la mente abierta y que tenga una decidida disposición a la lectura lenta y concienzuda. La recompensa es una invitación a la reflexión.

Luque Maricarmen

La nicotina de Nicot

Hace tiempo, leí un artículo periodístico sobre el tabaco, y hoy rescato algunas cosas de él porque sé que a muchos les va a interesar. Pero no se preocupen, no voy a entrar en tópicos que todos sabemos de memoria, ni a escribir argumentos alarmantes cuyo poder disuasorio muchos fumadores quisieran para sí.
Sólo voy a hacer historia, una historia que empezó a echar humo hace más de cuatrocientos años.
Allá por el siglo XVI, un diplomático francés, embajador en Lisboa, Jean Nicot, recibe a un mercader que viene del Nuevo Mundo y le muestra las hojas de una planta desconocida en Europa, a la que los españoles llamaban tabaco.
El embajador envía la planta a Francia, dando instrucciones a botánicos y naturalistas sobre la forma de cultivarla, en vista de las propiedades beneficiosas que parecía tener para la salud.
De esta forma, el nombre de Nicot quedó ligado para siempre al componente básico del tabaco, la nicotina.
En los años 30 del siglo XX, se celebró la efemérides de los hechos que les acabo de relatar, con un Congreso Nacional de Fumadores, donde una francesita es nombrada reina del tabaco en París, y sobre una norteamericana recae el título de “la fumadora más bella del mundo”.
Los festejos se multiplican y un regimiento de hombres disfrazados de cigarrillos desfilan por la Quinta Avenida de Nueva York.
En Hollywood triunfa el tabaco, y ellos y ellas asoman a las pantallas con el inevitable cigarrillo entre los labios.
Fumar es una divisa de virilidad en el hombre y de modernidad en la mujer.
Pero, de repente surge la alarma: “el tabaco perjudica”, y la cuestión tabaquera da un giro total.
Los fumadores, envueltos en el repudio público, caminan hacia el exilio acosados por el hostigamiento de los no fumadores. Son arrinconados y perseguidos y tienen que esconderse para echar humo.
Y aunque todos estamos de acuerdo en la necesidad de erradicar el tabaquismo de nuestra sociedad, ¿no sería posible hacerlo sin que la vista de un fumador provoque tal condena y desprecio?
Que conste que yo no fumo, ¿eh?

Luque Maricarmen

El error con las parónimas

Con frecuencia se repite el error de confundir palabras semejantes en su forma o de la misma etimología, pero diferentes en su significado: las parónimas. Dos de éstas son patentar y patentizar, que muchas veces aparecen usadas de forma indistinta, cuando en realidad no significan lo mismo.
Patentar es obtener una patente, que puede ser de invención, de marcas, etcétera. Alguien patenta una obra que ha escrito, un invento que ha hecho o una marca que ha puesto a un producto suyo, con lo que queda debidamente testimoniado.
Patentizar es hacer algo patente o manifiesto. Por ejemplo, “en aquel acto religioso se patentizó (se hizo patente) la devoción del pueblo a la Virgen Guadalupana”.
Mortalidad y mortandad son palabras etimológicamente iguales, pero diferentes en su significado.
Mortalidad, aparte de ser el atributo inherente a todo ser vivo, es la tasa de muertes producidas en una población durante un tiempo dado o por una causa determinada. Por ejemplo, “en esta última década disminuyó considerablemente la mortalidad infantil”.
Mortandad es la gran cantidad de muertes causadas por epidemia, cataclismo, peste o guerra. Por ejemplo, “las inundaciones causaron una lamentable mortandad en el país”.
Lo contrario les ocurre a los adjetivos presuntuoso y presumido. Tienen significado parecido, casi idéntico; son sinónimos. Presumido es vano, jactancioso y orgulloso, el que tiene un alto concepto de sí mismo. Presuntuoso es, además de lo anterior, el que pretende pasar por muy elegante o lujoso.
También se considera presumida a la persona que se compone o arregla mucho.
En el lenguaje habitual, a veces se confunde presumido con egoísta. No tienen nada que ver. Es egoísta, como su nombre indica (ego: yo) el que, por excesivo amor a sí mismo, atiende exageradamente a su propio interés sin cuidarse del de los demás. El egoísta no comparte lo bueno; pero el presumido no es necesariamente egoísta. De hecho, muchas veces comparte lo que posee, aunque, seguramente, más por presunción que por generosidad.

Luque Maricarmen

Medios de comunicación, de mal en peor

Sigo insistiendo, amigos lectores, en que el lenguaje de los medios de comunicación, con frecuencia, deja mucho que desear. Si no lo creen, escuchen la radio o vean la televisión con sentido crítico y se percatarán de cosas como ésta:
“No sólo en nuestro país, pero en otros muchos…”.
Y era un reportero quien hablaba, no alguien de la calle. Sin duda se le olvidaba que detrás de la expresión “no sólo” nunca debe usarse la conjunción “pero”. Para eso está “sino”, que se utiliza para contraponer a un concepto negativo otro afirmativo; así: “no sólo en nuestro país, sino en otros muchos…”.
Otro caballo de batalla es el verbo “haber” con valor impersonal. Son las formas tan empleadas, “hay”, “había”, “hubo” y “habrá”, que siempre han de ir en singular, independientemente de que lo que haya sea singular o plural; así: “había una flor” o “había muchas flores en el jardín”. “Hubo muchas personas en la fiesta”. “En la asamblea sólo habrá dos representantes por cada partido”. Nunca habían, hubieron ni habrán.
Aunque el mencionado reportero dijo: “A lo largo del recorrido van a haber revueltas inevitables”, es necesario recordar que cuando “haber” está auxiliado por el verbo “ir”, este auxiliar irá también en singular; por lo que debería haber dicho: “A lo largo del recorrido va a haber revueltas inevitables”.
Claro, que no hay que confundir el verbo “haber” con el verbo “ver”, porque son totalmente diferentes. Y otra cosa distinta indicaría la frase: “Ustedes van a ver revueltas inevitables a lo largo del recorrido”.
Y el despistado periodista terminó su reportaje con la frase: “Así es de que nosotros estaremos en contacto”, soltando ese espurio “de” como remate de la “faena”.
Algunos “gazapos” son disculpables, pero, tantos seguidos…

Luque Maricarmen

El campechano, monosabio y zascandil

Hoy, nos acercamos juntos a algunas palabras de las que surgen de vez en cuando en el lenguaje habitual, y lo hacemos para descubrir su origen y la historia que llevan detrás.
De la jerga taurina nos llega el vocablo monosabio; seguramente alguna vez se han preguntado el porqué de ese extraño nombre para designar al mozo que ayuda al picador en la plaza de toros.
Parece ser que por el año 1847, llegó a la ciudad de Madrid un extranjero con una cuadrilla de monos amaestrados. Y eran tales habilidades las que los changos realizaban, que el público empezó a llamarlos monos sabios. Y como poco tiempo después los mozos de los cosos taurinos fueron uniformados de azul y rojo con trajes casi iguales a los que los monos lucían en sus exhibiciones, la gente, siempre presta a la broma, les puso el mismo nombre que a los hábiles changuitos. Y como monos sabios quedaron, aunque el vocablo hoy se dice y escribe en una sola palabra.
En distintos lugares de habla española se califica de campechano al que es llano, cordial y afable sin establecer distancia en el trato con los demás, aunque su posición sea encumbrada.
El adjetivo es de origen mexicano por la fama de cordiales que tienen los naturales de Campeche, tierra de vida placentera según la creencia popular. Y como Campeche procede de la palabra maya “Ah-Kin-Pech”, cuyo significado es “que viene del sol”, resulta que la campechanía, esa cualidad de alegre llaneza, es de origen divino.
El término zascandil se aplica al hombre despreciable, ligero y enredador. El zascandil es además bullicioso y entrometido, y ofrece cosas que no puede cumplir. Pero, lo más curioso de la palabra es su pintoresco origen. Parece que en los bailes y reuniones de gente grosera y pendenciera, el más atrevido derribaba de un golpe, ¡zas! el candil, y así, protegido por la oscuridad, cometía toda clase de excesos.
La historia resulta un poco chistosa, pero como me la contaron se la cuento.

Luque Maricarmen

Garbanzos de a libro: Ordenes breves, claras y concisas

Seguramente habrán oído en más de una ocasión el aviso de la azafata del avión cuando les dice: “Los celulares podrán usarse sólo hasta que la puerta del avión sea abierta”. Pues está cayendo en el tan frecuente error de usar incorrectamente la preposición hasta. Si los teléfonos podrán usarse “sólo hasta que la puerta sea abierta”, se supone que su uso está permitido durante el viaje, y dejará de estarlo cuando la puerta se abra, o sea, cuando el viaje acabe.
Pero, no es éste el sentido real del mensaje, sino exactamente el contrario. No se podrán usar durante el viaje y sí cuando éste acabe y la puerta del avión sea abierta.
Porque es necesario recordar que la preposición hasta señala “el término o final de tiempo, lugares, acciones o cantidades”. Por lo que para expresar correctamente el aviso, la azafata debería haber dicho: “Los celulares no podrán usarse hasta que la puerta del avión sea abierta”, indicando así que la acción de no usar terminará cuando la puerta se abra.
Insisto, como ya lo he hecho otras veces, en que para evitar interpretaciones erróneas, basta con suprimir el “hasta” en aquellas frases cuyo uso es reemplazable por otra fórmula. En este caso se entendería perfectamente la frase: “Podrán usarse los celulares sólo cuando las puertas del avión sean abiertas”, sin hasta.
Y es que para órdenes, reglas y avisos el lenguaje debe ser breve, claro y conciso.
Y termino aclarando una duda, ¿son equivalentes los términos cinegética y venatoria? Ambas palabras se refieren a la caza. La cinegética, procedente del griego kinegetikós, es el arte de la caza. Y el adjetivo cinegético-a se aplica a todo lo que a ella se refiere.
Venatorio-a, procedente del latín venatus, se refiere a la montería, caza de jabalíes, venados y otros animales de caza mayor. Y si de arte puede hablarse, el de cazar a esos animales se llama arte venatoria.
Como ven, son términos de la misma familia semántica.

Luque Maricarmen

El origen de las frases

Escarbar en el origen de las frases que usamos en el hablar diario es tarea interesante a la que muchos estudiosos se dedican. Hoy les traigo algunas de esas frases con la historia que llevan detrás.
El que defiende la venganza, causando al ofensor el mismo daño que él infligió al ofendido, está aplicando la“ley del talión”, formulada en la frase de “ojo por ojo y diente por diente”, de inspiración hebraica. La tradición del talión, que aparece en el antiguo derecho griego, en el romano y en el de los pueblos bárbaros, fue combatida durante la Edad Media por la Iglesia.
Muchos siglos después, en el XX, un pacifista, Mahatma Gandhi, refiriéndose a la frase del “ojo por ojo”, diría casi proféticamente: “ojo por ojo y el mundo quedará ciego”, propugnando con ello la aplicación de la misericordia y el perdón en lugar de la venganza.
Que por encima de cualquier otro interés de tipo sentimental, familiar o de amistad está muchas veces el vil metal, el dinero, da fe la frase acuñada en distintos idiomas, que dice: “los negocios son los negocios”, “bussines are bussines” o “les affaires sont les affaires”. Y fue esta última, la francesa, la que dio origen a la irónica pero sentenciosa frase.
“Les affaires sont les affaires” sirvió de título a una comedia del autor Mirabeau, estrenada con gran éxito en París, en 1903. El título se ajustó tan bien al asunto de que trataba la obra, el valor que se le da al dinero, que quedó como frase proverbial ampliamente difundida y adaptada a los distintos idiomas.
Atribuir la culpa de algo a alguien es “cargarle el muerto”. Y lo dice el que se defiende contra la supuesta culpabilidad: “a mí no me cargues el muerto…”
Y es que, en la Edad Media, cuando en un pueblo aparecía una persona muerta violentamente sin que se supiera quién había sido el asesino, era costumbre obligar al pueblo entero a que pagara una multa a los familiares de la víctima. Por lo que los vecinos del pueblo donde eso ocurría, para librarse del pago, trasladaban a toda prisa el cadáver de la víctima a otro pueblo, al que le cargaban el muerto

Luque Maricarmen

Palabrillas que se nos escapan

Hoy vamos a detenernos, amigos, en algunas palabrillas que involuntariamente se nos escapan, y cuya forma correcta conviene fijar.
Cuando queremos referirnos a la pasta, a veces polvo, que se usa para limpiar y mantener sanos los dientes, decimos dentífrico, palabra formada por los dos términos latinos, “dentis”, diente y “fricare”, frotar. Sin embargo, con demasiada frecuencia, se oye dentrífico, en lugar de la forma correcta.
Algo parecido sucede con la metereología, usada erróneamente en vez de meteorología, ciencia que se ocupa de la atmósfera y los meteoros, de donde deriva su nombre.
Con la palabra aeropuerto se comete, no pocas veces, el error de llamarlo aereopuerto, atendiendo a su posible formación a partir del vocablo latino “aereus”, aéreo. Sin embargo, casi todas las palabras que en español se relacionan con la aviación se forman con el prefijo “aero”, que es aire, en griego. Y así decimos aeronave, aeroclub, aerolínea, aeronáutica, aeromodelismo, etcétera.
Y es que hay que tener en cuenta que las dos fuentes más importantes del español son el latín y el griego; y del griego pasaron al latín la mayoría de los términos cultos que figuran en nuestra lengua.
Hablando del origen del español, es preciso recordar que cuando los romanos llegaron con su lengua, el latín, a la península ibérica, en el siglo III antes de Cristo, ya se hablaban allí numerosas lenguas indígenas que el latín asimiló, dando lugar al primer paso del proceso de formación de una nueva lengua.
Y esta lengua nueva, enriquecida con los arabismos que llegarían once siglos después, más otras muchas aportaciones posteriores a lo largo de mil años, es la lengua en la que tú y yo y 400 millones de personas más nos entendemos y nos seguiremos entendiendo.

Luque Maricarmen

Rebuscar los términos

Hablar correctamente es una cosa y tratar de ser diferente rebuscando las palabras, otra. Por eso, usar flectar en lugar de flexionar, para expresar la acción de doblar el cuerpo o algún miembro, no es otra cosa más que complicar el lenguaje.
Cierto es que el verbo flectar existe con el mismo significado que flexionar, y ambos tienen idéntico origen latino: el verbo flecto-flexi-flexum; pero, mientras en español abundan las palabras derivadas del tema de perfecto (flex) de este verbo, flexionar, flexión, flexible, flexibilidad, flexor, inflexión, genuflexión, no existen derivados del tema de presente (flect), más que flectar.
Por eso, flectar es considerado un cultismo de escaso uso en toda el área hispanohablante, con excepción de un lugar, Chile, donde se registra un empleo no tan infrecuente.
En el lenguaje clínico aparecen palabras que a veces suscitan dudas.
¿Omóplatos u omoplatos? ambas formas son correctas, con o sin acento.
Variz o varice es, como muchos saben, la dilatación permanente de una vena. En plural, puede o no llevar acento: varices o várices, como sucede con alvéolos y alveolos.
¿Endoscopia o endoscopía? Esta palabra no lleva acento y su significado es “técnica de exploración visual de una cavidad o conducto interno del organismo”.
¿Se puede decir indistintamente intravenoso y endovenoso? Sí, son dos términos formados por los prefijos latino y griego, “intra” y “endo” respectivamente, que significan “dentro”. Por lo que una inyección aplicada en vena será intravenosa o endovenosa.
Con el mismo prefijo, endógeno es lo que se origina dentro, en el interior. Menos conocido es el vocablo endorreísmo, empleado en geología para referirse a la afluencia de las aguas de un territorio hacia el interior de éste, sin desagüe al mar.

Luque Maricarmen

Torpe diplomacia

Las preposiciones, esos elementos cuya principal finalidad es establecer relaciones entre las palabras, a veces se usan de forma inadecuada, dando lugar a variaciones de sentido que dificultan la correcta interpretación del mensaje.
La preposición a, por ser una de las más usadas, se presta a mayor cantidad de errores. Aparte de su empleo normal para introducir el complemento directo de persona: “quiero a mis hijos”, y el complemento indirecto, “compré un regalo a mis padres”, también existen ciertos verbos que rigen esta preposición a, y no debe suprimirse. Es el caso de verbos como “optar”, optar a: “Los triunfadores siempre optan a un primer puesto”; “acostumbrarse”, acostumbrarse a: “No me acostumbro a vivir con tanta presión”; “aspirar”, aspirar a: “El hombre del Renacimiento aspiraba a la mayor perfección”.
Por contagio del inglés, se suprime con frecuencia la preposición a que rige el verbo jugar, y se dice “jugar futbol”, “jugar tenis” o “jugar pelota”, cuando lo correcto en español es jugar al futbol, jugar al tenis o jugar a la pelota.
Otras veces sucede al contrario: se recurre al uso innecesario de la preposición a, sobre todo delante de los adverbios arriba, abajo, afuera, adelante, atrás, aquí, allá, etcétera, en expresiones como “de arriba a abajo”, “de dentro a afuera”, “de delante a atrás”, cuando en buen decir será de arriba abajo, de dentro afuera, de delante atrás, etcétera.
En cuanto al uso del conjunto preposicional “a por”, muy extendido en España, la Real Academia lo desaconseja por considerarlo vulgar; no “voy a por el pan”, sino voy por el pan. Aunque hay algunos casos en que ese uso hace desaparecer posibles ambigüedades. Si alguien dice: “voy al colegio por mis hijos”, no se sabe si va al colegio para llevarlos a la casa o va por causa de ellos, por ejemplo, porque su conducta requiere su presencia en el colegio. En el primer caso el “a por” estaría justificado.
Y el empleo de la preposición a en las construcciones “de acuerdo a”, “en relación a” y “a la mayor brevedad” es inapropiado. Lo oportuno es: “en relación con lo dicho…” o “de acuerdo con los planes…” o “les contestaré con la mayor brevedad”.
Y mejor que circular a una velocidad de 200 kms. a la hora es hacerlo a 100kms. por hora.

Luque Maricarmen

El arpía Heliogábalo

El lenguaje habitual está lleno de comparaciones, expresiones o palabras que se usan, la mayoría de las veces, sin saber a ciencia cierta cuál es su historia y de dónde les viene el significado.
Es un heliogábalo la persona dominada por la gula. Y se dice que alguien “come como Heliogábalo” cuando lo hace opíparamente y con voracidad. Y es que así comía el tal Heliogábalo, emperador romano del siglo III cuya memoria ha llegado hasta nosotros, no sólo por su gula incontrolable, sino por sus excentricidades, sus crímenes atroces y su incapacidad.
A pesar del poco tiempo que reinó, pues subió al trono a los 14 años y permaneció en él hasta los 18, Marco Aurelio Antonino, nombre con que se le coronó, no dejó de asombrar a sus súbditos.
Hizo su entrada triunfal en Roma en un lujoso carro tirado por mujeres desnudas, pero las más raras extravagancias las llevaba a cabo en los banquetes que organizaba. En uno de ellos invitó a ocho jorobados, a ocho cojos, a ocho obesos, a ocho esqueléticos, a ocho sordos, a ocho negros y a ocho albinos.
A veces se complacía en gastar pesadas bromas a sus invitados, como en cierta ocasión en que a los postres, cuando ya estaban todos los comensales ebrios, el emperador mandó cerrar todas las salidas del comedor e hizo soltar una manada de fieras salvajes, a las que previamente había hecho arrancar garras y dientes, lo cual era ignorado por los aterrados comensales que, espantados, trataban inútilmente de escapar.
Tal vez, lo de menos era el voraz apetito del joven Heliogábalo, lo peor fue su crueldad y locura, pero lo cierto es que su figura quedó como prototipo de comelón (o comilón), es decir, el que come mucho y desordenadamente.
Otra palabra que se usa con cierta frecuencia es arpía, para referirse a la mujer fea, perversa y de pésimo genio. Y se tacha de arpía a la persona codiciosa que con maña y malas artes saca cuanto puede de los demás.
El nombre hace alusión a unas fabulosas aves, las arpías, que según la mitología griega, tenían cuerpo de ave de rapìña y rostro de mujer. Los dioses se valían de ellas para castigar a los mortales, a los que arrebataban y hundían en los infiernos.

Luque Maricarmen

La plaga de algunos términos

Nuestro idioma está plagado de términos derivados de las dos grandes lenguas de la Antigüedad clásica, el latín y el griego, y son tantos “logos”, “grafos” y “fonos”, que a veces confundimos el significado de las palabras formadas con esos sufijos.
Tal sucede con grafólogo y calígrafo.
Grafología y caligrafía tienen en común el sufijo “graf” que es letra. Pero, mientras la grafología relaciona a la letra con “logos” que es estudio o conocimiento (grafología: estudio de la letra), la caligrafía lo hace con “kallós” que es belleza, (caligrafía: belleza de la letra). El oficio del calígrafo fue siempre escribir con hermosa letra. Y como escribía con péndola o pluma, a veces de ave, se les llamó también pendolistas.
Pero, con el paso del tiempo, y casi desaparecido el oficio del calígrafo o pendolista sustituido por los medios mecánicos de escritura, la palabra calígrafo se aplica además a las personas capacitadas para dictaminar acerca de la autenticidad o falsedad de un texto manuscrito.
El grafólogo, por su parte, es el perito en averiguar, por las particularidades de la letra, cualidades psicológicas de quien la escribe.
Tienen también relación entre sí los términos ortografía, ortofonía y ortología. Los tres están formados por el prefijo griego “orto” que significa correcto.
La ortografía, cuya etimología la define como “correcta escritura”, es el conjunto de normas que regulan la escritura de una lengua, y se ocupa del buen uso de las letras y de los signos especiales.
La ortofonía corrige los defectos de la voz y de la pronunciación.
Y la ortología es el arte de pronunciar correctamente, y en sentido más general, de hablar con propiedad, es decir, bien.

Luque Maricarmen

Hoy hablo de mis sentimientos

Madrid.- Hoy, en Madrid, no puedo sustraerme a lo que me rodea.
En estos días aciagos en los que el terrorismo impone la ley de la sangre y el exterminio, sembrando el dolor, la desolación y la angustia entre personas de bien, cuyo único delito es vivir, nos faltan en el diccionario palabras de condena y rechazo para semejantes asesinos y atrocidades.
Y sobran por inoportunas otras, con las que la prensa se refiere a sus actuaciones.
Porque, ¿cómo se puede llamar autoinmolación a lo que los terroristas hacen cuando, para asegurarse de que un atentado llegue al fin perseguido, colocan los explosivos en su propio cuerpo prefiriendo perder la vida con tal de quitársela a los demás?
Dejémonos de eufemismos y llamemos a las cosas por su nombre. Eso es un vulgar suicidio con la circunstancia agravante de que, mientras los suicidas no buscan más que su propio fin, estos criminales utilizan el suicidio para rematar la operación, la cual culmina de forma segura con su propio final.
La inmolación exige víctimas inmoladas, que en este caso no son los terroristas suicidas, sino a los que ellos sacrifican.
Dejemos el término de autoinmolación para los que sacrifican su propia vida por Dios o en beneficio u honor de alguien, pero sin llevarse a nadie por delante.
Todo lo demás, con o sin suicidio añadido, es un horrendo crimen y un vil asesinato. Discúlpenme, amigos, esta vez se mezcló la lengua con los sentimientos.

Luque Maricarmen

El jugo del zumo

¿Es lo mismo jugo que zumo?
Pues, casi, pero…
El jugo es el líquido o extracto que se saca de las sustancias animales o vegetales por presión, cocción o destilación; el zumo, del árabe “zum”, es el líquido de las hierbas, flores, frutas u otras cosas semejantes, que se saca exprimiéndolas o majándolas.
Aunque en distintos lugares hispanohablantes se usa uno u otro término para referirse al delicioso líquido que se extrae de las frutas, conviene precisar que el zumo es lo que se saca sólo de los vegetales, en tanto que el jugo puede extraerse de sustancias vegetales o animales.
Por lo tanto, jugo es un término más extenso que zumo. Tal vez sería más apropiado aplicar la palabra zumo a lo vegetal: zumo de limón, de naranja, de zanahoria, dejando el jugo para lo animal: ternera en su jugo, jugo de carne, etcétera. Pero en cualquier caso serviría la palabra jugo.
Cuando vean escrita la palabra hégira o héjira, valen las dos formas, su código de información les remite inmediatamente a la era de los musulmanes, que se empieza a contar desde el año 622 de la era cristiana, y señala la fecha en que Mahoma huyó de la ciudad de la Meca a la de Medina.
La hégira se compone de años lunares de 354 días, pero en cada periodo de 30 años, los musulmanes intercalan 11 años de 355 días.
Pero no debe confundirse hégira con égida. Egida significa protección o defensa.
Leo en un libro de Historia: “La ciudad de Madrid nació en el siglo IX bajo la égida del Islam”, por cierto, una de las fuerzas más poderosos de la Edad Media.
La Edad Media o Medievo, también Medioevo, es, como saben, la época histórica que abarca los diez siglos que van del V al XV de nuestra era.
Pues Mayrit, Magerit o Madrid fue conquistada por los cristianos dos siglos después de fundada, en el siglo XI, por el rey Alfonso VI de Castilla, el mismo rey que inspiró entonces a, quién sabe a quién, el poema anónimo, “Cantar de Mío Cid”, primera obra literaria escrita en nuestra lengua, castellano, donde en versos conmovedores se exalta la figura del héroe Rodrigo Díaz de Vivar, el cual se distinguió por su amor y fidelidad al rey Alfonso, devolviendo lealtad y respeto a quien injustamente le había castigado con el destierro.

Luque Maricarmen

Atrabiliarios chovinistas

Huyan, amigos, de cualquier persona que tenga carácter atrabiliario. Porque son personas coléricas, de genio destemplado y violento.
Atrabiliario viene de atrabilis, del latín atra, negra, y bilis, cólera. Literalmente, “cólera negra”.
En medicina, atrabilis es uno de los cuatro humores principales del organismo, según las antiguas doctrinas de Hipócrates y Galeno, las cuales suponían que el cuerpo humano estaba compuesto de varios humores o líquidos, cuyo desequilibrio producía las enfermedades. La atrabilis o bilis negra era la causa de la melancolía y regía los afectos destemplados, el mal carácter, por lo que se atribuye carácter atrabiliario a quienes están permanentemente malhumorados, son irritables, huraños y con tendencias misántrópicas, es decir, manifiestan aversión al trato con los demás.
Muchos conocen el significado del término chovinismo, la exaltación exagerada de lo nacional frente a lo extranjero. Tomó el nombre de Nicolás Chauvin, un soldado francés que expresó su adhesión incondicional a Napoleón a cambio sólo de una módica paga y el reconocimiento militar. Y del francés “chauvinisme” pasó al español chovinismo.
Es chovinista, en general, el que ensalza todo lo relacionado con su tierra, sus valores y su cultura frente a los de los otros.
Pariente del chovinismo es el jingoísmo, un falso patriotismo, o más bien, una patriotería exaltada que propugna la agresión contra otras naciones. La palabra procede del inglés jingo, partidario de una política exterior agresiva.
Es sabido que a los borrachos o a los alcohólicos se les llama también dipsómanos, porque la dipsomanía es eso, la tendencia irresistible al abuso de la bebida, más concretamente, al abuso de bebidas alcohólicas.
Durante mucho tiempo esta enfermedad conllevaba una descalificación moral del individuo que la padecía. Hoy se entiende, más bien, como un problema médico o social.
Aunque, antiguamente, Séneca, de conocida prudencia, salió en defensa del vino, estableciendo la vinculación entre lo espiritual y lo espirituoso: “No dudemos en emborracharnos de vez en cuando, decía, no para ahogarnos en vino sino para encontrar un poco de alivio. El vino libera nuestra alma de los cuidados que la avasallan. Pero con él ocurre como con la libertad: es benéfico a condición de un uso controlado”.
Como todo.

Luque Maricarmen

Lo permitido y no permitido

Seguro que más de una vez se han extrañado al ver escritas palabras como sicología, sicoanálisis o sicópata así, sin esa “p” inicial con que siempre aparecían. Pues bien, no les sorprenda, ya que siguiendo un procedimiento de simplificación de la lengua, ya está permitido, sin caer en error, escribirlas así. Y tan correcto es hacerlo de esta manera como en la forma tradicional: psicología, psicoanálisis o psicópata.
Aunque, a decir verdad, resulta mucho más culto respetar su etimología, recordando que la primera parte de estas palabras procede de “psykhe” o “psique”, alma en griego o en español. Y hay muchos vocablos cultos en nuestra lengua que tienen ese mismo origen.
Siguiendo semejante proceso de simplificación, en este caso más justificado, según mi opinión, desaparece la “b” de algunas palabras cuya primera parte era el elemento“subs”. Y se escribe sustancia, sustitución, suscribir y sustraer, mejor que substancia, substitución, subscribir y substraer .
Sin embargo, no es lo mismo ingerir e injerir, por lo que hay que tener cuidado con la ortografía de estas dos palabras. Ingerir es introducir por la boca alimentos o bebidas. Injerir, en un primer sentido, significa meter una cosa en otra. Como verbo pronominal, injerirse es entremeterse, es decir, meterse alguien donde no le llaman o inmiscuirse uno en lo que no le toca. Y de aquí procede la injerencia, término de frecuente aparición en los periódicos: “la intervención de un país en la política interna de otro es una injerencia inadmisible”.
Quiero aprovechar la aparición de la palabra entremeterse para avisarles de que es tan correcta como entrometerse, por lo que el que se mete donde no le llaman es un entremetido o entrometido, o más familiarmente, un metomentodo.
Sobre el uso indistinto que se hace de las palabras anagrama y emblema, sólo me queda advertir que, aunque ambas son símbolos, el primero se compone de letras y el segundo, esencialmente de figuras.
También es un anagrama la trasposición de letras de una palabra o frase, de la que resulta otra palabra o frase distinta. Archiconocido es el anagrama de ROMA y AMOR.

Luque Maricarmen

La razón de algunas frases

Con frecuencia leemos en los periódicos u oímos en la radio o en la televisión frases y expresiones del lenguaje de la comunicación, que unas veces no entendemos y otras, intuimos lo que significan, pero casi nunca tenemos tiempo de investigarlas.
¿No han leído alguna vez sobre el “síndrome de Estocolmo”?
En septiembre de 1973, Clark Olofsson fue sorprendido por la policía atracando un banco de Estocolmo.
El atracador tomó como rehenes a todos los que en ese momento se hallaban en la oficina, los cuales, después de varias horas de negociación, fueron liberados y el atracador detenido.
Pero lo curioso del caso fue que en el juicio la mayoría de los secuestrados intercedieron por el secuestrador, movidos por su amabilidad en el trato y por los motivos que le empujaron a intentar el atraco.
Esta identificación entre secuestrador y secuestrado se estudió psicológicamente, formulando la teoría del citado síndrome cuyo nombre se aplicó, y se sigue aplicando, en situaciones semejantes a la que se produjo en la capital sueca en 1973.
¿Saben a quién se debe el nombre de “prensa amarillista”? A Yellow Kid, protagonista de una famosa historieta cómica que se publicaba a finales del siglo XIX en el periódico sensacionalista estadounidense The New York World.
El personaje y su camiseta amarilla se hicieron famosos, y convirtieron este color en el calificativo que se aplica a la prensa sensacionalista, la que busca más el escándalo que la verdad.
Y ya en el lenguaje cotidiano se usa frecuentemente la expresión de “ser un lince” para referirse a la persona lista y aguda, o la que tiene una muy buena vista.
Pues el lince fue considerado desde tiempos remotos como un animal de extraordinaria agudeza visual, cuya mirada, según la leyenda, era capaz de atravesar las paredes.
Por eso, son ojos linceos los dotados de vista muy aguda.

Luque Maricarmen

El espanglish levanta pasiones

Alguna vez, desde este espacio, he hablado sobre el tema del espanglish, un tema que, como todos los relacionados con la lengua, levanta pasiones.
Habrá quien piense que hay otros asuntos urgentes y merecedores de más atención, claro que sí. Pero de esos no hay que hablar ni discutir, esos hay que arreglarlos. Mientras que la lengua, nuestra lengua, no necesita arreglo, sino respeto. Basta con que a los que la hablamos nos preocupe su buen uso.
Y vuelvo sobre el asunto del espanglish por la polémica surgida alrededor de un artículo periodístico en defensa del mismo.
Es una realidad que el espanglish, esa lengua híbrida utilizada por personas que no han tenido acceso a la enseñanza de ninguna de las dos lenguas que lo componen, español e inglés, está ahí. Pero de ahí, a pasar a su defensa y apología como lengua de comunicación es pura demagogia. Y como toda demagogia, no responde sino al deseo de ser reconocido como defensor de las causas débiles.
Flaca defensa es la de quien defiende algo carente de calidad, que surgió de la necesidad de comunicarse, hablantes desconocedores de la lengua en que habían de expresarse, en lugar de proponer y alentar la creación de medios e instrumentos para que esos “espanglohablantes”, si es que sirve la palabreja, puedan expresarse con corrección en las dos lenguas que necesitan, pero que sólo chapurrean.
Y no vale establecer un paralelismo entre el espanglish y las lenguas románicas que surgieron del contacto del latín con las de los pueblos que iban dominando.
Porque, si bien el latín ya estaba en el inicio del proceso de descomposición, y las lenguas con que se juntaba eran lenguas primitivas y poco desarrolladas, en cambio el español y el inglés son lenguas firmemente consolidadas, con un largo historial literario y en constante expansión. No me parece el mejor camino para la integración alentar el uso de una pseudolengua que, a la larga, se convertirá en seña discriminatoria de los que, por razones ajenas a su voluntad, no tuvieron la oportunidad de aprender bien su lengua materna ni la del país de adopción. Aprender o afianzar la lengua materna para usarla con dignidad y sin absurdos complejos y adoptar el inglés como instrumento de comunicación preferente, por ser la lengua del país donde viven, es el mejor camino para integrarse y evitar una dolorosa pérdida de identidad.

Luque Maricarmen

Mala escritura

Hoy les traigo el comentario sobre un artículo periodístico que leí hace ya tiempo, aunque todavía se conserva vigente. Trata de la última moda literaria en Estados Unidos, yo diría que en muchos lugares más: la llamada bad writing o “mala escritura”.
El periódico The New York Times recogía este fenómeno de textos mal escritos, pero dotados de absoluta naturalidad. Lo nuevo, lo actual en la escritura, y en otros muchos órdenes, es impactar, aunque sea a costa de perder calidad, aunque el impacto venga de la mano de la mediocridad. Así como en el vestir se pone de moda el “feísmo”, es decir, la valoración estética de lo feo, y en el cine predomina lo sangriento, ahora se añade a la lista de extravagancias la “mala escritura”.
Lo degoutant, en francés, o el disgusting, en inglés, que es lo repugnante en español, se convierte en el último grado de la calidad contemporánea. Disfrutar de lo grosero, deleitarse con lo siniestro y admirar lo feo está de moda, pero responde a una pérdida de referencias y conduce a la desorientación. El sensacionalismo, el impacto social, a costa de lo que sea, ha desplazado a los cánones tradicionales. Parece que el escritor de hoy no debe esforzarse por crear algo perdurable, sino sensacional, efectista, que hipnotice a la sociedad.
La literatura bien o mal escrita no tiene que ver con el concepto de buena o mala literatura de hoy. Lo excelente y lo execrable son conceptos que hoy dependen de la marcha de las modas. Y eso es inquietante.
El ser humano necesita referencias válidas y estables y si las pierde, se desorienta y si se desorienta, camina hacia la nada. La superación del hombre consiste en encaminar sus esfuerzos, no sólo hacia lo bueno, sino hacia lo mejor.
¿Acaso el buen escritor no es el que emociona, el que conmueve, el que cautiva a través de la palabra escrita? Lo bello hace brotar lo mejor del ser humano. ¿No es hermoso poder escribir así sobre la muerte?
Morir es retirarse, hacerse a un lado,/ ocultarse un momento, estarse quieto,/ pasar el aire de una orilla a nado/ y estar en todas partes en secreto. Morir es olvidar, ser olvidado,/ refugiarse desnudo en el discreto calor de Dios, y en su cerrado puño/ crecer igual que un feto. Morir es encenderse boca abajo/ hacia el humo y el hueso y la caliza/ y hacerse tierra y tierra con trabajo.
Son de Jaime Sabines.

Luque Maricarmen

jueves, 26 de marzo de 2009

En sentido figurado

Rescatar expresiones o palabras que se usan en sentido figurado en el lenguaje habitual es lo que hace Gregorio Duval, en su libro Del hecho al dicho. Y hoy les traigo algunos de sus rescates.
La palabra bicoca significa “cosa de poca estima o aprecio” y también “cosa apreciable pero adquirida con poco trabajo o bajo precio”.
Se empezó a usar en 1522, cuando las tropas del emperador Carlos V, en Italia, rechazaron, sin gran esfuerzo, un asalto del ejército francés a uno de esos castillos pequeños y de poca defensa que los italianos llaman “bicoccas”. A este asalto se le llamó la batalla de Bicoca, y así quedó el nombre de “bicoca” para referirse a lo que se obtiene fácilmente y sin esfuerzo.
Es curiosa la evolución semántica de la expresión “ser un as” que, como todos sabemos, se aplica a quien es excelente en lo que hace, significando ser el número 1, como el As de la baraja, la carta de más valor en casi todos los juegos de naipes. Sin embargo, hace siglos, esta misma expresión era de uso común en España, pero con otro sentido. Era un as la persona boba, terca y testaruda, ya que la expresión reproducía la primera sílaba de la palabra asno. El tiempo dio la vuelta al sentido de “ser un as”.
La palabra bodrio, del bodrium latino cuyo significado es “caldo”, pasó al español en el siglo XVII como “caldo con sobras de otras comidas que se daba a los pobres en los conventos”. Aunque también es bodrio la “mezcla de sangre de cerdo con cebolla con la que se hace la moronga o morcilla”.
En el lenguaje familiar se utiliza “bodrio” para referirse a la cosa mal hecha o de mal gusto. Una obra de teatro es un bodrio cuando realmente es tan mala que no vale la pena verla. Y un vestido quedó como un bodrio cuando está mal hecho y fachoso.
Por el contrario, se dice que algo es la panacea cuando se considera el remedio o la solución para cualquier mal.
Y es que “panacea” viene de los vocablos griegos pan, que es todo y akos, “remedio” y, como su etimología indica, era el remedio que para todas las enfermedades buscaban los antiguos alquimistas.
Pero, desengañémonos, no existe la panacea; aunque a veces nos la prometan.

Luque Maricarmen

Combinación de las letras

Del libro Historia de las letras, escrito por los lingüistas Salvador y Lodares, les traigo hoy unos párrafos alusivos a dos letras, mejor dicho, dos dígrafos, que es el nombre que recibe la combinación de dos letras que representan un solo sonido: la ll, “elle” y la ch, “che”, las cuales, en los últimos dos siglos, han pasado por situaciones de inestabilidad dentro del abecedario, por lo que no siempre han estado colocadas en el mismo lugar en diccionarios y enciclopedias.
Desde su creación, la ordenación del alfabeto latino universal colocaba los dígrafos “che” y “ll” en el lugar que les correspondía dentro del apartado de las letras “c” y “l”, respectivamente.
Esta ordenación perduró a lo largo de siglos, pero en 1803, la RAE (Real Academia Española), en un afán renovador, considerándolas distintas de las demás, creyó más oportuno darles el lugar que les correspondía como letras independientes.
Esta decisión académica separaba el orden alfabético español del latino universal, creando problemas entonces insospechados, pero reales a lo largo de los 190 años que duró la aplicación de esta medida.
El hecho de que el resto de las lenguas románicas siguiera con la ordenación tradicional y otros muchos factores que iban modificando sustancialmente la intercomunicación desaconsejaban continuar con esa ordenación alfabética singular del español, separada de la universal adoptada por las demás lenguas.
Durante años la REA intentó regresar al orden tradicional: en el VI Congreso de la Asociación de las Academias de la Lengua Española, en 1972, su propuesta no consiguió el apoyo de las demás Academias; en 1989, en el IX Congreso, volvió a intentarlo, pero, a pesar del apoyo de varios países, entre ellos México, la propuesta no prosperó.
Por fin, en 1993, en el X Congreso, la RAE recibió la aprobación general al regreso a la ordenación tradicional del alfabeto, anulando la decisión de 1803 que convirtió durante 190 años nuestro abecedario en “abecechedario”.
Desde entonces, los dígrafos mencionados no tienen capítulo aparte, sino que están integrados dentro de las letras “c” y “l” en los lugares que alfabéticamente les corresponde. Como antaño.

Luque Maricarmen

Dorarle la píldora al corso

En nuestra lengua se usa la expresión “patente de corso”, en sentido figurado, para significar la autorización que alguien tiene para realizar actos que a los demás les están prohibidos. “Claro, —diría alguien con justificada indignación—, como es hijo de quien es, tiene patente de corso para saltarse la prohibición”.
Aunque corso es el natural de Córcega, en otro sentido, procedente del latín, el corso era “una campaña que hacían por mar los buques mercantes con patente de su gobierno, para perseguir a los piratas o a las embarcaciones enemigas”.
La cédula con que el gobierno de un Estado autorizaba a un individuo para hacer “el corso” contra los enemigos de la nación era la patente de corso, especie de salvoconducto que empezó a concederse en el siglo XV.
“Dormirse en los laureles” es otra expresión de nuestra lengua que en el ámbito familiar significa, “descuidarse o abandonarse uno en la actividad emprendida, confiando en los éxitos obtenidos”. Sucede que, antiguamente, las hojas de laurel eran empleadas para confeccionar guirnaldas con que se adornaban para festejar los éxitos de artistas y poetas, y con ellas eran también coronados atletas, militares y emperadores. Y como el laurel es un árbol de hoja perenne, simbolizaba la perpetuidad de la gloria.
Sin embargo, amigos, como en realidad no hay éxito perdurable, más vale no dormirse… en los laureles.
Seguramente alguna vez le han “dorado la píldora”, que en español significa suavizar con artificio y blandura una mala noticia o el mal efecto que ésta ha causado. Y es que la píldora es esa “bolita que se hace mezclando un medicamento con un excipiente para ser ingerido”.
Como antes era creencia general que para curarse había que sufrir, debían tragarse, a la brava, aquellas bolitas incomestibles, de un desagradable sabor y difíciles de tomar. Hasta que a alguien se le ocurrió la feliz idea de “dorar la píldora”, mejorando su sabor y haciéndola de fácil ingestión.
Y así sucede en la vida real, se acepta mejor la contrariedad si a uno le doran la píldora.

Luque Maricarmen

Expresiones ofensivas y groseras

Sobre la palabrota o el palabro, esos dichos, según la Academia de la Lengua, ofensivos, groseros e indecentes, hay mucho escrito, en contra y a favor de su uso. Desde el que se lleva las manos a la cabeza, escandalizándose de su empleo, hasta aquél que les dedica libros, defendiéndolos apasionadamente como recurso expresivo del idioma.
Recuerdo que leí hace tiempo un artículo del periodista Jiménez Lozano sobre la moda de los escritores modernos de expresarse en sus libros de forma coloquial, pero cayendo en la grosería, soltando palabrotas “a troche y moche”, es decir, disparatada e inconsideradamente.
Su teoría era que el escritor de hoy vive de lo que escribe, por lo que su contacto con la realidad pura y dura es mínimo. Por eso, al escribir, busca su cuota de realidad y la encuentra en la pintura de escenas del más crudo realismo, acompañada de un lenguaje grosero y soez que ya no espanta a nadie.
Comentaba el articulista que los escritores clásicos griegos, cuyas obras han llegado hasta nosotros a través de veinticinco siglos, tenían que ganarse la vida en oficios que se llamaban serviles, rompiéndose el alma con las esquinas de la realidad hosca y sucia. Por eso, cuando se sentaban a escribir, pedían a las musas que les concedieran el don de la belleza y la hermosura, eso que tanto escasea veinticinco siglos después.
Aunque… no tanto, amigos; si no, lean estos versos. Son de un poeta que pasó parte de su vida en el monte, entre los riscos, criando cabras y ovejas:
“Tengo estos huesos hechos a las penas/ y a las cavilaciones estas sienes:/ pena que vas, cavilación que vienes/ como el mar de la playa a las arenas.
“Como el mar de la playa a las arenas,/ voy en este naufragio de vaivenes,/ por una noche oscura de sartenes/ redondas, pobres, tristes y morenas.
“Nadie me salvará de este naufragio/ si no es tu amor, la tabla que procuro,/ si no es tu voz, el norte que pretendo.
“Eludiendo por eso el mal presagio/ de que ni en ti siquiera habré seguro,/ voy entre pena y pena sonriendo”.
Son de Miguel Hernández. No necesitó una escuela donde le enseñaran a usar la lengua con belleza. La belleza la llevaba dentro.

Luque Maricarmen

Las dificultades del plural

La formación del plural es un tema que muchas veces presenta dificultades que no siempre se resuelven siguiendo la regla general de añadir una “s” al singular que acaba en vocal átona (sin acento), como mesa, silla o mueble, o bien la sílaba “es” al que termina en consonante o en vocal tónica, como reloj o rubí.
Porque sucede que muchas palabras cuya letra final es i o u acentuada fluctúan entre la “s” o “es” para formar sus plurales. Y así nos podemos encontrar maniquís o maniquíes, rubís o rubíes, bambús o bambúes, tabús o tabúes, esquís o esquíes y muchos más. Ambas formas son correctas, aunque cada vez con mayor frecuencia se tiende a pluralizar de la forma más simple, es decir, añadiendo sólo la “s”.
Existe un buen número de sustantivos, en su mayoría extranjerismos procedentes del inglés y del francés, que forman su plural de distintas formas: con “s”, “es” o bien permaneciendo invariables: de álbum, álbumes; de ballet, ballets; de boicot, boicots; de cóctel, cócteles; de eslogan, eslóganes, de estándar, estándares; de sándwich, sándwiches y de yogur, yogures, no ese extraño yogurts que tantas veces se oye.
Permanecen invariables en singular y en plural los vocablos déficit, fax y telex.
En cuanto a la palabra Oscar, referida al galardón que anualmente concede la Academia de Ciencias y Artes Cinematográficas de Hollywood, ¿cuál es la forma adecuada de pluralizarla?
Cuando se escribe con mayúscula, la forma Oscar es invariable para el singular y el plural; y se dice y escribe igualmente, ceremonia de entrega del Oscar, como de los Oscar. Si la palabra va escrita con minúscula, se acepta el plural que tiene en su lengua original como sucede con las palabras extranjeras no adaptadas a nuestro idioma; así: “La película galardonada acumuló varios óscars”
Amigos, a todos los que aquí nos encontramos cada semana, y a los que no, también, les deseo toda la felicidad en estas fiestas y que en el año 2004 reine la paz en nuestro mundo, en nuestras familias y en nuestros corazones.

Luque Maricarmen

Lo desconocido de los famosos

Siempre es interesante hablar de personajes famosos, porque sucede que con frecuencia se ignora de ellos facetas no divulgadas o anécdotas conocidas sólo por unos pocos. Por eso les traigo hoy a Alexander Graham Bell, el conocido físico norteamericano de origen inglés, que vivió 75 años entre el siglo XIX y la primera mitad del XX.
A los dieciséis años abandonó los estudios musicales para dedicarse a la fonética. En Canadá, donde emigró con su familia, se dedicó a enseñar a los sordomudos el lenguaje por signos. Pero se hizo famoso, sobre todo, por haber inventado el teléfono, ese prodigioso instrumento que acorta tantas distancias y aligera tantos bolsillos.
La genialidad del gran Bell ya apuntaba desde chiquito, pues siendo niño construyó una muñeca parlante que decía mamá. Y además del teléfono hizo otros importantes inventos, por ejemplo, ideó un prototipo de pulmón de acero para la respiración artificial.
En el campo de la eugenesia, es decir, la genética aplicada al perfeccionamiento de las especies, llegó a crear una raza de ovejas extraordinariamente prolíficas.
Uno de los inventos más curiosos y menos conocidos de Graham Bell fue el de un instrumento para localizar metales dentro del cuerpo humano. Lo utilizó en 1881 para detectar una bala alojada en el cuerpo del entonces presidente de los Estados Unidos, James Garfield, tras haber sufrido un atentado. Pero sucedió que el invento no funcionó, pues se lo aplicaron al Presidente tumbado en la cama sobre un colchón de muelles metálicos, lo que neutralizó el efecto del detector, perdiendo su eficacia.
Ante el aparente fracaso del invento de Bell, los médicos practicaron al herido una exploración quirúrgica que le produjo una infección de la que murió poco después.
Sin embargo, en ocasiones posteriores se comprobó que el detector de Bell funcionaba perfectamente, pero la casi inmediata aplicación de los rayos X a la medicina hizo que el invento de este genio pronto quedara obsoleto.
Son curiosidades de la historia.

Luque Maricarmen

Las dudas de la sinonimia

Entre implantar e implementar surge la duda de la sinonimia: ¿significan lo mismo o son palabras diferentes?
Implantar es establecer y poner en ejecución nuevas prácticas, costumbres, doctrinas, etcétera. Se implanta lo que antes no estaba establecido, lo que no se acostumbraba. “La práctica de celebrar una asamblea mensual la implantó el jefe anterior”, se dice en la oficina. Implementar es poner en funcionamiento y aplicar métodos o medidas para realizar algo: “La nueva directiva implementó los recursos económicos necesarios para poner en marcha el proyecto”.
Sin embargo, la palabra implemento, derivada del “implement” inglés, no es otra cosa que “utensilio”, algo útil y necesario. Son implementos de jardinería todos los utensilios que utiliza el jardinero para su trabajo: segadora, tijeras, rastrillo, etcétera. De la misma forma que el serrucho, el martillo, el formón y los clavos son útiles que el carpintero usa para trabajar, es decir, implementos de carpintería.
Otra cuestión aparte es la forma correcta de escribir la palabra derivada del vocablo inglés: interface “superficie de contacto”.
De interface se formó la palabra interfaz, que significa “conexión física y funcional entre dos aparatos o sistemas independientes”. Y se escribe así, acabado en zeta. El plural de interfaz es interfaces.
Y del inglés llegó al lenguaje de la comunicación, donde se utiliza con machacona insistencia, el término rating para referirse a lo que en puro español se llama índice de audiencia, que es, ni más ni menos, el número de personas que sigue un programa o una determinada emisora en un periodo de tiempo determinado. O sea, lo mismo que el anglicismo “rating”, pero en español.
Y termino recordando a alguno de mis lectores que cuando hablamos de tiempos remotos, lejanos, tan lejanos que no se tiene memoria de ellos, podemos aplicarles cualquiera de los dos adjetivos: inmemoriales o inmemorables, ya que ambos son válidos.

Luque Maricarmen

Diminutivos en el español

El lingüista, Emilio Lorenzo, trata en un interesante artículo el tema de los diminutivos en nuestro idioma, y yo se lo comento hoy.
Uno de los rasgos más característicos de nuestra lengua es el de los sufijos afectivos, que pueden ser diminutivos o aumentativos. Fíjense en “tipazo” o “padrazo”, en “chiquillo” o en “viejito”, aumentativos y diminutivos que no aumentan ni disminuyen, sino que dan a la palabra un valor afectivo.
No es obligatorio, pues, suponer una significación empequeñecedora a muchos diminutivos, como “tortilla”, que no es una torta pequeña, “vainilla”, que no es una pequeña vaina, “manzanilla” o “cerillo”; aunque junto a ellos “plazuela”, “mesilla” o “cursillo” son diminutivos para todos los hispanohablantes.
Pero, lo que vuelve locos a los no hispanohablantes, a la hora de traducir, son nuestros diminutivos, no de cosas o cualidades, sino de esas palabras que no pueden ser grandes ni pequeñas, porque no tienen dimensión. Por ejemplo, los gerundios, como de andando, “andandito”, o los adverbios, como de ahora, “ahorita” o de deprisa, “deprisita”, o como de tanto, “tantito”; o las expresiones, como “adiosito” o “hasta lueguito”. Todas esas palabras cuya forma gramatical les confiere un matiz afectivo y que difícilmente son explicables mediante reglas.
Y termino señalando que el uso de la palabra medio presenta dudas cuando es adverbio, o sea, cuando acompaña a un adjetivo o a un verbo; pues se oye con frecuencia decir “está media dormida” o “es media despistada”, como si el adverbio tuviera que concertar con la palabra que le sigue.
El adverbio es un elemento invariable, por lo que siempre se utiliza en la misma forma, independientemente de la palabra a que acompañe. Debe ser, por lo tanto, está medio dormida o es medio despistada.
Distinto sería si “medio” hiciera oficio de adjetivo partitivo, en cuyo caso, como cualquier adjetivo, irá concertando con el sustantivo que le sigue; así: medio kilo, media docena, medio vaso o media taza.

Luque Maricarmen

Lo nuevo en la Real Academia

En la última edición del Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua (RAE), que llevamos usando desde el año 2001, aparecen nuevos vocablos, nuevos no de uso, puesto que algunos de ellos ya figuraban en nuestro vocabulario, pero sí de nueva entrada en este instrumento académico.
Tal vez ya se haya encontrado con el verbo epatar, procedente del francés “epater” que significa “deslumbrar”. En español, epatar es ‘pretender causar asombro o admiración’, por lo que el que trata de deslumbrar, de asombrar a los demás o de “apantallar” es epatante.
Y estarán de acuerdo conmigo en que al epatante… no hay quien le aguante.
Atendiendo al uso frecuente que se hace de la palabra entente, ya figura en nuestro Diccionario. También de origen francés donde significa “entendimiento”, el entente es el «pacto, acuerdo o convenio que se hace entre países o gobiernos» y, por extensión, «el que se hace entre empresas para limitar la competencia». Por ejemplo: “los empresarios llegaron a un entente para evitar la competencia desleal”.
Propia del lenguaje coloquial es la palabra escaqueo. Escaqueo es el resultado de escaquear, «eludir una tarea u obligación en común». Se escaquea el que falla a la hora de realizar su parte en un trabajo de equipo o elude una obligación. Por ejemplo: “siempre que trabajamos en equipo fulanito se escaquea”, o sea, «escurre el bulto», como suele decirse.
Y derivadas de “estatal”, que “se refiere al Estado”, ya están registradas estatalizar, «convertir una empresa privada en estatal», con los sustantivos correspondientes: estatalización o estatificación, ambos sinónimos. Por ejemplo: “al producirse la estatalización (o estatificación) de las gasolinerías, bajó el precio del combustible”. El estatalismo es «la tendencia a que el Estado intervenga en las actividades privadas». Por ejemplo: “en ese gobierno el estatalismo es tan fuerte que aplasta la iniciativa privada”.
Es la versión académica de los nuevos vocablos presentes en nuestra comunicación diaria.

Luque Maricarmen

Poesía necesaria

Se está celebrando en estos días de noviembre, en la ciudad española de Valladolid, el IV Congreso Internacional de la Lengua, bajo el título “Poesía necesaria”.
Es un encuentro en el que se rinde merecida atención a la poesía, “forma de expresión que no cabe en el lenguaje y que, sin embargo, es lenguaje”.
Decía Machado que el lenguaje poético consigue llevarnos al otro yo del ser, de uno mismo, de las cosas y del mundo.
Según García de la Concha, director de la Real Academia, la poesía “trastorna el ritmo de lo cotidiano y convierte a la sociedad en comunidad”.
“En una sociedad de globalización, donde hasta el lenguaje iguala y uniforma, es la poesía la que busca diferencias. El poeta toma las palabras de cada día y las devuelve al hablante dotadas de un sentido puro y original”.
“El poeta es un servidor de la palabra que pone el lenguaje en tensión, y la sociedad lo necesita”. Amor y poesía cada día es la máxima que defiende el académico.
“Poesía necesaria”, hermoso lema para un Congreso de la Lengua. Un encuentro más entre especialistas y artistas de la lengua. Con la presencia “ausente” de poetas tan representativos como Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Octavio Paz, Pablo Neruda… en la voz de otros poetas. Decía Gabriel Celaya: “…poesía para el pobre, poesía necesaria como el pan de cada día…”.
Y la presencia gozosa del poeta colombiano Alvaro Mutis, quien, saliendo al paso de los que sostienen que la poesía no puede sobrevivir a este mundo excesivamente tecnificado y en crisis, afirma: “La poesía tiene poder salvador porque desvela la verdad del hombre, es la voz secreta de los rincones más escondidos por el dueño del alma y nace de la necesidad urgente de que el hombre diga la verdad de sí mismo”.
Valladolid está siendo en este IV Congreso Internacional de la Lengua un parnaso donde suenan las voces de los que poetizan en español, un foro donde, superadas antiguas rivalidades y guerras literarias libradas durante años, caben todas las tendencias y donde la poesía se “siente” necesaria, salta por encima de diferentes corrientes, se despoja de las máscaras que, a lo largo de años, le fueron poniendo, y se asienta con normalidad entre otras manifestaciones de la lengua.
La poesía es de todos y para todos, y todos debemos ir a buscar en ella eso que este mundo nuestro tanta veces nos regatea: la belleza.

Luque Maricarmen

miércoles, 25 de marzo de 2009

Aguerridos soldados y altivos caballeros

No hace mucho, unos extranjeros me formularon una curiosa pregunta: Rocinante, la cabalgadura de Don Quijote, el héroe de la novela de Miguel de Cervantes, ¿es macho o hembra?
Pues, por si esa misma duda se le ha planteado a alguno de mis lectores, ahí va la respuesta.
Rocinante era un rocín “matalón”, es decir, endeble y lleno de mataduras. Y si es un rocín, está claro que es macho, porque el rocín, en español, es un caballo de mala traza, basto y de poca alzada.
Queda claro, entonces, el sexo de Rocinante, el caballo del manchego universal, Alonso de Quijano, conocido mundialmente como Don Quijote de la Mancha.
Como claro está el género de Tizona, la célebre espada del Cid que tan diestramente esgrimió a lomos de su caballo Babieca, y con la que tantas tierras reconquistó a los moros para España.
El soldado, Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, es el personaje central del Poema de Mío Cid, la primera obra completa escrita en castellano, allá por el siglo XII.
Y si de espadas famosas se trata, también lo es Escalibur o Escalibor.
Perteneció al legendario rey Artús o Arturo, príncipe de los antiguos bretones, cuya corte de caballeros fue conocida como Los Caballeros de la Tabla Redonda, en alusión a la mesa a cuyo alrededor se sentaban a deliberar sobre los asuntos del reino.
Pues cuenta la leyenda que al morir su padre y reclamar el hijo su derecho al trono, sólo se lo concedieron cuando fue capaz de arrancar la famosa espada de una enorme piedra en la que estaba clavada, hazaña que nadie antes había logrado realizar.
Y fue la espada Escalibur la fiel compañera del rey Artús o Arturo en todas las batallas que tuvo que librar hasta su muerte.
Ficción o realidad, ¡quién sabe! Un poco de todo, pero, en cualquier caso, hermosas historias de aguerridos soldados y altivos caballeros.

Luque Maricarmen

Las faltas de los cronistas deportivos

Ya hemos comentado otras veces las faltas contra la lengua que con frecuencia cometen los cronistas deportivos, aunque, tal vez, sean ocasionadas por la urgencia o la pasión que imprimen al mensaje.
Pero, sí conviene señalarlas para que no se conviertan en hábitos que se transmiten al gran público.
Porque, ¿cuántas veces, a lo largo de una transmisión deportiva, oímos frases como ésta: “Continúa inalterable el resultado inicial?”.
No se puede hablar de un resultado presente mientras el juego está en acción, porque el resultado es “la consecuencia de un hecho”. Si el hecho es un partido de futbol y éste todavía no ha terminado, ¿cómo va a haber resultado? Y mucho menos “inicial”. Pero, si además, como añade el reportero, ese resultado es inalterable, no puede cambiar, ¿para qué siguen jugando los futbolistas? Distinto sería si la frase hubiera sido: “Continúa estable la puntuación inicial”, ¿no les parece?
También sorprende oír a un eminente periodista, refiriéndose a la indefensión en que quedan los que declaran en un juicio criminal contra el asesino, si no sería posible proteger la secresía del declarante para que no sea objeto de represalias. Y demostrando que no se trataba de un lapsus linguae, repitió el “palabro” varias veces. Es de suponer que lo que quería saber es si el declarante puede quedar en el anonimato o si se puede guardar el secreto de su declaración. Porque ni “secresía” ni “secrecía” existen en nuestro idioma.
En cuanto a la palabra asimismo, equivalente a “también” o “de igual modo” puede escribirse como antecede, o en dos palabras separadas, así mismo (sólo en este último caso con acento). Y hablando de acentuación, conviene saber que todas las palabras terminadas en “mente”, como fácilmente, realmente, hábilmente, que no son otra cosa sino adverbios de modo derivados de adjetivos, conservarán el acento del adjetivo de que proceden y no lo llevarán si el adjetivo que las forman tampoco lo lleva: individualmente, lógicamente, alegremente, enérgicamente. Son recordatorios que, seguramente, les servirán.

Luque Maricarmen

El surgimiento de la filatelia

Si alguno de los que me leen es aficionado a la filatelia, o sea, a coleccionar y estudiar los sellos de correos o timbres, tal vez sienta curiosidad por saber cómo surgió esta afición y quién fue el primer filatélico o filatelista, porque de ambas formas se llama.
Cuentan que en 1835, un miembro del Parlamento británico, Rowland Hill, fue sorprendido en un viaje por una fuerte tormenta y tuvo que guarecerse en una posada, donde fue testigo de un hecho curioso: Un empleado del servicio de Postas entregó una carta a una criada quien, después de revisar el sobre, se la devolvió al funcionario alegando que no tenía dinero para pagar la tarifa de envío, dado que en aquel tiempo ésta debía ser pagada por quien recibía la carta, no por el que la enviaba.
El político británico que presenciaba la escena, por ayudar a la criada, se brindó a abonar el importe, pero ella le contestó que no merecía la pena, ya que el sobre estaba vacío. Y le explicó al caballero que, como no sabía leer, su novio, de quien era la misiva, le enviaba solamente el sobre, dibujando en él unas señales, acordadas de antemano, que le informaban sobre su estado de salud, su trabajo y la fecha de regreso a su pueblo.
Por este procedimiento, estaba claro que cualquier destinatario de una carta podía recibir el correo, enterándose de su contenido mediante un código previamente establecido, sin desembolsar ni un penique por el servicio.
Esta fue la razón por la que Mr. Hill propuso en la Cámara de los Comunes la reforma del correo y, a partir de 1840, cada carta debía ser franqueada por el remitente mediante un timbre o sello de Correos engomado que se aplicaba al sobre.
El primer sello que se imprimió llevaba la efigie de la reina Victoria, y con él surgió el primer filatélico o filatelista; fue un miembro del servicio de conservación del Museo Británico quien desde el periódico Times solicitó el intercambio de sellos, naciendo así la filatelia, que hoy cuenta con miles de aficionados en el mundo entero.
¿Curioso, no? Otro día, más...

Luque Maricarmen

La vitalidad del castellano

Uno de los muchos encuentros que reúne cada tres años a especialistas y estudiosos del español es el Congreso Internacional de Historia de la Lengua Española.
El último, celebrado en Madrid en este mes de octubre, ha sido una nueva manifestación del interés que despierta en el mundo nuestra lengua.
Lingüistas, filólogos, hispanistas y estudiosos en general han acudido a la cita, y durante una semana han dejado constancia de la marcha del español, de los nuevos estudios hechos en investigación lingüística que desbrozan aspectos polémicos de la lengua en su evolución, de los avances espectaculares en su difusión y uso en distintos países, de la constatación de la unidad y diversidad de nuestro idioma y, cómo no, de su proyección americana que la convierte en la segunda lengua más importante del planeta.
El eje de este VI Congreso Internacional de Historia de la Lengua Española ha sido el pluricentrismo del español, que tras su larga trayectoria de cinco siglos por América, posee los rasgos peculiares de cada país, pero conserva una inquebrantable unidad.
La asistencia y participación de especialistas de más de 40 países, especialmente del continente americano, confirma la importancia de esta área hispanohablante en el devenir de la lengua española.
La sesión de clausura fue dedicada al recuerdo de dos ilustres miembros de la Asociación, desaparecidos en el transcurso entre los dos últimos Congresos: los lingüistas Rafael Lapesa y Manuel Alvar, cuyos trabajos constituyen verdaderos pilares en el campo de la investigación del español.
Este Congreso Internacional de Historia de la Lengua Española, cuyas sesiones se celebran cada 3 años, tendrá lugar en el año 2006, en México, gracias al ofrecimiento hecho por los congresistas mexicanos, entre los que se encontraban el director de la Academia Mexicana de la Lengua, Fernando de Alba, y la lingüista mexicana Concepción Company, ofrecimiento que fue recibido con entusiasmo por todos los asistentes al Congreso. Yo me apunto.

Luque Maricarmen

Patadas al diccionario

Seguro que a ustedes, como a mí, siguen sorprendiéndoles los medios de comunicación con esas frecuentes “patadas” al diccionario. Si quieren desarrollar un espíritu crítico hacia el idioma, escuchen o lean con cierta disposición analítica lo que nos llega a través de las ondas o de la prensa escrita.
Un comentarista de futbol escribe en su crónica: “la culpa de que el equipo ascendiera a primera división la tuvo el portero con su buen hacer”.
¿Se puede considerar el ascenso a primera como una culpa, y se puede culpar el “buen hacer”?
Porque si no es así, debería haber escrito que el mérito del ascenso del equipo debe atribuirse al portero, o bien que, gracias al buen hacer del portero, el equipo ascendió a primera división. Y no señalar culpas donde no las hay.
De una noticia periodística surge el error contrario: “Gracias a la violencia de la corriente algunas embarcaciones se fueron a pique”. Como si el hecho de que las embarcaciones zozobren fuese motivo de agradecimiento.
En ambos casos se está tergiversando el sentido de las expresiones “por culpa de” y “gracias a”.
Y siguiendo con el periodismo deportivo, el entrenador aconsejó a su equipo salir con ímpetu al terreno de juego “en aras de” no descender a segunda división. Extraño resulta aquí el empleo de la expresión “en aras de” que, como todos sabemos, significa “en honor o en beneficio de algo”. Y el descenso a segunda división no parece ser motivo de honores.
“En aras de la deportividad, los jugadores de los equipos enfrentados se abrazaron calurosamente”, sería hacer un buen uso de esa expresión.
Pero no salgo de mi asombro cuando leo el titular de un artículo sobre el origen de la ya desaparecida peseta española: “El rey Fernando I dividió su reino, con lo que empezaron las guerras intestinales”.
¡Caramba! Teniendo en cuenta que no hay más guerras intestinales que las que los intestinos sostienen con la materia fecal para deshacerse de ella, es de suponer que las provocadas por la división del reino no fueran intestinales, sino intestinas. Porque no es lo mismo.
Intestino, como adjetivo, significa interno. Y guerras intestinas son guerras internas o civiles.
Seguiremos con esto…

Luque Maricarmen

Nombres concretos, no ambigüedades

Existe en nuestra lengua la palabra imperdible, cuyo uso poco frecuente se limita en México al del significado de “lo que no se pierde”. Sin embargo, es conveniente conocer su otro significado como sustantivo, de uso en otros lugares de habla española. El imperdible es “un alfiler que se abrocha, quedando su punta dentro de un gancho para que no pueda abrirse”.
Desde luego que el imperdible es un seguro, pero, teniendo en cuenta que seguros hay muchos, llamarlo así no especifica de qué clase de seguro se trata. Conviene, pues, darle su nombre específico, que en este caso es imperdible, para distinguirlo de otros.
Algo semejante ocurre con cremallera. La cremallera, eso que cometiendo un pochismo se ha dado en llamar zipper, es “un cierre que se aplica a una abertura longitudinal, y consiste en dos tiras de tela guarnecidas en sus orillas de pequeños dientes de metal o plástico, que se traban o destraban entre sí por medio de un cursor metálico”.
Efectivamente, la cremallera es un cierre, pero no cualquier cierre, sino uno con determinadas características.
Y es que, muchas veces, a ciertos objetos se les aplica el nombre genérico de la función que realizan, sin concretar las peculiaridades de cada uno.
Como ocurre con la palabra grifo: “esa llave de metal colocada en la boca de las cañerías y en depósitos de líquidos, para regular el paso de éstos”.
Claro que el grifo es una llave, pero llamarlo así puede conducir al error de confundirlo con otra clase de llave de las muchas que hay.
Estamos todos de acuerdo en que el imperdible es un seguro, la cremallera, un cierre y el grifo, una llave, pero hay muchas realidades distintas que responden a estas tres palabras, por lo que aplicar el nombre concreto a cada realidad evitaría ambigüedades y haría más rico el idioma al emplear mayor cantidad de vocablos.
Leía hace tiempo en un periódico que “la policía había interceptado una pelea entre dos bandas de la calle”. Pero, si interceptar es apoderarse de una cosa antes de que llegue a su destino, la policía puede interceptar un alijo de droga en la frontera antes de que entre en el país, o el jugador de un equipo de futbol puede interceptar el balón antes de que se cuele en su portería. Y también es interceptar “obstruir una vía de comunicación”, por lo que la carretera de Acapulco pudo estar interceptada por la inundaciones… pero la pelea, mejor que interceptarse, se interrumpe o se detiene.

Luque Maricamen

Parecidas con diferente significado

Continuamente tropezamos con palabras parecidas en la forma, pero bien distintas en su significado, y es preciso recordarlas de vez en cuando para evitar confusiones.
Entre ensartar e insertar hay una gran diferencia. Se ensarta o se enfila un collar cuando las cuentas o las perlas se pasan por un hilo o alambre; porque ensartar es eso: pasar un hilo, cuerda o alambre por el agujero de distintas cosas. Aunque también tiene otro sentido más desagradable: meter por un cuerpo un objeto puntiagudo hasta atravesarlo. En algunas películas se ve el antiguo y crudelísimo tormento del empalamiento, que consistía en ensartar a los seres humanos en un palo como se ensarta a un ave en el asador. Y en filmes de gran violencia, no son raras las escenas en las que alguien cae sobre un objeto punzante que le atraviesa, y en el cual queda ensartado.
Otro sentido bien diferente de esta palabra es el que se le da en algunos lugares de
América, como en México: hacer caer a alguien en un engaño o trampa.Insertar, en sentido general, es incluir o introducir algo en otra cosa. Se inserta una información cuando se le da cabida en las columnas de un periódico o revista. Se pueden insertar párrafos entremedias de un escrito, como en un programa de radio o de televisión se insertan mensajes publicitarios.
Entre aparejar y emparejar conviene señalar la diferencia. Aparejar es prevenir, preparar o disponer algo. Se apareja el caballo para que esté listo para la monta, y a una lancha se le pone al aparejo o se apareja, para que esté en disposición de navegar.
Emparejar, amigos, es otra cosa. Es algo que todos, o casi todos, los seres vivos realizan a lo largo de su vida: juntarse de dos en dos formando pareja.
Aunque también es emparejar, poner una cosa a nivel con otra. Y se emparejan las puertas o ventanas cuando se juntan de modo que se ajusten, pero sin cerrarlas. Y dicho de una persona, se empareja con otra que estaba más avanzada en algo, cuando se pone a su nivel.
Y termino haciendo la distinción entre florear y florecer. Florear es “adornar con flores”, florecer es “echar flores”, aunque si no somos demasiado rigurosos con el idioma, diremos que en distintos lugares de habla española se utilizan ambas para el segundo significado.
Es conveniente, sin embargo, saber que cuando el queso o el pan se ponen mohosos se dice que están “florecidos”, del verbo florecer.

Luque Maricarmen

La gabardina... en pelota

¿Tienen curiosidad, amigos, por conocer la historia de la gabardina?
Procede del cruce de dos palabras: “gabán”, que en siglo XIV, y durante muchos años fue un “sobretodo” de hombre, prenda que se ponía sobre toda la ropa que llevaba encima, y “tabardina”, diminutivo del “tabardo” que, como hoy, era una prenda de abrigo de calidad basta u ordinaria.
Pues de gabán y tabardina surgió en castellano la palabra gabardina, la cual en el siglo XV era “un ropón usado por los labradores”, y hoy “un sobretodo de tela impermeable”. Y del castellano pasó al “gabardine” francés, y como “gaberdine” la utiliza Shakespeare en el siglo XVI.
Y para el que le interese de dónde viene la palabra radar, es de origen inglés y fue incorporada al español en 1945. Se formó con las iniciales de los vocablos “radio detecting and ranking”, esto es, “detección y localización por radio”.
Existe en español una expresión que, aunque a muchos suene vulgar, apareció en nuestra lengua en el siglo XVI, y ya en el XVII es recogida en el Quijote: en pelota.
“A Sancho le quitaron el gabán y le dejaron en pelota”, dice Cervantes, aunque en aquella época la expresión quería decir “a cuerpo”, o sea, en ropa de casa.
Con el tiempo, “en pelota” cambió de significado, pues en el siglo XVIII, el Padre Isla habla de “un joven desnudo, en pelota, como su madre le parió”, tomando la expresión el sentido que hoy tiene: desnudo, en cueros, pero sin intención maliciosa, ya que la palabra pelota se deriva de la latina “pellis” que es piel; por lo que “estar en pelota” era como estar en piel, es decir, desnudo. Pero la historia continúa, y ya en el siglo XIX la palabra “pelota” toma en el habla popular otra significación, relacionándola con los atributos viriles. Y se empieza a alternar el singular con el plural, aunque es en plural, “en pelotas”, donde toma un carácter vulgar, mientras que en singular conserva su aspecto culto.
El escritor guatemalteco, Miguel Angel Asturias, escribe: “El jefe se quedó en pelota”, y el mexicano, Juan Rulfo: “… volvió a hacer la operación de secarse, en pelota”. Está claro que la expresión se ha degenerado al pluralizarla, sin embargo, en singular, como fue en su origen, puede usarse sin temor a la vulgaridad, y aplicarse a cualquier persona que no tiene ropa puesta.
El original y auténtico en pelota significa literalmente “en piel, en pellejo o en cueros”, es decir, desnudo.

Luque Maricamen

Todo tiene su razón

Sobre las frases hechas, dichos, refranes y proverbios, hay mucho escrito, y lo que hay escrito suele ser ameno e interesante.
Cuando alguien se marcha de donde está, repentinamente y sin despedirse, se dice que se despidió “a la francesa”.
La expresión nació en el siglo XVII, cuando en la corte francesa se puso de moda abandonar las reuniones “sans adieu”, esto es, “sin adiós”, con lo que se daba a entender que, a pesar de que la reunión era agradable, uno tenía que irse por alguna razón ajena a su voluntad. Esa conducta entraba en las normas de la cortesía palaciega, donde se consideraba de mal gusto avisar de la marcha, y de peor educación aún, excusarse por irse.
Tal costumbre fue mal vista en el resto de Europa, dando lugar a la frase mencionada de: “despedirse a la francesa”. Aunque los franceses dicen hoy, en esa misma situación, “despedirse a la inglesa” o “despedirse a la española”.
Habrá que enterarse si es por devolver la pelota o si tiene fundamento.
Cuando dos personas hablan mal de una tercera, afeándole sus defectos o injuriándole, se dice que lo están poniendo “de chupa de dómine”.
La “chupa” era un saco o chaquetilla modesta que solía vestir el “dómine”, maestro de gramática latina: un individuo siempre de cortos recursos y cuya falta de aseo era proverbial. Ambas cosas se juntaban para que la “chupa” que usaba estuviera siempre sucia o vieja, o sea, hecha un trapo. Por eso, poner a alguien “como chupa de dómine” es lo mismo que ponerle “como un trapo”.
Cuando alguien destaca por su orgullo, vanidad y presunción, se dice que “tiene muchas ínfulas”.
La ínfula era un adorno de lana blanca, a manera de venda, con que se cubría la cabeza y de la cual colgaba a cada lado una cinta o listón. Antiguamente se usaba como símbolo de autoridad o como señal de clase alta. Solía ser ancha y se retorcía como una guirnalda, colocándose a modo de diadema y atándose por detrás con los listones colgantes.
Los sacerdotes paganos y los reyes de la antigüedad las usaban como distintivo de su dignidad. Por todo ello, del orgulloso, engreído, vanidoso o fatuo se dice que “tiene muchas ínfulas”.
Como ven, amigos, todo lo que decimos tiene su porqué. Otro día les cuento más.

Luque Maricarmen

A favor de nuestra lengua

Dice el periodista Alex Grijelmo, en su libro Defensa apasionada del idioma español, que en Zacatecas olvidarse de la letra “e” le costó novecientos pesos a un hostelero, el cual tuvo que pagarlos por haber escrito “restaurant” sobre la puerta de su restaurante.
Afirma que toda la ciudad luce los carteles de sus establecimientos en correcto español, sin boutiques, snacks, grill ni Emiliano’s bar. Y que al dueño de una tienda que lucía el letrero de “discos y casettes” le obligaron a escribir “discos y cintas”.
Cuenta que la Junta de Protección y Conservación de Monumentos y Zonas típicas del estado de Zacatecas, entre una larga lista de prohibiciones lingüísticas, prohíbe anunciarse usando palabras en idiomas extranjeros, y que los zacatecanos muestran un profundo sentimiento de propiedad de la lengua española, por lo que se empeñan en la persecución de los extranjerismos.
Pero no en todas partes son aceptadas y adoptadas tales medidas, ni parecidas. En Argentina, en 1993, un ministro intentó que se promulgara una Ley de Defensa del Idioma, pero recibió tal aluvión de críticas y protestas que presentó su dimisión.
En la década de los 80 se creó en México una Comisión para la Defensa del Idioma Español, que tuvo una vida muy corta. Sin embargo, en Colombia, en 1980, se promulgó un decreto por el que se obligaba a expresar en español el nombre de todo establecimiento, empresas, centros culturales o deportivos, hoteles y restaurantes. Y una ley, en Costa Rica, prohibió, en l996, que las empresas utilizaran rótulos escritos en idiomas que no fueran el español o las lenguas aborígenes.
Una propuesta similar se puso en marcha en las islas Baleares, en España, donde la invasión turística ocasionó que hasta la carta de los restaurantes estuviera escrita en idiomas extranjeros, pero no en español. Y yo tuve la experiencia, hace tiempo, de lo difícil que era encontrar libros y revistas en español en una zona turística de las islas.
No se trata, amigos, de implantar medidas dictatoriales para proteger el idioma, pero sí de crear políticas a favor de la lengua propia, las cuales fomenten la buena conciencia lingüística de los hablantes. Todos lo necesitamos.

Luque Maricarmen

Los gazapos

Ahí van, amigos una serie de errores o “gazapos” que cometemos en el uso habitual de nuestro idioma. La mayoría, de forma inconsciente, lo que hace que se queden fijos en el lenguaje y sean difíciles de desterrar. Por eso vamos a “poner el dedo en la llaga”.
“Lo haremos más mejor si...” Es una falta importante emplear mejor, que es un comparativo, con más, que es el término utilizado para formar el comparativo de superioridad. Sobra uno de los dos. Pero, si lo que queremos es enfatizar el “mejor”, hagámoslo con el adverbio “mucho”, y en lugar de “más mejor”, digamos mucho mejor. De esta manera hablaremos mucho mejor, no más mejor.
“Hoy llega su mamá de mi cuñada”, “vamos a la casa de su papá de Eduardo”. ¿Qué necesidad hay de usar ese posesivo “su”, si la posesión ya va indicada al nombrar al poseedor? Juntar el posesivo con el poseedor es innecesario y vulgariza la expresión. “Hoy llega la mamá de mi cuñada”, deja lo suficientemente claro de quién es la mamá que llega hoy, y “vamos a la casa del papá de Eduardo” es más que suficiente para saber de quién es la casa y a dónde tenemos que ir.
Y es que el contagio del inglés cada vez es más fuerte en nuestra lengua. Sabido es que el hablante anglosajón utiliza muchos más posesivos que el hispanohablante, y ya se está percibiendo ese modo de hablar entre nosotros. Hoy es más frecuente oír “tengo mi dinero en una cuenta de ahorro” que “tengo el dinero en una cuenta de ahorro”; “iré a buscarte en mi coche”, que “iré a buscarte en el coche”, o “me duele mi cabeza”, que “me duele la cabeza”, cuando nunca en español se hizo abuso de posesivos.
“Entre más estudies, más aprenderás” y “contra más le dan, menos se esfuerza” son dos muestras de frases construidas de forma vulgar; porque el adverbio de cantidad “más” no se refuerza con las preposiciones “entre” y “contra”, sino con el adverbio relativo cuanto, por lo que la construcción correcta será: “cuanto más estudies ...” y “cuanto más le dan ...”. Es un vicio muy arraigado, incluso entre personas de nivel cultural elevado.
Debemos cuidar el lenguaje incluso “para andar por casa”. Sólo así el buen hablar se convertirá en algo espontáneo y natural. Merece la pena el esfuerzo.

Luque Maricarmen

La buena salud del castellano

Les paso, amigos, una noticia fechada en Brasilia el 5 de este mismo mes sobre la expansión de nuestra lengua, tema que, según mi opinión, es de interés para todos los hispanohablantes.
Habla sobre el proyecto de ley que la Comisión de Educación del Senado brasileño va a presentar al Congreso para su aprobación, la cual busca imponer la enseñanza del español en todas las escuelas primarias y secundarias del país.
El senador, autor del proyecto, pretende con ello una mayor integración de Brasil en América Latina, para lo que considera indispensable hablar la lengua mayoritaria en la región, el español.
Parece que todas las fuerzas políticas brasileñas coinciden en que es fundamental para el país una mayor integración cultural y educacional con sus vecinos, y nada mejor para ello que el lazo del idioma.
En un país de 175 millones de habitantes, la mayoría jóvenes, la obligatoriedad del conocimiento del español en los niveles que se pretende, supondrá un considerable ensanchamiento del área hispanohablante.
El campo lingüístico del idioma español sigue creciendo, lo que es un orgullo para lo que lo tenemos como propio, pero somos nosotros, cada uno de nosotros los que, haciendo buen uso de él, debemos engrandecerlo. Ese es nuestro empeño, el de quien escribe estas líneas y el de quien las lee. Estamos en ello.

Pero no quiero terminar sin dedicar un recuerdo, corto en el espacio, pero largo en el tiempo, a quien hace días nos dejó sin su cuartilla.
No conocía personalmente a Carlo Coccioli, pero he sentido en esta página su vecindad, su cercanía a lo largo del tiempo.
Extrañaré, como lo extrañarán sus lectores, esos latidos de su corazón, esos sentimientos compartidos, esos deseos de vivir con la serenidad que debe prestar una vida larga y fructífera.
Desde aquí, Carlo, felicidades por tu vida y gracias por todo lo que de ella nos dejaste compartir. Al volver esta página, siempre sentiremos el eco de tus palabras. Que los ángeles, tus ángeles, te acompañen.

Luque Maricamen

No amilanarse

La tarea de investigar el origen de las palabras siempre es curiosa e interesante. Hoy les traigo el verbo amilanarse, cuyo significado es “acobardarse o abatirse”. Tiene su origen en el temor que sienten las aves ante la presencia del milano, ave de rapiña que las amilana o atemoriza.
Se dice que las gallinas se “amilanan” cuando se acobardan ante la presencia del milano. Pero el hombre también se amilana ante alguien o algo cuando se acobarda. Y considerando el aspecto transitivo del verbo amilanar, alguien amilana a otro cuando lo acobarda o atemoriza.
Otra cuestión es la de los afijos, letras que se fijan a las palabras y modifican el significado de éstas. Si el afijo va antepuesto a la palabra, se llama prefijo: desconfiar, prejuzgar. Si va pospuesto, se llama sufijo: casucha, perrazo. A veces el sufijo es un pronombre que se afija al verbo y forma con él una sola palabra: morirse.
En español, el sufijo “ble”, de origen latino, acompaña a adjetivos casi siempre verbales para expresar la cualidad de poseer lo que está indicando el verbo a que corresponde ese adjetivo. Amable, envidiable, respetable, soportable o deseable corresponden a los verbos amar, envidiar, respetar, soportar y desear, y son aplicados a los que tienen la cualidad de ser amados, envidiados, respetados, soportados y deseados.
Si llevan el prefijo privativo “in” significa que carecen de aquello que expresa el verbo. Indeseable, incorregible, insoportable e indestructible corresponden a los verbos desear, corregir, soportar y destruir, y se aplican a los que no pueden ser deseados, corregidos, soportados ni destruidos.
Pero no caigamos en la tentación de pensar que todas las palabras que empiezan por “in” tienen un sentido de carencia o privación, porque cometeríamos el dislate (disparate) de afirmar que inflamable es lo que no puede encenderse y desprender llamas, cuando, en realidad es lo contrario, ya que el verbo inflamar significa eso: encenderse y desprender llamas, por lo que inflamable es lo que se inflama.
Y es que en este caso, “in” forma parte de la raíz de la palabra, como en el caso de “infierno”, “inteligente, “indio”, “influencia” y muchas más.
La semana que viene intentaré estar de nuevo con ustedes. Saludos.

Luque Maricarmen

Lo morbo del morbo

La palabra morbo y sus derivados a veces confunden, por lo que es necesario precisar su significado.
Morbo viene directamente del “morbus” latino, que significa “enfermedad”; por lo que en un primer sentido es alteración de la salud o enfermedad. Y el adjetivo correspondiente, morboso, se refiere a lo que causa enfermedad o se relaciona con ella.
La morbilidad es “la proporción de personas que enferman en un lugar y tiempo determinados”. Y se usa en casos como éste: “La morbilidad en el DF ha disminuido este invierno respecto a la del año pasado”.
Sin embargo, en términos coloquiales, morbo se usa en el sentido de “interés malsano por personas o cosas” o “atracción hacia acontecimientos desagradables”. Por ejemplo, “se acercó a contemplar el accidente, más por morbo que por ayudar”. Y, consecuentemente, será morboso el que manifiesta inclinación al morbo, el que se recrea en las situaciones desagradables.
Un adjetivo de la misma raíz, pero menos utilizado es mórbido, aplicado al que padece enfermedad o la ocasiona; aunque en un segundo sentido, más poético y que nada tiene que ver con el anterior, mórbido se aplica a lo que es blando, delicado y suave. Por eso, en los poemas eróticos, el poeta describe con pasión la morbidez de ciertas partes del cuerpo de su amada.
Y dejando aparte todas estas palabras ligadas etimológicamente, pero que toman diferente significado, voy a referirme a la locución prepositiva: “respecto a”. Su significado es “por lo que se refiere a” o “con relación a”, de manera que podrían usarse en su lugar cualquiera de estos dos valores. Pero si se prefiere la primera forma, “respecto a lo que hablamos ayer...”, son equivalentes, aunque menos frecuentes, “con respecto a” y “respecto de”; por ej: “con respecto a, o respecto de la política, no tiene una opinión formada”.
O sea, respecto a estas locuciones, es preferible el uso de la primera, pero lícito el uso de las tres.
Como también es lícito el de las dos frases prepositivas “bajo el punto de vista” y “desde el punto de vista”. Las dos formas pueden utilizarse sin temor a cometer falta.
El ilustre filólogo venezolano del siglo XIX, Andrés Bello, usaba como normal en su gramática, “bajo el punto de vista”, lo cual es garantía de corrección. Sin embargo, la norma actual prefiere “desde el punto de vista”, por lo que es más frecuente apuntarse a este uso.

Luque Maricamen

Términos del arte

Impresionismo y expresionismo son dos términos utilizados en el medio artístico, pero que en lenguaje habitual a veces plantean dudas. Ambos conceptos definen corrientes artísticas aparecidas a finales del siglo XIX y principios del XX.

El impresionismo, surgido en Francia, consiste en reproducir la realidad, atendiendo más a la impresión que ésta causa en el artista, que a la realidad misma. La luz juega un papel muy importante.

Como reacción al movimiento anterior, aparece en Alemania el expresionismo que propugna la expresión sincera de la realidad.

Muchos saben que el gran maestro del impresionismo fue Vincent van Gogh, una de las grandes personalidades del arte mundial, cuya influencia en la pintura moderna ha sido decisiva. Pero lo que no sé si muchos conocen es que a los 35 años sufrió un ataque de locura, y en los dos años que transcurrieron hasta su muerte, ya que se suicidó a los 37, realizó sus obras más brillantes.

En un acceso de locura intentó matar a su amigo y colega Paul Gauguin, y después, arrepentido de su acción, se castigó cortándose parcialmente una oreja.

Algunos afirman que esas crisis de demencia pueden tener su origen en el escaso éxito artístico de sus obras, pues, aunque parezca increíble, de los ochocientos setenta y nueve cuadros que pintó dicen que sólo vendió en vida uno: el titulado La viña roja. ¿Será cierto?

Y hablando de tendencias artísticas, en los últimos años ha surgido un vocablo: minimalismo, que define la corriente que reduce al mínimo sus medios de expresión, utilizando en sus manifestaciones elementos mínimos y básicos, como colores puros, formas geométricas simples, tejidos naturales etc. En literatura, el minimalista busca la expresión de las ideas mínimas empleando un lenguaje sencillo.

Y no existe relación entre minimalismo y maximalismo, porque nada tienen que ver. El maximalismo es una actitud, no una corriente artística. Los maximalistas son los partidarios de las soluciones más exageradas, más extremadas, para lograr algo.

Luque Maricarmen

Precaución con las parónimas

Es fácil confundir las palabras semejantes, esas que se llaman parónimas porque son parecidas en su forma o en su sonido. Y son numerosas en nuestra lengua. Vean:

Inicuo e inocuo son dos muestras de ello. Inicuo es el malvado, el injusto, el que comete iniquidades. ¡Líbrenos Dios de los inicuos! Sin embargo, inocuo es lo inofensivo, lo que no hace daño.

Entre asilar y exiliar a veces surgen dudas. Por eso conviene precisar que asilar es dar asilo, protección o cobijo. Exiliar o exilar es expulsar a alguien de su tierra, generalmente por motivos políticos. Y los dos verbos van uno a continuación de otro, pues los asilados son los que encuentran protección oficial en otro país al haber sido exiliados/exilados del suyo. Y el exilio puede ser forzoso o voluntario, según se le haya expulsado de su patria o, por el contrario, voluntariamente se haya expatriado.

Hay dos palabras sin semejanza alguna que, sin embargo, con frecuencia se usan una por otra en el lenguaje coloquial. Son envidioso y egoísta.

“Ese tipo es un envidioso, todo lo quiere para él”, se oye decir. Pero se le está dando al vocablo envidioso un sentido que no es el suyo. Porque lo cierto es que quien no quiere dar de lo suyo a los otros o compartirlo con los demás es egoísta, no envidioso. El egoísmo es el excesivo amor por uno mismo, que hace atender desmedidamente al propio interés, sin cuidarse del de los demás.

Llamar envidioso al egoísta es confundir un pecado con un defecto. Porque la envidia es más grave; es la tristeza o el pesar por el bien ajeno; es envidioso el que desea lo que otro tiene, doliéndose de que lo tenga.

Evidentemente, el egoísmo es más leve que la envidia, y el egoísta hace menos daño que el envidioso.

Y termino aclarando que cuando se rompe el hilo de lo que se está diciendo y se habla de otras cosas ajenas a ello, se hace una digresión, no una disgresión, como a veces se oye. Vean el ejemplo: “Cuando llegó el momento de explicar el reparto de las ganancias, hizo una digresión sobre la inutilidad del dinero”. ¿Sería por no repartir?

Luque Maricarmen

¡Eureka!: es haya, no haiga

Una vez más volvemos sobre el origen o la historia que llevan detrás esas expresiones o palabras de uso frecuente en nuestra lengua. Y como suelen ser curiosas, se las paso a mis amigos lectores.

Eureka es esa exclamación de júbilo que se emplea cuando se encuentra la solución de un asunto o problema buscado con afán. Y tiene su origen en el vocablo griego "eureka", que significa "he hallado", por lo que equivale al tan usado "lo encontré".

Se supone que el primero que empleó el ¡eureka! con ese matiz de entusiasmo fue Arquímedes, pues cuenta la leyenda, que el rey le encomendó que averiguase cuánto oro había en una corona, sin fundirla ni estropearla. Acongojado el sabio ante la responsabilidad de la respuesta, encontró la solución de una forma casual, como suele suceder con las cuestiones más difíciles.

Mientras disfrutaba de un baño, dio con la respuesta exacta, describiendo el principio de la hidrostática, que recibió con un formidable ¡EUREKA! El principio de Arquímedes pasó a la ciencia, y la expresión jubilosa ¡eureka! a muchas lenguas conocidas.

Esta que voy a contarles no tiene un origen tan noble. Es una palabra que no debía escapársele a nadie medianamente culto, pero que surge de repente y sin ninguna razón que lo justifique. Se trata de la palabra haiga, ese presente de subjuntivo del verbo haber que en buena ley todos, desde la escuela, hemos conjugado como haya, pero que, de vez en cuando, se disfraza de plebeyo y se convierte en "haiga".

Pues este espurio "haiga", no con este uso sino con otro de origen burlesco, se llego a popularizar en el habla de España; verán cómo:
Dicen que a poco de terminar la Guerra Civil Española, hacia los años 40 del siglo ya pasado, comenzaron a circular por las carreteras españolas caros y despampanantes modelos de automóvil extranjeros, y la gente comenzó a llamarlos "haigas", porque los propietarios eran indianos, españoles que volvían ricos de América, los cuales, al llegar a su patria, cuando se iban a comprar un automóvil, no preguntaban ni por el precio ni por la marca, simplemente decían: "Yo quiero el mejor que haiga". Y de esa metedura de pata gramatical, nació el apelativo burlón de "haiga" para nombrar aquellos automóviles deslumbrantes y de gran lujo.

La anécdota tiene su gracia, pero la palabra… mejor es olvidarla.

Luque Maricarmen

Términos parecidos y distintos significados

Utilizamos en nuestro vocabulario dos palabras muy parecidas, pero de distinto significado. Y no siempre hacemos la distinción pertinente. Son lapsus y lapso. Lapsus es un vocablo latino cuyo significado es “falta o equivocación cometida por descuido”. Por eso, un “lapsus linguae” es el error involuntario que se comete al hablar, y un “lapsus cálami”, el error mecánico que, involuntariamente, se comete al escribir.

Pero el verbo latino de donde viene “lapsus” tiene, además, otro significado: “moverse deslizándose”, como el movimiento de las estrellas, el de los ríos o el de las serpientes. Y de este significado es del que procede la palabra española lapso: “Paso o transcurso de tiempo”, sin olvidar la anterior acepción.

Por lo tanto, lapsus y lapso coinciden en el sentido de error involuntario, pero el espacio de tiempo entre dos límites es lapso, no lapsus.

Dos vocablos semejantes en su forma son herir y zaherir. Herir es una palabra muy usada cuyo significado, sobradamente conocido, es “dañar a una persona o animal, produciéndole una herida”. Pero con mucha frecuencia sucede que la usamos en el sentido de ofender o agraviar a alguien, lo cual no es incorrecto, pero sí sería conveniente no olvidar que para ese sentido existe zaherir, cuyo significado exacto es “decir o hacer algo a alguien con lo que se sienta humillado o mortificado”.Y prescindir de su empleo puede llevarnos a la pérdida de una palabrade uso inveterado en nuestra lengua.

Mucho uso se hace hoy, lamentablemente, de la palabra plagiar, palabra que ya se empleaba entre los antiguos romanos para expresar la acción de comprar a un hombre libre, sabiendo que lo era, y retenerlo en servidumbre. Actualmente, el plagio se refiere al secuestro de alguien para obtener rescate por su libertad. Aunque sin olvidar que el primer significado de plagiar es “copiar en lo sustancial obras ajenas, dándolas como propias”.

Entre los parónimos o palabras parecidas casi siempre surge confusión. Tal sucede con acervo y acerbo.

Si el verbo acervar es amontonar, el sustantivo acervo significa montón, pero se aplica sobre todo al montón de cosas menudas, como trigo, frijoles, etcétera.

En un lenguaje menos real, el acervo es el conjunto de bienes culturales o morales que se van acumulando. Y nada tiene que ver este acervo con el acerbo, adjetivo, que significa “áspero al gusto”. Y en sentido figurado, es “cruel” o “desapacible”.

Luque Maricarmen