Seguro que ustedes, como yo, han oído muchas veces un error que se comete con frecuencia en el lenguaje coloquial, como el de la frase: “Le conocí por primera vez…”. Es un pleonasmo —uso de palabras innecesarias que insisten en una idea— que afea nuestra expresión habitual. Porque es obvio que sólo se conoce a alguien una vez, la primera. Y una vez conocido, ya no se le vuelve a conocer. Estorba, pues, en la frase esa primera vez, como estorban más de una palabra en el enunciado, tantas veces escuchado: “Yo mismo lo vi con mis propios ojos”.
Otra cuestión distinta es la duda, bastante común, a la hora de usar las palabras laso, laxo, lasitud, laxitud.
Si se habla de alguien cansado o falto de fuerzas se utiliza el adjetivo laso, aplicable también al cabello lacio, flojo, aunque es de uso más frecuente el sustantivo lasitud para el significado de cansancio o falta de fuerzas. Por ejemplo: “Toda la energía consumida en la lucha dio paso a una gran lasitud”.
Es fácil confundir las anteriores, por la proximidad en el significado, con laxo y laxitud. Laxo es lo que no está firme o tenso, lo relajado o poco estricto, lo carente de rigidez o firmeza. Por eso los músculos están laxos cuando les falta tonicidad. Y si las reglas son excesivamente rígidas o demasiado laxas, surgen problemas en la educación.
Del mismo sentido participa el sustantivo laxitud: “Cuando el cansancio te domina, una terrible laxitud invade tu cuerpo”.
Y termino recordando que la palabra poco, en su valor de cantidad pequeña de algo o de parte de un todo, no debe concertar en género con ese algo o con ese todo, sino permanecer invariable; por lo que es desaconsejable en el habla culta decir algo así: “Sírveme una poca de agua o comí una poca de ensalada”, sino más bien: un poco de agua o un poco de ensalada. Es obvio. Feliz semana, amigos.
Luque Maricarmen
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