miércoles, 29 de abril de 2009

Un poco de historia lingüística

a historia de las letras, el papel que han representado a lo largo de los siglos y sus funciones ortográficas es algo que los lingüistas Salvador y Lodares nos ofrecen en su libro titulado precisamente así: Historia de las letras.

Y de su mano, les presento la letra C, ésa a la que el insigne gramático venezolano, Andrés Bello, calificó de “letra ambigua”. Y lo es porque, al ser la letra del abecedario que más se mueve, muchas veces ocasiona dudas o confusión.

Si va seguida de A, O o U suena de distinta forma que cuando le siguen la E o la I (casa, cosa curva, cecina).

También se puede doblar (acción) y puede acompañar a la H (chapa).

El diferente sonido que adopta ante las distintas vocales fue una herencia del latín ya tardío a las lenguas románicas: español, francés, portugués, italiano… Sin embargo, el latín clásico tuvo un sonido único para la C ante todas las vocales: el de K. Por eso, el nombre latino “Caesar” en latín clásico se pronuncia “Kaesar”. Y es el alemán, sin ser una lengua romance, el que mejor conservó esta pronunciación clásica; por eso se convirtió en Kaiser frente al César español.

Y en el colmo de la ambigüedad, nuestra C reparte pronunciación con la Z, la Q y la K, razón por la que hubo varios intentos de reducción a lo largo de la historia.

Antonio Nebrija, autor de la Primera gramática castellana, en el siglo XV, quiso reducir el sonido de la C al de la K, pero aquello no cuajó. Mucho después, reformistas más radicales han querido incluso desterrar la letra C y sustituirla por la K (ante a, o, u), y ante e, i hay quienes pretenden reemplazarla por la Z.

A pesar de los repetidos intentos de reforma, seguimos con nuestras letras C, Z, Q y la más extraña a nuestro idioma, K, respetando sus diferentes usos ortográficos.

Lo contrario significaría una traumática fractura en un idioma con más de mil años de andadura. La simplificación y el pragmatismo que imperan en nuestro mundo de hoy no pueden contagiar a la lengua. La lengua es cosa del espíritu.Por: Maricarmen Luque La historia de las letras, el papel que han representado a lo largo de los siglos y sus funciones ortográficas es algo que los lingüistas Salvador y Lodares nos ofrecen en su libro titulado precisamente así: Historia de las letras.

Y de su mano, les presento la letra C, ésa a la que el insigne gramático venezolano, Andrés Bello, calificó de “letra ambigua”. Y lo es porque, al ser la letra del abecedario que más se mueve, muchas veces ocasiona dudas o confusión.

Si va seguida de A, O o U suena de distinta forma que cuando le siguen la E o la I (casa, cosa curva, cecina).

También se puede doblar (acción) y puede acompañar a la H (chapa).

El diferente sonido que adopta ante las distintas vocales fue una herencia del latín ya tardío a las lenguas románicas: español, francés, portugués, italiano… Sin embargo, el latín clásico tuvo un sonido único para la C ante todas las vocales: el de K. Por eso, el nombre latino “Caesar” en latín clásico se pronuncia “Kaesar”. Y es el alemán, sin ser una lengua romance, el que mejor conservó esta pronunciación clásica; por eso se convirtió en Kaiser frente al César español.

Y en el colmo de la ambigüedad, nuestra C reparte pronunciación con la Z, la Q y la K, razón por la que hubo varios intentos de reducción a lo largo de la historia.

Antonio Nebrija, autor de la Primera gramática castellana, en el siglo XV, quiso reducir el sonido de la C al de la K, pero aquello no cuajó. Mucho después, reformistas más radicales han querido incluso desterrar la letra C y sustituirla por la K (ante a, o, u), y ante e, i hay quienes pretenden reemplazarla por la Z.

A pesar de los repetidos intentos de reforma, seguimos con nuestras letras C, Z, Q y la más extraña a nuestro idioma, K, respetando sus diferentes usos ortográficos.

Lo contrario significaría una traumática fractura en un idioma con más de mil años de andadura. La simplificación y el pragmatismo que imperan en nuestro mundo de hoy no pueden contagiar a la lengua. La lengua es cosa del espíritu.

Luque Maricarmen

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