miércoles, 29 de abril de 2009

Bienvenidos sean los neologismos

Se habla mucho de los que con celo se preocupan por la lengua, y con frecuencia se critica a los académicos y a los que se empeñan en la lucha por la pureza del idioma. Recuerdo un artículo del antiguo director de la Academia, Fernando Lázaro Carreter (q.e.p.d.) en el que trataba este tema, y resalto algunos aspectos del mismo que vienen al caso.

En estos tiempos que nos ha tocado vivir, donde impera el “todo vale” y el “ahí vamos”, es lógico que esa laxitud alcance también al idioma. Y no faltan quienes defendiendo el postulado de que la lengua es un elemento vivo que debe evolucionar, ¡quién lo duda!, olvidan que toda lengua se construye entre dos fuerzas: la de los que al poseer contenidos mentales ricos luchan por plasmar en ella esa riqueza y la de los que sólo la usan como recurso elemental para entenderse, privándola de matices y belleza.

Es obvio que los idiomas cambian, pero siempre impulsados por esas dos fuerzas que se contrarrestan y se equilibran. Porque cuando la fuerza trivializadora es la que se impone, ocurre lo que sucedió con la ruina del latín, la gran noche de Occidente. Se rompió una gran lengua y surgieron unos idiomas rudos y primitivos. Y no se puede olvidar que para convertir esos idiomas en grandes lenguas, sus mejores hablantes tuvieron que volver a la tutela clásica dotándolas de normas cultas, a imitación de la latina.

¿O es que se piensa que la poesía y la prosa de Fray Luis de León, de Cervantes o de Sor Juana, o las de nuestros insignes contemporáneos salieron de la laxitud o la relajación?

Si el español existe como lengua de cultura se debe a los recursos que le aportaron los mejores. Porque la lucha contra la dejadez y el “ahí se va” forma parte del vivir de toda lengua. Cuando una cosa se dice mal y muchos lo hacen, significa que hay una falta individual y colectiva de instrucción, y denunciarlo supone salud idiomática y capacidad de reacción.

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Bienvenidos sean los neologismos. Y bienvenida sea la capacidad de juzgarlos, discutirlos, aceptarlos o rechazarlos. Eso significa no sólo que la lengua está viva, sino también los que la hablan.

Amigos lectores: ¡mucha, muchísima felicidad les deseo en estas fiestas navideñas!

Luque Maricarmen


Orhan Pamuk recogió su Nobel de Literatura

Envuelto en la polémica suscitada por la concesión del Nobel de Literatura, el escritor turco Orhan Pamuk, al que muchos de sus detractores restan méritos literarios y atribuyen el premio más a su postura antinacionalista que a su valía profesional, este 10 de diciembre recogió el galardón de la Academia Sueca.

Treinta años lleva Pamuk escribiendo, sobre todo, novelas, el género literario que le une a la vida. Según sus palabras, necesita dedicarse a la literatura para ser feliz como el enfermo precisa de las medicinas para seguir viviendo.

Diez horas diarias, sentado en el mismo cuarto, dedicado al oficio de escribir. “Y no siempre escribo bien —confiesa. Cuando eso sucede, el mundo se convierte ante mis ojos en un lugar odioso, insoportable. Por eso, la mayor fuente de felicidad para mí es escribir, al menos, media página bien hecha”.

Pamuk cura sus altibajos emocionales con la literatura, creándola o disfrutando de la de otros creadores. La literatura es para él un consuelo, el refugio frente a las actividades desagradables de cada día.

Cuando estoy en medio del barullo de teléfonos, despachos, amistades, compromisos, entierros… a punto de zambullirme en el corazón de los acontecimientos, empiezo a aburrirme, y entonces siento la necesidad de escribir; es así como muchos nos convertimos en escritores, añade el autor de Nieve.

La novela une partículas de imaginación en las que nos gustaría sumergirnos lo antes posible para olvidar nuestro aburrido mundo. A fuerza de escribir, ensanchamos los límites de lo imaginario y convertimos ese segundo mundo en algo más amplio y completo. Las novelas son nuevos mundos en los que podemos entrar felices si las leemos, y más aún si las escribimos. Al igual que al buen lector le dan felicidad, al buen escritor le ofrecen un sólido mundo nuevo donde será feliz, al que podrá escapar a cualquier hora del día. Lo mejor de escribir es poder olvidar el mundo.

Como el escritor establece las reglas del juego, siente que los lectores le seguirán arrastrados por la atracción de su lenguaje, de sus frases, de su historia. La escritura es la capacidad de hacer que el lector diga: “Yo también iba a decir eso, pero…”.

Amigos, a través de estas declaraciones, ¿pudieron “entrar” en la personalidad del Nobel turco? La lectura de su obra es vital para conseguirlo.

Luque Maricarmen

Extranjerismos En “versión original”

No podríamos enumerar todas las palabras que han ido pasando a través del tiempo de otras lenguas a la nuestra, porque casi son innumerables. Pero sí podemos citar algunas de uso cotidiano indicando, de paso, cuál es su forma correcta. Forma que, en unos casos, se adaptó a la lengua receptora y, en otros, permaneció fiel a su origen.

Del francés recibimos bufé o bufet, comida compuesta de platos calientes y fríos que se sirve de una vez, cubriendo la mesa.

Del “buffet” francés, pero con otro sentido, procede el bufete en español, referido a una mesa de escribir con cajones, y también, al estudio o despacho de un abogado.

El bidé, procedente del francés “bidet” (caballito), tal vez por la forma de usarlo sentándose a horcajadas sobre él, es el recipiente ovalado que se instala en el cuarto de baño y que, dotado de un solo grifo, sirve para el aseo de las partes pudendas, o mejor, partes íntimas. (Pudendo: feo, que debe causar vergüenza.) De ahí mi preferencia por íntimas.

Otro galicismo de uso frecuente en algunas zonas hispanohablantes es chalé o chalet, casa de una o pocas plantas, con jardín, destinada especialmente a vivienda unifamiliar.

Ya no del francés, sino del “ticket” inglés, tenemos el anglicismo tique, ya adaptado a nuestro idioma. Es el papel o cartulina que acredita el pago de un servicio, una compra o el derecho de entrada a un local. En Colombia y algunos países centroamericanos se ha adaptado en la forma tiquete. En su lugar, existen en español términos equivalentes: boleto, entrada, billete, vale, recibo, etcétera.

Es importante saber que los extranjerismos que se van incorporando al vocabulario de los hispanohablantes sin pasar por un proceso de asimilación, sino en “versión original”, como best seller, blues, bulldozer, no cambian su forma al pluralizarlos: un best seller o varios best seller. Más fácil, ¿no?

Luque Maricarmen

En tiempos de Fernando I: Nunca hubo guerras intestinales

Amigos, el lenguaje periodístico sigue siendo uno de mis sinsabores. Les cuento: esperando a una persona cerca de un kiosco (o quiosco) de periódicos, me entretenía ojeando los titulares de la prensa nacional y extranjera, y en ese ratito, fíjense lo que encontré.

“La habitualidad y el maltrato son objeto de una nueva regulación legal. La habitualidad no puede quedar impune”.

Así, de buenas a primeras, leer en letras grandes y negras que se está tratando de regular legalmente la habitualidad, sorprende bastante. Porque la habitualidad es la calidad de habitual, y habitual es lo que se hace por hábito. Pero, teniendo en cuenta que siempre hubo hábitos buenos y malos, no se comprende por qué la habitualidad, como tal, ha de ser contemplada por la ley.

Para salir de mi ignorancia continué leyendo el artículo, donde descubrí que lo que se intentaba regular era la habitualidad en la ejecución de delitos, es decir, la reincidencia. Pero nuestros amigos periodistas prefirieron utilizar la palabra habitualidad, que así, aislada, no añade bondad ni maldad a nada porque carece de calificación moral, en lugar de emplear reincidencia, vocablo que así, sin más, significa “reiteración o repetición de las mismas culpas o defectos”.

Aunque más pintoresco y divertido es el gazapo periodístico que “cacé” en un artículo sobre el origen de la ya desaparecida peseta española. Decía: “El rey Fernando I dividió su reino, con lo que empezaron las guerras intestinales”.

¡Ah, caramba! No hay más guerras intestinales que las que sostienen los intestinos con la materia fecal para desprenderse de ella. Porque el adjetivo intestinal se refiere a los intestinos, última parte del aparato digestivo, mientras que el adjetivo intestino significa interno.

Así es que las guerras provocadas por la división del reino de Fernando I fueron guerras civiles, internas o intestinas, no intestinales.

Son… gajes del oficio.

Luque Maricarmen

No es lo mismo: especie que especia

Dudas y más dudas que conducen a errores en nuestra comunicación diaria. Siguen confundiéndose las palabras especie y especia, parecidas en la forma pero sin ninguna relación semántica. Y no es extraño oír referirse a la pimienta, el estragón, el orégano, la nuez moscada, etcétera, como especies cuando en realidad son especias, esto es, sustancias vegetales aromáticas usadas como condimentos.

Otra cosa bien distinta es la especie, “clase o conjunto de seres semejantes”: la especie humana, la especie animal.

Y “pagar en especie” es una locución que significa pagar en género o frutos, no en dinero.

Un matrimonio morganático es el contraído entre un príncipe y una mujer de linaje inferior, o viceversa. Distinto es el matrimonio endogámico, cuando los contrayentes son de ascendencia común, es decir, tienen algún grado de parentesco, aunque sea remoto. La endogamia se da, sobre todo, en pequeñas localidades o comarcas.

Aunque suene raro, el valor, los bríos o la fuerza que a veces hay que tener para hacer algo se llaman redaños, no reaños, y siempre se usa en plural: “hacen falta redaños para enfrentarse a esa fiera”.

¿Sabían que hacer dulce algo es endulzar, dulcificar o edulcorar? Y no sólo se endulzan las cosas materiales, sino que hay trabajos o incomodidades difíciles de soportar que también pueden dulcificarse. Es curioso constatar la aceptación que el anglicismo “master” ha tenido en muchos lugares de habla española, quedando ya incorporado a nuestro vocabulario habitual. En algunos países de América significa el grado universitario inmediatamente inferior al de doctor.

Más general es el sentido de máster como un curso de posgrado, normalmente orientado a la inserción laboral. Y aunque, escrito así ya está aceptado por la RAE, sin embargo, en gran parte de la América hispanohablante, para este sentido se emplea, hablando con mayor propiedad, maestría.

En algunos deportes, como el tenis o el golf, se usa el plural Torneo de “Masters” con el sentido de “torneo en que sólo participan jugadores que han alcanzado la categoría de maestros”. Más propio sería llamarlo Torneo de Maestros, en español.

Luque Maricarmen

Historia de la letra O

Ya he traído a este espacio algunas letras de nuestro alfabeto para contarles su historia. Hoy, de la mano de los lingüistas Salvador y Lodares, les presento la letra O.

Se cuenta que el pintor italiano, Giotto, fue capaz de trazar un círculo perfecto de un solo golpe para demostrar al Papa Benedicto IX su habilidad con los pinceles. Gracias a esa ocurrencia, la letra O ingresó en el campo de las Bellas Artes por la puerta grande, pues desde entonces se habla de la “O de Giotto” para referirse a cualquier forma de pintura, escultura o arquitectura perfectamente redonda.

También es verdad que la forma de la O, ese círculo sencillo y exacto que dota a la letra de una simplicidad geométrica de la que carecen las otras, es lo que más ha llamado la atención a lo largo de la historia de la letra y le ha conferido especiales privilegios.

En el mundo de la mística y la religión, algunas corrientes eligieron la O como símbolo de la eternidad o de la armonía absoluta, al ser un signo sin principio ni fin.

La letra O representa un sonido admirativo (¡oh, oh, oh!) y en muchas lenguas indoeuropeas también se usó la O para expresar sorpresa, alegría y dolor, usos que todavía permanecen entre nosotros.

La O es la única letra del abecedario que antes de pronunciarse se dibuja, redondeando los labios.

En cuanto al aspecto ortográfico de la O aislada (conjunción disyuntiva), la de “esto o lo otro”, fue norma obligatoria hasta el año 1911 acentuarla siempre. Pero, a partir de ese año, la Gramática Académica consideró que al no llevar acento prosódico tampoco debía llevarlo escrito, y así quedó hasta hoy, sin acentuar. Salvo en el caso de que la O aparezca escrita entre números. Cuando así ocurre, debe acentuarse para evitar confundirla con un cero.

Tal sucedió con aquel comerciante que, deseando obsequiar a su esposa un changuito africano, encargó que le enviaran 3 ó 4 para poder escoger. Pero al escribir el encargo se le olvidó acentuar la o que separaba el 3 del 4; por lo que a los pocos días recibió en su casa el envío de 304 changos. ¡Vaya monería!

Luque Maricarmen

Un poco de cursilería

Una palabra muy empleada en el lenguaje coloquial es cursi, lo que se dice de una persona que presume de fina y elegante sin serlo, y de las cosas, que con falsa apariencia de riqueza y elegancia, resultan ridículas y de mal gusto.

Su superlativo: muy cursi, es cursilísimo, en el que aparece una ele intermedia presente en otros derivados de cursi: cursilería o cursilada.

El origen etimológico de este vocablo es incierto, y fue y sigue siendo objeto de polémica entre los lingüistas, sin haber llegado a un acuerdo.

Podría ser, como algunos sostienen, que cursi proceda del árabe marroquí kursi, silla, con una larga derivación hasta llegar al sentido que hoy le damos.

Tal vez sea ése el origen remoto del vocablo, porque según la tesis más aceptada, parece que la palabra “cursi” apareció no lejos de Marruecos, en España, en la ciudad andaluza de Cádiz, allá por 1865.

Años antes, un sastre francés, llamado Sicour, llegó a la ciudad con el encargo de vestir a las damas más importantes del lugar. Como no quería que sus dos hijas desentonaran entre la elegancia reinante, quiso vestirlas igual que a sus ricas clientas, pero como el dinero no le alcanzaba, decidió emplear en los mismos modelos telas baratas y adornos falsos de manera que pudieran pasar por ricas damas.

Cuando las hijas del sastre se paseaban pavoneándose dentro de los oropeles, la gente, siempre presta a la burla, cantaba a su paso: “Ahí van las niñas de Sicour, sicursicursicursicursi…”, con lo que quedó acuñada la nueva palabra para nombrar a quien intenta aparentar más de lo que es recurriendo a efectos engañosos, muchas veces grotescos y casi siempre ridículos.

En vista de la nacionalidad del sastre, el idioma francés quiso hacer suya la creación del vocablo, pero lo cierto es que fue obra del ingenio popular gaditano (de Cádiz).

La cursilería ha sido un tema tratado por distintos autores, casi siempre en tono de burla. Una de las Greguerías, cuyo autor es Ramón Gómez de la Serna, dice: “lo cursi es el fracaso de la elegancia”.


Nobel de Literatura 2006: Pamuk, hombre de su tiempo y comprometido

Por primera vez en la historia de los Nobel, este reconocido galardón recae en un escritor de lengua turca. El Nobel de Literatura de este año 2006, Orhan Pamuk, es natural de Estambul, capital del antiguo Imperio Otomano, cuna de culturas y eslabón entre Oriente y Occidente.

Comprometido con el pasado y el presente de su país, denuncia valientemente la masacre del ejército turco con los kurdos y la matanza de un millón de armenios en el ocaso del Imperio Otomano (1915-1917).

Orhan Panuk, nacido hace 54 años en el seno de una familia acomodada, recibió una educación laica. Pintor, periodista, novelista y dramaturgo defiende una actitud conciliadora frente a las distintas culturas, y rechaza la imposición de una sobre otra. Ante la acusación de quien le considera un símbolo de ruptura, afirma: “Soy afortunado porque Turquía es la unión de Oriente y Occidente, donde confluye lo moderno y la herencia”.

En Estambul, obra biográfica y último libro traducido al español, se lee: “A veces me siento desdichado por haber nacido en Estambul, bajo el peso de las cenizas y las ruinas de un imperio hundido, en una ciudad que envejece… pero comprendo que Estambul, donde nací y donde he pasado toda mi vida, es para mí un destino incuestionable”.

La Academia Sueca justifica la concesión del premio otorgado a Pamuk: “En la búsqueda melancólica de su ciudad natal, en la que ha descubierto nuevos símbolos para entender el choque y la interrelación de culturas”.

Sin embargo, no puede ignorarse que este reconocimiento a la obra del autor turco puede suponer un problema añadido a la ya conflictiva incorporación de Turquía a la Unión Europea.

Pero, por encima de otras connotaciones, el Nobel turco, Orhan Pamuk es uno de los jóvenes escritores que cambió la literatura de su país, recogiendo todo lo que representaba la herencia otomana e integrándolo en el paisaje de Estambul.

Su obra no es de lectura fácil, pero tiene proyección universal porque sus temas son de interés general. Es un hombre de su tiempo, comprometido y valiente, que por méritos propios figura ya en el Olimpo de los escritores elegidos.

Luque Maricarmen

La fuerza de algunas expresiones

Les comento hoy, amigos, la fuerza que tiene el uso de algunas palabras o expresiones que se ponen de moda y que, en cuanto llevan un tiempo pasando de boca en boca, desplazan a todas las que pueden utilizarse con el mismo sentido y se convierten en dueñas exclusivas de su territorio lingüístico. Y sucede, como siempre, en aras de lo útil, de lo práctico, de la rapidez.

Por eso, si llamas a la empresa preguntando por alguien de cierta relevancia, que está ausente, su secretaria te contestará con la frase, ya estereotipada, que “está reunido”. Con esas dos palabras debes entender que no puede o no quiere contestar. Difícilmente te va a decir que está ocupado, o que no está en ese momento, o que está con un cliente, o incluso, que está en una reunión. No. “Está reunido” se ha convertido en la frase cliché, breve y contundente. El frenazo en seco está servido y sobra toda explicación.

Y hablando de frases hechas, seguramente muchos de ustedes, yo también, usan el verbo dignarse en la locución “dignarse a”: “no se dignó a dirigirme la palabra”, “no te dignaste a mirarme”, etc. Y así lo hicieron y siguen haciéndolo hablantes y escritores de ambos lados del Atlántico.

Sin embargo, apoyándonos en los estudios que sobre este uso hizo el insigne lingüista Lázaro Carreter, anterior director de la Real Academia, buscando la trayectoria de la frase a lo largo de los siglos, resulta que “dignarse a” es considerado semiculto, mientras que “dignarse”, sin “a”, es considerado más culto, y empleado por escritores de aquí y de allá de la talla de Carlos Fuentes, Vargas Llosa, Semprún, etc. “No se dignó dirigirme la palabra” o “se dignó bajar del palco para saludarme”.

Escrito está. Parece que “se dignó” mejor que “se dignó a”. Desde ahora, decirlo de una forma u otra no es cuestión de conocimientos, sino de elección.

Espero que se dignen leerme la próxima semana. Hasta entonces… ¡felices días!

Luque Maricarmen

Las muchas expresiones en inglés

Les paso, amigos, lo que me encontré en Internet hace un tiempo:

Desde que las insignias se llaman pins, los maricones, gais, las comidas frías, lunchs y la selección de actores castings este país nuestro es mucho más culto y moderno.

Antaño, los niños leían tiras cómicas en vez de comics, los estudiantes pegaban posters creyendo que eran carteles, y los empresarios hacían negocios en lugar de bussines .

Hoy, nadie es realmente culto y moderno si no dice cada día cien palabras en inglés. Las cosas en otro idioma suenan mucho mejor; pues no es igual decir vestíbulo que hall, ni desventaja que handicap, ni sentimientos que feelings, ni sobreventa que overbooking, ni ligero que light.

Compramos tickets, no tiques, regalamos compacts, no compactos, practicamos puenting, no puentismo (como ciclismo, piragüismo, etc) y nos vamos de camping, no de acampada.

Estos cambios de lenguaje han influido en nuestras costumbres e incluso han mejorado nuestro aspecto. Porque las mujeres ya no usamos medias sino panties y los hombres, después del afeitado, no se ponen tónico, sino after shave que deja la cara más fresca. Y ellos y nosotras ya no salimos a correr, caminar o hacer aerobismo, porque es más fino hacer footing o jogging.

El autoservicio ahora se llama self service, ranking la tabla clasificatoria o escalafón, y el índice de audiencia, rating. Las personas más importantes son vips y los puestos de venta o casetas dentro de una exposición o feria son los stands.

En la oficina ya no se envían correos, sino mailings, la empresa no organiza cursos de capacitación o entrenamiento, sino trainings y las mujeres que quieren cambiar su imagen, perdón, su look, no se hacen un estiramiento sino un lifting.

En fin, amigos, los dejo para irme de compras, no de shopping y así aprovecho la ventaja de los saldos, mejor que soldes.

Y me despido, no con el incoloro bye, sino en nuestra lengua, con un mensaje lleno de contenido: adiós (a Dios).

Luque Maricarmen

Historia del castellano

Hoy pretendo glosar en unas pocas líneas la historia de esta lengua que une a tantos millones de hablantes de ambos lados del Atlántico: español o castellano. Una lengua que nació como tal hace más de mil años, en Castilla, región situada en el centro de la Península Ibérica.

Su historia viene de atrás, del latín, de donde proceden todas las lenguas románicas (español, francés, italiano, portugués, provenzal y rumano).

Cuando los romanos llegan a la Península Ibérica, en el siglo III a. C., ya se hablaban allí una serie de lenguas indígenas, además del griego, la lengua de un pueblo que colonizó ciertas zonas de la península, que el latín asimiló, sirviendo de base para la formación de una lengua nueva.

El español se estaba forjando, pero pasarían siglos antes de que fuera una lengua consolidada. Siglos de invasiones que formarían parte de su proceso de formación. Como la de los árabes, que en los 800 años que duró su dominio dejó su impronta en la lengua, pues son unos 4 mil arabismos los que se registran en ella.

Pero es en el siglo X cuando aparece la primera manifestación escrita en castellano: son las Glosas Emilianenses, notas aclaratorias que se encuentran en un códice latino, en el monasterio de San Millán de la Cogolla, en la ciudad española de Logroño. Y a finales de este mismo siglo, aparecen otras notas explicativas: las Glosas Silenses, en otro códice latino, en el monasterio de Silos, en Burgos.

Del siglo XI son la jarchas, breves cancioncillas en castellano que servían de estribillo a unas composiciones hebreas, encontradas en 1948 en una sinagoga de El Cairo.

Sin embargo, tiene que transcurrir un siglo más para que surja la primera obra completa escrita en español: El Cantar de Mío Cid (1140), donde un autor anónimo relata en un delicioso, aunque difícil castellano, las aventuras y desventuras de un valiente guerrero a la par que leal soldado y caballero de inquebrantable lealtad al rey: Don Rodrigo Díaz de Vivar, “El Cid Campeador”, del cual dice el autor en versos llenos de sentimiento: “Dios, ¡qué buen vasallo si tuviese un buen señor!”.

Y es aquí donde comienza la brillante historia literaria de nuestra lengua.

Luque Maricarmen

Empleo de las letras mayúsculas

El empleo de las letras mayúsculas es un tema complejo que con frecuencia plantea dudas. Revisemos las reglas más básicas.

Recordemos antes de nada que el uso de la mayúscula no exime de poner tilde cuando así lo exijan las reglas generales de acentuación.

Se escribe mayúscula después del cierre de los signos de interrogación o de admiración, a no ser que éstos vayan seguidos de coma o de punto y coma. Porque lo que nunca puede seguir a uno de estos signos es punto, aunque sea final de oración. (¿Dónde está? En su casa).

Mayúscula detrás de los dos puntos (:) que siguen al encabezamiento de una carta o documento: (Querido amigo: Te escribo…) También cuando los dos puntos introducen palabras textuales (Pedro dijo: Volveré pronto).

Los nombres propios y los de persona, animal o cosa singularizada exigen mayúscula inicial: Rocinante, las Tablas de la Ley; igual que los nombres geográficos. Y si el artículo forma parte de ese nombre, también él se escribirá con mayúscula: El Salvador, La Habana.

Cuando un nombre propio de lugar va acompañado de un nombre común formando parte de él, los dos llevarán mayúscula inicial: Ciudad de México, Puerto de la Cruz El apellido que comienza por preposición, por artículo o por ambos se escribirá todo con mayúscula: señor De La Mora, a no ser que vaya precedido por el nombre de pila: Mauricio de la Mora.

Con mayúscula también los nombres de astros o planetas, considerados estrictamente como tales: el Sol es el astro rey. La Luna es un satélite de la Tierra, no cuando se refiere a ellos en relación con otros hechos: era una noche de luna llena. Lo mismo sucede con los puntos cardinales: la brújula señala el Norte. Viajaremos por el norte de los Estados Unidos.

Los sustantivos y adjetivos que forman el nombre de instituciones, organismos, partidos políticos, etcétera, se escriben con mayúscula: Biblioteca Nacional, Universidad Iberoamericana, Partido Demócrata, así como los nombres de las carreras universitarias: licenciado en Biología o doctor en Filosofía.

Luque Maricarmen

Y siguen las dudas

Siguen las dudas…

¿Predecible o predectible? Como viene del verbo predecir, es predecible: lo que se puede decir o anunciar por conocimiento o conjetura, antes de que suceda.

Verter, que no vertir, es derramar un líquido o pasarlo de un recipiente a otro. Puede referirse también a cosas menudas no compactas, como harina, azúcar, etcétera. Incluso, a veces, este verbo toma el valor de traducir. Se conjuga como el verbo entender y, como él, es irregular: vierto, viertes, vertemos, vertí, vertiste, vertieron, verteré y verterán.

¿Existe en realidad el singular de la palabra preces? Cuando se habla de rezos u oraciones, de ruegos o súplicas, siempre se usa el plural que todos conocemos: preces. Raramente aparece con el mismo sentido el singular “prez”, que, sin embargo, puede encontrarse en el lenguaje exclusivamente literario con el valor de honor, estima o consideración.

No es tan raro encontrarse la locución o sea escrita en una sola palabra: osea, lo que equivale a confundir la expresión que significa “es decir”, con el adjetivo femenino ósea: hecha de hueso.

Por cierto, que estas locuciones explicativas: o sea, es decir, esto es, etcétera siempre van escritas entre comas: “un lustro son cinco años, o sea, la mitad de una década”.

¿Todo o toda? Como norma general, delante de topónimos, es decir, nombres de lugar, se usa toda cuando el nombre acaba en “a” sin acento: Toda Oaxaca, toda Salamanca, toda España, toda Francia. Ante los demás topónimos, se emplea todo: todo México, todo Madrid, todo Bogotá.

Delante de sustantivos femeninos que comienzan por “a” tónica, como ansia, agua, aula, hambre, etc. no debe emplearse todo, sino toda, (aunque vayan precedidos por el artículo “el”): “Hay que erradicar toda el hambre del mundo”. “Toda el agua se derramó por el suelo”.

Parece necesario aclarar que no es lo mismo vocal tónica (con acento prosódico) que vocal con tilde o acentuada (con acento ortográfico o escrito).

Luque Maricarmen

Entre los errores más comunes

Una duda frecuente: ¿finés o finlandés, dinamarqués o danés? Todos son gentilicios de los países nórdicos Finlandia y Dinamarca, respectivamente.

Finés es una palabra de larga historia, pues así se llamó un antiguo pueblo que habitó diversos territorios del norte de Europa, de donde se formó el nombre de Finlandia. Finés y finlandés se refieren a los oriundos de Finlandia, aunque el término finés se aplica preferentemente a la lengua hablada por los finlandeses. Tal sucede con dinamarqués y danés, ambos gentilicios de Dinamarca, aunque, para referirse a la lengua siempre se utiliza danés.

Hibernar, invernar, ivernar. Antiguamente, hibernar era sinónimo de invernar, esto es, “pasar el invierno en un lugar”. Hoy, queda este significado sólo para la palabra invernar, o lo que es lo mismo, pero prácticamente en desuso, ivernar. Hibernar, actualmente, es “pasar el invierno en estado de hibernación o aletargamiento”, dicho de algunos animales mamíferos.

En los últimos tiempos, poner a alguien en estado de hibernación es someterlo a un descenso de su temperatura corporal hasta cerca de 0º con disminución general de las funciones metabólicas. Referido a cosas, hibernar es dejarlas temporalmente en estado inactivo. No existe hibernizar.

Es un error bastante común confundir el adjetivo flagrante con un vocablo inexistente: fragrante, o con el calificativo fragante que nada tiene que ver con él.

Flagrante quiere decir evidente, que no admite refutación, o sea, que es tan obvio que no necesita pruebas. “Predicar austeridad y consumir de forma compulsiva constituye una flagrante contradicción”.

Pero, también flagrante se aplica a algo condenable que se descubre mientras se está haciendo.

“Los congresistas (…) no pueden ser detenidos salvo en el caso de delito flagrante”, es decir, pillados in fraganti (del latín in flagranti), o lo que es lo mismo “en flagrante”.

Feliz final de vacaciones.

Los parecidos pueden confundir

Hoy ponemos sobre el tapete algunas palabras que por su parecido confundimos y otras que involuntariamente usamos mal.

Dos vocablos que heredamos de los árabes son algarada y algazara. Una algarada es un tumulto de escasa importancia causado por algún tropel de gente. Pero no debe confundirse con la algazara, que es el ruido de muchas voces juntas que nacen, por lo general, de la alegría. Noten la diferencia: “La manifestación de los maestros terminó en una algarada en el patio del colegio, mientras la suspensión de clases produjo una alegre algazara estudiantil”.

Arrogarse no es lo mismo que irrogar. Arrogarse es atribuirse o apropiarse indebidamente de facultades, derechos u honores. Sin embargo, irrogar es causar o infligir daños o perjuicios a otros. Así: “Los parientes de Sinatra se arrogaron el derecho de disponer de su legado benéfico, irrogando un perjuicio económico a las instituciones beneficiarias”.

Y ya que salió la palabra infligir cuyo significado es causar daños, debemos distinguirla de infringir, que significa quebrantar leyes, órdenes o preceptos.

Frecuentemente se comete error al conjugar el presente y el pasado del verbo venir, y se oyen a menudo frases como: “¿ayer veniste a esta casa o fuimos nosotros los que venimos?

Cuando lo correcto es “ayer viniste y nosotros vinimos” (en pasado). Venimos, en presente.

Me preguntan cuál es la diferencia entre mecenas y prócer. Un mecenas es la persona que patrocina las letras o las artes. Aunque, ciertamente, con frecuencia esa persona es eminente, elevada o prócer de la sociedad a que pertenece.

De hecho, Cayo Mecenas fue un personaje destacado en la sociedad romana, allá por el año 68 a. de Cristo. Consejero del emperador Augusto, fue protector de las letras y de los literatos. Por eso el nombre de mecenas se aplica a aquellos que desde su elevada posición protegen y ayudan a escritores y artistas.

Luque Maricarmen

Algunas dudas de mis lectores

Respondo a algunas de las dudas planteadas por mis fieles lectores, a los que desde aquí saludo con afecto.

¿A qué se puede aplicar el adjetivo anacrónico? El anacronismo es un error que consiste en suponer acaecido un hecho antes o después del tiempo en que sucedió. Es también la incongruencia que resulta de presentar algo como propio de una época a la que no corresponde. Sería anacrónico situar la Revolución Francesa en la Edad Media, y resultaría un anacronismo montar un decorado con antenas parabólicas para la representación de una tragedia griega. Es decir, que lo anacrónico es lo que está fuera de tiempo.

¿Es lo mismo diferencia que diferendo? En algún sentido, sí, pero no en todos. Ambos términos coinciden en los significados de “desacuerdo, discrepancia, disensión entre personas e instituciones”. Pero en el sentido matemático, el resto es la diferencia, no el diferendo. Como diferencia, no diferendo, es la cualidad o accidente que distingue a unas personas o cosas de otras.

Rito y ritual, ¿son la misma cosa? Pues en realidad, sí, sólo varía la extensión. El rito es una costumbre o ceremonia, generalmente de tipo religioso, y el ritual es el conjunto de ritos.

Y por último, el té, esa infusión deliciosa en cualquier momento del día, rica y tonificante, se escribe con tilde, pero en plural, los tes, no se acentúa. El acento de té se llama acento diacrítico, el cual se escribe sobre las palabras escritas de forma idéntica a otras, para diferenciarlas. Así distinguiremos ese té, del pronombre te en la frase “te quiero”. Y de la misma forma, con el acento diacrítico, se distinguen también el si condicional (si quieres…), del sí afirmativo (sí quiero); el tu posesivo (tu casa), del tú pronombre (tú eres el dueño); el mi posesivo (mi casa), del mí pronombre (es para mí); el de preposición (es ley de vida), del dé (verbo dar): Dios le dé larga vida… y muchos más.

Luque Maricarmen

Fíjense en la ortografía

Fíjense si es importante la ortografía y el cuidado que hay que poner al escribir las palabras para hacerlo con la letra oportuna, pues aunque suenen igual, el significado cambia de escribirla con una o con otra. Eso ocurre con las letras b (be, be alta o be larga) y v (uve, ve, ve baja o ve corta).

Por cierto, el sonido de ambas es idéntico, a pesar de la diferenciación que muchos hacen al pronunciarlas, en un alarde de ultracorrección.

Si escribimos balón, todos sabemos a lo que nos referimos, pero no debemos olvidar que valón es el natural del territorio belga que ocupa, aproximadamente, la parte meridional de este país europeo. Es decir que los valones son los belgas del sur de Bélgica.

Y no confundamos al humano de sexo masculino, el varón, con el título nobiliario de barón que algunos varones poseen.

Si vemos escrito bis, sabemos que significa “dos veces”. Pero la expresión “vis a vis” quiere decir, como muchos saben, “cara a cara”.

No es lo mismo vacante, lo que está sin ocupar, que las bacantes, esas mujeres que celebraban las fiestas bacanales en honor al dios Baco.

La voz del carnero, la oveja, la cabra y el ciervo se llama balido, mientras que el valido es el hombre que, por tener la confianza de un alto personaje, ejercía muchas veces el poder de éste.

Vaquear se dice de los toros cuando cubren a las vacas; y nada tiene que ver con baquear que, en el lenguaje del mar, es navegar al amor del agua a la velocidad de la corriente cuando ésta es más rápida que la que daría el impulso del viento.

Todos sabemos que en el béisbol y en otros juegos, el palo más grueso por el extremo libre que por la empuñadura, con el que se golpea la pelota, se llama bate. Pero no se debe ignorar que un vate es un poeta o también un adivino.

Y así podríamos seguir, revisando palabras homófonas, que suenan igual pero que difieren en el significado. Y lo haremos, pero será otro día.

Feliz semana, amigos.

Luque Maricarmen

Errores lingüísticos en los medios de comunicación

Como siempre, o como casi siempre, los errores lingüísticos se detectan en los medios de comunicación, y de éstos, rápidamente, trascienden a los hablantes. Y somos nosotros, los hablantes, los que debemos señalar aquello que nos suena mal en lugar de incorporarlo, sin más, a nuestro propio vocabulario.

Leía, no hace mucho, en los subtítulos de una película esta frase: “No te preocupes, querida, para que te sientas segura durante mi ausencia, él se cuidará de ti”.

El gentil esposo estaba diciendo justo lo contrario de lo que quería expresar. Para que se sintiera segura, lo que la esposa necesitaba era que alguien cuidara de ella, no que se cuidara de ella.

Porque una cosa es cuidar de alguien y otra bien distinta es cuidarse de alguien.

Cuidar de alguien, protegerlo o defenderlo es hacer lo posible para que no sufra daño, mientras que cuidarse, protegerse o defenderse de alguien o de algo es hacer lo posible para no recibir daño de ese alguien o ese algo. Por eso: “Cuídate de las malas compañías”, “protéjanse del frío crudo del invierno” o “defiéndete de lo que te pueda lastimar”.

Oí decir a un reportero de futbol: “ya se prevee quien será el ganador del Mundial”, olvidando, sin duda, que el verbo “preveer” no existe. Se puede prever, es decir, ver por adelantado, quién será el ganador, pero no se puede preveer. Porque lo que más se parece a ese vocablo espurio es el verbo proveer, cuyo significado es preparar o suministrar lo necesario para un fin.

Y no se escandalicen, amigos, sino protéjanse del contagio, cuando oigan decir “las miles de personas” o “unas miles de veces”. Y es que el adjetivo numeral mil, en su forma plural, miles, siempre es masculino. Lo mismo tratándose de personas, de veces o de pesos: los miles de personas, unos miles de veces y varios miles de pesos.

Luque Maricarmen

Un poco de historia lingüística

a historia de las letras, el papel que han representado a lo largo de los siglos y sus funciones ortográficas es algo que los lingüistas Salvador y Lodares nos ofrecen en su libro titulado precisamente así: Historia de las letras.

Y de su mano, les presento la letra C, ésa a la que el insigne gramático venezolano, Andrés Bello, calificó de “letra ambigua”. Y lo es porque, al ser la letra del abecedario que más se mueve, muchas veces ocasiona dudas o confusión.

Si va seguida de A, O o U suena de distinta forma que cuando le siguen la E o la I (casa, cosa curva, cecina).

También se puede doblar (acción) y puede acompañar a la H (chapa).

El diferente sonido que adopta ante las distintas vocales fue una herencia del latín ya tardío a las lenguas románicas: español, francés, portugués, italiano… Sin embargo, el latín clásico tuvo un sonido único para la C ante todas las vocales: el de K. Por eso, el nombre latino “Caesar” en latín clásico se pronuncia “Kaesar”. Y es el alemán, sin ser una lengua romance, el que mejor conservó esta pronunciación clásica; por eso se convirtió en Kaiser frente al César español.

Y en el colmo de la ambigüedad, nuestra C reparte pronunciación con la Z, la Q y la K, razón por la que hubo varios intentos de reducción a lo largo de la historia.

Antonio Nebrija, autor de la Primera gramática castellana, en el siglo XV, quiso reducir el sonido de la C al de la K, pero aquello no cuajó. Mucho después, reformistas más radicales han querido incluso desterrar la letra C y sustituirla por la K (ante a, o, u), y ante e, i hay quienes pretenden reemplazarla por la Z.

A pesar de los repetidos intentos de reforma, seguimos con nuestras letras C, Z, Q y la más extraña a nuestro idioma, K, respetando sus diferentes usos ortográficos.

Lo contrario significaría una traumática fractura en un idioma con más de mil años de andadura. La simplificación y el pragmatismo que imperan en nuestro mundo de hoy no pueden contagiar a la lengua. La lengua es cosa del espíritu.Por: Maricarmen Luque La historia de las letras, el papel que han representado a lo largo de los siglos y sus funciones ortográficas es algo que los lingüistas Salvador y Lodares nos ofrecen en su libro titulado precisamente así: Historia de las letras.

Y de su mano, les presento la letra C, ésa a la que el insigne gramático venezolano, Andrés Bello, calificó de “letra ambigua”. Y lo es porque, al ser la letra del abecedario que más se mueve, muchas veces ocasiona dudas o confusión.

Si va seguida de A, O o U suena de distinta forma que cuando le siguen la E o la I (casa, cosa curva, cecina).

También se puede doblar (acción) y puede acompañar a la H (chapa).

El diferente sonido que adopta ante las distintas vocales fue una herencia del latín ya tardío a las lenguas románicas: español, francés, portugués, italiano… Sin embargo, el latín clásico tuvo un sonido único para la C ante todas las vocales: el de K. Por eso, el nombre latino “Caesar” en latín clásico se pronuncia “Kaesar”. Y es el alemán, sin ser una lengua romance, el que mejor conservó esta pronunciación clásica; por eso se convirtió en Kaiser frente al César español.

Y en el colmo de la ambigüedad, nuestra C reparte pronunciación con la Z, la Q y la K, razón por la que hubo varios intentos de reducción a lo largo de la historia.

Antonio Nebrija, autor de la Primera gramática castellana, en el siglo XV, quiso reducir el sonido de la C al de la K, pero aquello no cuajó. Mucho después, reformistas más radicales han querido incluso desterrar la letra C y sustituirla por la K (ante a, o, u), y ante e, i hay quienes pretenden reemplazarla por la Z.

A pesar de los repetidos intentos de reforma, seguimos con nuestras letras C, Z, Q y la más extraña a nuestro idioma, K, respetando sus diferentes usos ortográficos.

Lo contrario significaría una traumática fractura en un idioma con más de mil años de andadura. La simplificación y el pragmatismo que imperan en nuestro mundo de hoy no pueden contagiar a la lengua. La lengua es cosa del espíritu.

Luque Maricarmen

Oxímoron: Palabra nada hermosa, aunque sí muy usual

Permítanme, amigos, que hoy les traiga una palabra no precisamente eufónica y hermosa, pero sí, hasta hace poco, de escaso uso; aunque en los últimos tiempos aparece con frecuencia en los medios de comunicación, sobre todo en el ámbito de la política.

Oxímoron es el término en cuestión.

Y es el eminente semiólogo y novelista italiano, Umberto Eco, quien, en un brillante artículo periodístico, me sirvió de apoyo en esto que hoy les cuento.

La definición académica de oxímoron es “la combinación de dos palabras o expresiones de significado opuesto, que originan un nuevo sentido”. Expresiones como “un silencio atronador”, “convergencia paralela” o “fuerte debilidad” son oxímoros al uso.

Según Eco, “el oxímoron ha ganado popularidad porque vivimos en un mundo en el que, superadas las ideologías que intentaban reducir las contradicciones e imponer una versión unívoca de las cosas, ya sólo nos debatimos entre situaciones contradictorias”.

Por ejemplo, ¿no es un oxímoron clarísimo “la realidad virtual”, algo así como una “nada concreta”?

¿Y lo de la “exportación de las libertades” cuando la libertad es, por definición, algo que alguien conquista por sí mismo y para sí mismo?

Leemos hasta la saciedad oxímoros (plural que aparece muchas veces escrito en la misma forma que en singular: los oxímoron) como “la Paz Armada”, “las catástrofes humanitarias”, “la izquierda fascista”, “los ateos clericales”, “la inteligencia artificial”… y muchos más.

Como afirma Humberto Eco, “al no saber ya cómo hacer cuadrar opciones que no pueden ir juntas, se recurre a los oxímoros conciliadores (otro bello oxímoro) para dar la impresión de que lo que no puede convivir, que conviva”.

¿Acaso no es el nuestro un mundo oximórico (si es que fuera válido este adjetivo)?


Las cosquillas del idioma

Frecuentemente usamos indistintamente las palabras táctica y estrategia. Y no andamos desencaminados en tal uso. Porque ambos términos tienen raíz griega, pertenecen al lenguaje militar y son de la misma familia semántica.

Táctica procede del griego taktiké y significa “arte de disponer, mover y emplear la fuerza bélica para el combate”. Llegó al español en el siglo XVIII.

Estrategia, procedente de los términos stratos + agein, es “conducir el ejército”, y llegó a nuestra lengua en el siglo XIX.

Pero en el lenguaje habitual, estrategia se usa en el sentido de “arte o traza para dirigir un asunto” y la táctica como “el método o sistema para conseguir o ejecutar algo”.

Por ello, el empleo de estos dos vocablos es oportuno para expresar los caminos o maneras que utilizamos para llevar algo a buen fin. Si lo conseguimos, es que usamos una buena estrategia o unas tácticas adecuadas. Si no, es que erramos las tácticas o la estrategia.

La lengua, como todo lo que conforma al ser humano, está sujeta a los avatares de la historia, de la ciencia o de los vaivenes sociales. En nuestro mundo de hoy, donde cada uno busca afanosamente su identidad, su individualidad y su espacio, parece que hay que someter a revisión modos lingüísticos o palabras usados a lo largo de los siglos sin menoscabo ni motivo alguno de ofensa para nadie.

Tal ocurre con los plurales masculinos donde, como se sabe, están gramaticalmente incluidos los dos géneros, masculino y femenino: padres (madre y padre), hijos (hijas e hijos) etcétera. Y lo han estado durante más de mil años, sin que nadie se sintiera agredido.

Todos decían, y muchos decimos expresiones como: “los padres de nuestros alumnos son trabajadores o directores de importantes empresas”, sin que las madres, las alumnas, las trabajadoras o las directoras se sientan discriminadas, pues sabemos que estos plurales incluyen a ellos y a ellas.

Hacer distinción de sexos en lugar de usar los plurales, colectivos y aglutinadores, supondría un despropósito lingüístico.

No busquemos los hablantes las cosquillas al idioma. Basta, creo yo, con que le demos lo que se merece: un buen uso.

Luque Maricarmen

Datos lingüísticos curiosos

Hoy les paso, amigos, datos curiosos sobre algunas palabras nuestras, sobre su origen y recorrido hasta aquí.

Una de ellas es fideo. Aparece en el dialecto mozárabe, esa lengua que hablaban cristianos y árabes en la España islámica. De fidaws pasó como “fideo” al castellano, al portugués y al catalán. Parece formada del antiguo verbo “fidear”: crecer, por su propiedad de aumentar de tamaño al cocerlos.

La palabra pasó al español en 1382, cuando los fideos se importaban de lo que se llamó “Berbería”, la zona de los países del noroeste de Africa, Marruecos, Argelia y Túnez, conocida hoy como el Magreb.

La definición académica de fideo es tan simple como “pasta alimenticia de harina en forma de cuerda delgada”, por lo que, en lenguaje coloquial, cuando alguien está muy delgado se dice que está “como un fideo”.

Muchos saben que la fucsia es una planta procedente de América meridional, cuyas flores de color rojo oscuro son hermosas y sirven de adorno. Su nombre se debe al famoso botánico alemán del siglo XVI, Leonhard Fuchs, en cuya memoria le puso el nombre el viajero francés, Plumier, cuando la descubrió, en 1899.

Muchos de ustedes, seguramente han montado alguna vez en funicular, vehículo cuya tracción se hace por medio de una cuerda, cable o cadena. La palabra, derivada del funículus latino, diminutivo de funis: cuerda, está presente en español desde el siglo XVIII.

De un siglo antes viene el término funámbulo, derivado de funis y ambulare: andar. Funámbulo es el acróbata que hace ejercicios sobre una cuerda floja o un alambre. Y como andar por la cuerda floja es algo inseguro y peligroso, para hacerlo se requiere de una destreza especial. Por eso, en sentido figurado, se llama funámbulo al que actúa y se desenvuelve con habilidad en la vida social y política, o sea, que domina el arte de “andar por la cuerda floja”, como un acróbata.

Porque, amigos, moverse en esos ámbitos, con frecuencia suele convertirse en un auténtico ejercicio de acrobacia. ¿O no?

Luque Maricarmen

Es correcto decir los currículum vitae

La locución latina currículum vitae es de sobra conocida por todos. Literalmente se traduciría por la “carrera de la vida”, pero el sentido que se le da en el uso habitual que de ella se hace en muchos idiomas es “la relación de los datos personales, formación académica, actividad laboral y méritos de una persona”.

Sin embargo, es frecuente que muchos hablantes se planteen dudas a la hora de pluralizar la expresión. En latín se haría cambiando sólo la primera parte del sintagma. Así: “currícula vitae”, pero en español, según el Diccionario Panhispánico de Dudas, para el singular y el plural la expresión es invariable: el currículum vitae y los currículum vitae.

Tampoco sería correcto emplear “currícula” como un sustantivo femenino con el significado de “plan de estudios”. Para este sentido debe usarse la palabra castellana, currículo.

Aunque es bueno saber que si el hablante no quiere recurrir a latinismos, puede también expresar la misma idea del “currículum vitae”, con el término currículo, en singular, y currículos, en plural.

En cuanto a la pronunciación de “vitae”, puede hacerse juntando las dos vocales finales, con sonido “e”, propia del latín vulgar (vite) o separando el diptongo “ae”, propio del latín clásico (vitae).

Otra locución latina, más amena que la anterior, es alea iacta est, que significa “la suerte está echada”. Se usa cuando ya se tomó una decisión de la que uno no puede volverse atrás. La frase, contundente y definitiva, tiene su historia. Fue pronunciada por el general romano Julio César al atravesar el Rubicón, hoy Fiumicino, de camino hacia Roma, a pesar de que el Senado había declarado enemigo al que lo hiciera.

Pero él lo cruzó con sus legiones, lanzando la famosa frase alea iacta est (la suerte está echada) que pasó a la historia.

Y fue su arrojo u osadía lo que le valió entrar triunfante con sus soldados en la ciudad de Roma.

Luque Maricarmen

Show, anglicismo innecesario

Por culpa de los medios de comunicación que nos sirven el vocablo sin descanso, se ha afincado en nuestro lenguaje habitual el anglicismo show, que choca con nuestra escritura y pronunciación, pero que ya parece insustituible para referirse a una “función pública destinada a entretener”, es decir, espectáculo, en español.

Y es un anglicismo a todas luces innecesario. Porque nuestra palabra, espectáculo, no sólo tiene el sentido directo que hemos mencionado, sino que además, en sentido figurado, significa “acción que causa escándalo”, significado que, sin embargo, no posee el show inglés.

Por eso no debemos decir: “El show empezará dentro de unos minutos”, ni en sentido peyorativo: “Ya están ésos montando el show de todos los días”, sino “el espectáculo” en ambos casos.

Otro tanto sucede con ranking, palabra de difícil adaptación al castellano y absolutamente innecesaria, teniendo en cuenta que hemos podido vivir siglos, lingüísticamente satisfechos, expresando la misma idea con las palabras lista, tabla clasificatoria, clasificación o escalafón, con el sentido de “clasificación jerarquizada de personas o cosas”.

El Diccionario Panhispánico de Dudas, elaborado por la RAE en consenso con la Asociación de Academias de la Lengua Española, y que desde 2005 está en circulación, sugiere la adaptación gráfica del término inglés en la forma ranquin, con el plural, ránquines, aunque recomienda el empleo preferente de las palabras o expresiones españolas mencionadas.

Es cierto, amigos, que el idioma se enriquece con la aportación de neologismos procedentes de otras lenguas, pero su uso sólo es válido cuando éste es necesario, como ocurre con los vocablos que nombran nuevas tecnologías o prácticas inventadas fuera de los países de ámbito hispanohablante. Es innecesario, sin embargo, cuando, para expresar la misma idea, tenemos en nuestra lengua, no una, sino varias palabras. Desecharla significa ceder a otros la hegemonía del idioma.

Luque Maricarmen

La buena salud del idioma español

Ya es noticia el IV Congreso Internacional de la Lengua Española, que se celebrará en el mes de marzo de 2007, en la ciudad colombiana de Cartagena de Indias.

Haciendo historia de estos encuentros, les recuerdo que el I Congreso se celebró en la ciudad de Zacatecas, un mes de abril del siglo pasado, el del año 1997.

Aquellas jornadas, cuya memoria conservo entre los recuerdos gratos, fueron un ejemplo de organización y convivencia. El lema del Congreso, “El español y los medios de comunicación” se desarrolló y debatió entre los asistentes que representábamos a los 22 países donde se habla español.

Años después, en octubre de 2001, tuvo lugar el II Congreso Internacional de la Lengua Española, en la ciudad castellana de Valladolid. El tema central del encuentro fue “El español en la sociedad de la Información”, donde se puso sobre la mesa el futuro de nuestra lengua ante los enormes retos sociales, políticos y económicos del siglo XXI. En este Congreso se presentó la 22ª edición del Diccionario de la Real Academia Española, elaborada en consenso con todas las Academias Asociadas de la Lengua Española.

Noviembre de 2004 fue la fecha del III Congreso Internacional de la Lengua, celebrado en la ciudad argentina de Rosario, bajo el lema de “Identidad lingüística y globalización del español”.

Y volviendo al que hoy nos ocupa, cuyo lema será “Presente y futuro de la lengua española: unidad en la diversidad”, les adelanto que serán temas de debate: la unificación del español en el ámbito científico y tecnológico, el español en el lenguaje deportivo, la subtitulación en el cine, el español en los organismos internacionales… entre otros.

Unos días antes de la celebración de este IV Congreso, tendrá lugar en la ciudad colombiana de Medellín otro encuentro entre lingüistas: el XIII Congreso de la Asociación de Academias de la Lengua Española, donde se presentará la Nueva Gramática de la Lengua Española, consensuada entre todas las Academias.

Les recuerdo, y con ello me despido, que esta Asociación fue creada a instancias del presidente Miguel Alemán en 1950, celebrándose el I Congreso en la ciudad de México en 1951.

Luque Maricarmen

La moda de abducir

Parece que se ha puesto de moda la palabra abducir, y la vemos con frecuencia en los periódicos, la mayoría de las veces con un sentido equivocado.

Porque abducir nada tiene que ver con inducir, conducir ni seducir, a pesar de su semejanza y aunque todas compartan la misma etimología en la última parte de su composición.

Y es que abducir procede directamente del verbo latino abduco, cuyo significado es retirar, separar o llevarse por la fuerza. Por eso, abducir significa en español “secuestrar”; pero el abducido no es el secuestrado por miembros de una guerrilla ni por delincuentes que pretenden conseguir dinero por el rescate, no. La abducción es el “supuesto secuestro de seres humanos, llevado a cabo por extraterrestres, con objeto de someterlos a diversos experimentos en el interior de sus naves espaciales”.

Y parece que hay numerosos testimonios de personas que afirman haber sido abducidos por individuos de otros planetas, extraterrestres o alienígenas, tanto da.

Al hilo de esta información, recuerdo la palabra ufología, vocablo de nuevo cuño, cuyo significado en español es el “simulacro de investigación científica basado en la creencia de que ciertos objetos voladores no identificados (ovnis) son naves espaciales de procedencia extraterrestre”. El término se formó a través del acrónimo inglés ufo, procedente de las iniciales de las palabras “unidentified flying object”, y equivalente a nuestro acrónimo “ovni”, formado a su vez por las letras iniciales de su significado ya mencionado, “objetos voladores no identificados”.

Pero volviendo a la palabra que nos ocupa, quiero aclarar que la abducción no sólo se refiere al mencionado secuestro, también, siguiendo su procedencia latina en el sentido de retirar o separar, dentro del ámbito de la anatomía es el “movimiento por el cual un miembro u otro órgano se aleja del plano de simetría del cuerpo humano o animal”. Y este oficio lo desempeñan los músculos abductores.

Luque Maricarmen

El Cervantes a Pitol: Motivo de alegría para todos

Un motivo de alegría, no sólo para los mexicanos sino para todos los hablantes de esta lengua nuestra, es la entrega del premio Cervantes, de cuya concesión ya dimos noticia, al escritor Sergio Pitol.

Este hombre, sacudido por la vida desde niño, supo capitalizar su orfandad y una terrible malaria dedicándose a leer los libros que llenaban la casa de su abuela, con la que vivía en un pueblo de Veracruz.

El escritor mexicano no se cansa de repetir que la lectura le salvó al concederle la felicidad que por otros caminos la vida le había arrebatado.

Pitol agradeció en sus palabras la influencia intelectual de los escritores españoles exiliados en México de quienes aprendió a valorar a Benito Pérez Galdós y de donde parte la admiración por la literatura del siglo XIX.

Viajero infatigable y amante de la naturaleza, Pitol está empeñado en una aventura literaria: escribir una novela del siglo XIX, mezclando géneros y entretejiendo historias, según su forma habitual de hacer literatura. Y lo hará en México, refugiándose en una cabaña escondida en plena naturaleza, en soledad compartida sólo con sus perros, allí es donde Pitol gesta sus obra, por la que hoy recibe en España el más importante galardón de las letras en lengua española, el que lleva el nombre del creador de El Quijote.

El rey D. Juan Carlos, al entregarle el premio, se refirió al literato mexicano como “un gran escritor que en su variada obra literaria se propuso un objetivo radicalmente cervantino: soñar la realidad, y lo ha hecho llevando y trayendo entre el Nuevo Mundo y la vieja Europa palabras mestizas del español que transportan una cultura que, por mestiza, es integradora”.

Luque Maricarmen

Las trampas de los vocablos

Una palabra relativamente reciente en nuestros diccionarios, y con la que podemos encontrarnos, sobre todo en revistas de decoración, es trampantojo, un vocablo formado por la aglutinación de los elementos que constituyen la frase: “trampa ante ojo”. Y ésa es la definición de este nuevo término: una trampa o ilusión con que se engaña a uno haciéndole ver lo que no es.

El trampantojo es un recurso que con frecuencia utilizan los arquitectos de interiores o los decoradores para conseguir efectos reales donde no existe tal realidad: una falsa ventana, una chimenea simulada etcétera.

Hábil recurso para conseguir resultados estéticos, siempre y cuando el ojo del posible cliente no se engañe a la hora de distinguir la realidad de la trampa. Y si no es capaz de hacerlo, es que el trampantojo es perfecto.

Agravante y atenuante son dos adjetivos que, como tales, aceptan el género masculino o femenino del sustantivo a que acompañan: un móvil agravante, una intención atenuante.

Pero, cuando estas palabras se sustantivan colocándoles un artículo delante, son femeninas, ya que se sobreentiende el sustantivo “circunstancia”. Por lo que se dice: “actuaron con la agravante de su falta de interés” o “les disculpa la atenuante de su falta de conocimiento”. No obstante, la Academia reconoce como buenos los dos géneros, masculino y femenino, por lo que puede decirse sin cometer error : la o el agravante, así como la o el atenuante.

Y en cuanto a la consulta sobre cuál es el nombre que se aplica a los que les gusta aprovechar la noche para hacer de todo menos dormir, éstos son noctámbulos, del latín noctis, noche y ambulare, andar: los que andan vagando durante la noche, o más poéticamente noctívagos, de la misma procedencia e igual significado. Estos dos términos vinieron a sustituir al más antiguo, pero todavía vigente, nocherniego: que anda de noche, formado con el sufijo “iego”, como andariego y mujeriego.

Luque Maricarmen

En días de Semana Santa

En los días de Semana Santa, en que el fervor popular sale a nuestras calles y proliferan las manifestaciones de devoción religiosa, se oye y se lee en los medios de comunicación un vocabulario relacionado con el tema religioso, que a veces nos resulta desconocido. Veamos algunos términos.

La cofradía es la hermandad que forman algunas personas devotas para ejercitarse en obras de piedad. Y en las procesiones que en la Semana Grande desfilan por las calles de pueblos y ciudades, cada cofradía marcha con su paso, porque el paso es la imagen o grupo de imágenes que representa un suceso de la pasión de Cristo. Este “paso” va montado sobre un artefacto de madera que se llama parihuela, y que en realidad consiste en dos varas gruesas con tablas atravesadas donde se coloca la carga. Y los fieles que transportan a hombros los pasos sobre las parihuelas se llaman costaleros.

La marcha de la procesión suele ir marcada por unos golpes secos producidos por una especie de aldaba o llamador que regula el ritmo del caminar de los costaleros y señala las paradas. Esas paradas son aprovechadas por los fieles para cantar ante las imágenes una saeta, especie de copla breve que excita a la devoción.

Delante o detrás de cada paso avanzan con andar cansino, supuestamente por el peso de sus pecados, los nazarenos o penitentes, vestidos con túnica, un ropaje compuesto de sotana y antifaz, en señal de penitencia.

Tanta fama han llegado a alcanzar las procesiones de la Semana Santa en algunos lugares y tal parafernalia las rodea, que a veces se convierten en algo que desborda los límites de lo religioso y se transforma en una manifestación folklórica, aunque en el fondo siguen representando el homenaje de los cristianos a los dos personajes centrales de la Pasión: Jesús y María.

Luque Maricarmen

Lo novel de los premios Nobel

Nobel y novel son dos palabras homófonas porque suenan igual, pero tienen distinto significado.

Más de uno estará pensando que esta afirmación no es cierta, ya que el sonido de la b no es idéntico al de la v. Pero, amigos, yo tengo que disentir de esta opinión, pues lo cierto es que ambas letras, b y v representan el mismo fonema consonántico labial sonoro, y diferenciar los sonidos, como mucha gente hace, incluso profesionales de la comunicación, (pronunciando la v con sonido fricativo labiodental, como si fuera f ) es considerado una ultracorrección, que deforma la palabra a que pertenece.

No es necesario recordar el significado de ambos vocablos, pero por si acaso, Nobel es el premio que se concede cada año a la mejor aportación mundial en los campos de la Física, Química, Medicina, Literatura, Paz y Economía. El nombre se debe a su creador, el ingeniero sueco, inventor de la dinamita, Alfred Nobel, que lo instituyó en l896, y cuya concesión comenzó en 1901, siendo entregados hasta hoy en Estocolmo por los Reyes de Suecia.

Quién sabe si fue el pensar en la trascendencia de su invento para la humanidad lo que le llevó a compensarlo con la creación del Premio Nobel, pues así sería recordado, más que por los efectos destructivos de aquél, por la aportación a la cultura y a la ciencia que supone dicha institución.

El de Economía es de creación posterior, 1969, y su concesión la hace el Banco Central de Suecia.

El adjetivo “novel”, cuyo camino semántico discurre por otros derroteros, se aplica al que comienza a practicar un arte, una profesión o determinada actividad.

Pero, incidiendo en la forma de pronunciar ambas palabras, quiero señalar que en cuanto a su acentuación, las dos son agudas, por lo que, aunque no llevan acento ortográfico escrito por no acabar en vocal, ni en n ni en s, la intensidad o la fuerza de pronunciación de entrambas irá en la última sílaba (no en la penúltima como tantas veces se oye).

Resumiendo, Nobel y novel, idéntica pronunciación, distinta grafía y diferente significado.

Luque Maricarmen

miércoles, 22 de abril de 2009

Así toquemos madera

En ocasiones, leyendo textos jurídicos e incluso periodísticos, es fácil encontrarse con la palabra sic, cuyo significado puede no conocerse. “Sic” es un adverbio de modo latino que significa “así”, “de este modo”. Se usa, generalmente entre paréntesis, para indicar que lo escrito es textual, es decir, que reproduce fielmente o al pie de la letra el texto, la frase o la palabra a que alude.
Y una vez aclarada esta duda que alguien me planteó, les traigo un par de esos dichos o refranes, que enriquecen y añaden expresividad a nuestro lenguaje.
La frase “no todo monte es orégano” es usada para expresar el temor de que algún negocio o empresa tenga mal resultado, ya que aunque, a primera vista, algo puede parecer fácil o placentero, no siempre lo es en realidad.
La expresión alude a la bondad del orégano, cuya etimología griega significa “planta que alegra el monte”. Desde mucho tiempo atrás, se dice que su semilla machacada ayuda a concebir a la mujer, que funciona como antídoto contra el veneno de tarántulas y alacranes y que, tomado en infusión, esto es, el líquido resultante de sumergirlo en agua hirviendo, alivia las agruras o acidez del estómago.
Tantas propiedades tiene que, antaño, es decir, en tiempo pasado, era considerado como una panacea.
“Tocar madera” es un dicho que se emplea para alejar algo malo que se considera posible. Con el gesto de “toco madera” se alude a una costumbre propia de la religión de los persas, que desde mil años antes de Cristo ha pervivido a través de los siglos, y que estaba basada en la creencia de que el genio del fuego y la vida, al que se invocaba cada vez que se emprendía algo importante, vivía en las vetas de la madera.
Así pues, toquemos madera, amigos, y que la semana transcurra felizmente para todos.

Luque Maricarmen

Sacarle partido al verbo pelar

Una palabra a la que se le puede sacar partido, a pesar de ser sencilla y de uso corriente, es el verbo pelar.
Antes de seguir, quiero aclarar que el adjetivo corriente equivale a común u ordinario; es corriente lo que sucede con frecuencia, lo que es de uso común. Y no es lícito darle a este vocablo el sentido de vulgar o de mal gusto.
Pues bien, el término “pelar” encierra varios significados, y para todos ellos lo empleamos: pelar es cortar el pelo, es quitar las plumas a un ave, es quitar la piel a un animal, es quitar la piel o la corteza a algo.
Pero, en sentido figurado, sus significados y usos son innumerables. Pelar es quitar con engaño, arte o violencia los bienes a alguien: “Entre todos los herederos lo dejaron pelado”. Pelar es criticar a alguien: “Están pelando a una amiga común”. Y un pelado es alguien grosero: “Ese joven no tiene educación, es un pelado”.
En locuciones familiares, “pelar” aparece con frecuencia: “Ese es duro de pelar” se dice cuando alguien es difícil de convencer; “corre que se las pela”, cuando ejecuta algo con rapidez, o dicho de una cosa caliente o fría, cuando produce una sensación extremada: “El agua de la alberca está que pela”, o “hace un frío que pela”, si la temperatura ambiente es muy baja.
Sin embargo, ni en sentido figurado ni en el literal, pelar es hacer caso, escuchar o atender. Por eso, es expresión indebida, aunque bastante frecuente “no me pela”, cuando se quiere expresar: “No me hace caso”, “no me escucha” o “no me atiende”.
Y respondiendo a un lector amigo, vademécum es un término latino formado por las palabras “vade”, ven, y “mecum”, conmigo. Se llama vademécum a un libro de poco volumen y de fácil manejo para consulta inmediata de nociones o informaciones fundamentales.
Hoy, en plena era informática, habría que revisar el significado de esta palabra, pues raro es el que no dispone de su “vademécum” fijo o portátil, la computadora.

Luque Maricarmen

El dudoso lenguaje habitual

Atendiendo a consultas hechas por lectores asiduos de esta sección, vamos a revisar algunas palabras del lenguaje habitual que plantean dudas.
Muchas veces se llama fonazo a la llamada telefónica, sin reparar en que ese vocablo no existe en español. La única explicación de su uso es el contagio del inglés “phone”, pero en nuestro idioma, una llamada telefónica es un telefonazo, no un fonazo.
Afocar es un término que se utiliza con frecuencia aquí, en México. Sin embargo, cuando queremos centrar la imagen, o en el manejo de la cámara fotográfica, “centrar en el visor la imagen que se quiere obtener”, el verbo adecuado es enfocar, formado con el prefijo latino “in” (“en” o “dentro de” en castellano); enfocar, mejor que afocar. La acción de enfocar es el enfoque, y cuando la imagen pierde el enfoque es que está desenfocada.
Hay quien confunde el dintel con el umbral. El dintel de una puerta o ventana es la parte superior que carga sobre las piezas laterales verticales que lo sostienen. Estas piezas se llaman jambas. El umbral, sin embargo, es la parte inferior o escalón contrapuesto al dintel. De manera que, resumiendo, al entrar o al salir pisamos el umbral y pasamos bajo el dintel el cual se apoya en las jambas.
Relajarse, relajación y relajamiento son vocablos de origen latino cuyo sentido genérico es “distender”. Desde siglos se usaron para significar aflojamiento o alivio en el trabajo y esparcimiento del ánimo. También, cuando las costumbres se corrompen o envician se dice que se relajan.
Pero, desde hace unos años, la palabra relax, de naturaleza inglesa pero de origen latino, vino a ennoblecer el verbo relajarse y sus derivados, pues se ha convertido en el ideal psicohigiénico de nuestro tiempo.
Claro que al hablar y escribir no conviene relajarse en exceso, sino mantener las neuronas tensas y estar alerta en el buen uso de la lengua.

Luque Maricarmen

Las palabras polisémicas

Atendiendo a consultas hechas por lectores asiduos de esta sección, vamos a revisar algunas palabras del lenguaje habitual que plantean dudas.
Muchas veces se llama fonazo a la llamada telefónica, sin reparar en que ese vocablo no existe en español. La única explicación de su uso es el contagio del inglés “phone”, pero en nuestro idioma, una llamada telefónica es un telefonazo, no un fonazo.
Afocar es un término que se utiliza con frecuencia aquí, en México. Sin embargo, cuando queremos centrar la imagen, o en el manejo de la cámara fotográfica, “centrar en el visor la imagen que se quiere obtener”, el verbo adecuado es enfocar, formado con el prefijo latino “in” (“en” o “dentro de” en castellano); enfocar, mejor que afocar. La acción de enfocar es el enfoque, y cuando la imagen pierde el enfoque es que está desenfocada.
Hay quien confunde el dintel con el umbral. El dintel de una puerta o ventana es la parte superior que carga sobre las piezas laterales verticales que lo sostienen. Estas piezas se llaman jambas. El umbral, sin embargo, es la parte inferior o escalón contrapuesto al dintel. De manera que, resumiendo, al entrar o al salir pisamos el umbral y pasamos bajo el dintel el cual se apoya en las jambas.
Relajarse, relajación y relajamiento son vocablos de origen latino cuyo sentido genérico es “distender”. Desde siglos se usaron para significar aflojamiento o alivio en el trabajo y esparcimiento del ánimo. También, cuando las costumbres se corrompen o envician se dice que se relajan.
Pero, desde hace unos años, la palabra relax, de naturaleza inglesa pero de origen latino, vino a ennoblecer el verbo relajarse y sus derivados, pues se ha convertido en el ideal psicohigiénico de nuestro tiempo.
Claro que al hablar y escribir no conviene relajarse en exceso, sino mantener las neuronas tensas y estar alerta en el buen uso de la lengua.

Luque Maricarmen

La importancia de la ortografía

Que la ortografía es importante en la estructura de un idioma no hay quien lo dude, y el que lo haga sospecho que será por esnobismo, por afán de originalidad o simplemente por esa tendencia moderna a la simplificación.
En nuestra lengua, hay multitud de vocablos cuyo significado cambia al variar su ortografía.
Una vasta extensión de terreno es un terreno muy grande, mientras que una persona basta es alguien grosero o tosco. El que tiene belleza es bello, que nada tiene que ver con el pelo que sale más corto y suave que el de la cabeza y de la barba, el vello, en algunas partes del cuerpo. Un balón es una pelota grande, pero los valones son los originarios de la parte meridional de Bélgica, y el valón es la lengua que hablan, un dialecto del antiguo francés.
Pero en otras palabras el cambio de significado puede ser más radical, y recuerdo al respecto una anécdota que hace años se comentó mucho en España.
Se trataba de una instancia que un joven presentó ante una autoridad, para ser admitido en unos exámenes extraordinarios. La solicitud estaba correctamente escrita en un impreso oficial, cuya fórmula de despedida, al uso, era: “Gracia que espero alcanzar de V.I. (Vuestra Ilustrísima) cuya vida Dios guarde muchos años”.
Pero el joven, alardeando de conocimiento lingüístico, añadió la frase: “por uebos”, por lo que la instancia terminaba así: “Gracia que, por uebos, espero alcanzar de V.I. cuya vida Dios…” No necesito decir que la cuña añadida por el solicitante fue interpretada como una falta de respeto, por considerar la expresión “por uebos” una insolencia, además de estar escrita incorrectamente, todo lo cual provocó que se le denegara lo solicitado.
Sin embargo, el joven envió un escrito justificando la expresión y remitiendo, a los que le habían tachado de irrespetuoso e ignorante, al Diccionario de la Real Academia, donde, por cierto, figura la palabra uebos con el significado de “necesidad”.
Automáticamente su solicitud fue aceptada.

Luque Maricarmen

El honor de la palabra: El barullo del lenguaje periodístico

El lenguaje periodístico ha conseguido crear un barullo en torno a estas palabras por el uso indebido de alguna de ellas. Por eso vamos a hacer unas precisiones.
Los verbos cesar y dimitir son de uso intransitivo, por lo que su acción no recae sobre otro (objeto directo), sino sobre el propio sujeto. A nadie se le cesa o se le dimite, es uno mismo el que lo hace cuando deja de desempeñar un empleo o cargo, porque cesar es dejar de hacer lo que se está haciendo. De modo que uno mismo es el que cesa, dimite o renuncia. Lo que sí pueden hacerle es destituirle, separándolo del cargo que ejerce, pues tal es el significado del verbo destituir. Por eso están mal expresados encabezamientos de noticias como éste: “El director cesó a varios ejecutivos de la empresa”.
La cuestión de los latinismos, esas locuciones o palabras que pasaron del latín a nuestra lengua y en ella se quedaron, a veces plantean dudas. Las hay de uso más o menos frecuente. De todos conocidas son las expresiones “lapsus linguae” y “lapsus cálami”, con sus respectivos significados de “error involuntario que se comete al hablar” y “error involuntario que se comete al escribir”. La involuntariedad de ambos procede del sentido inicial de la palabra latina “lapsus”, que es la falta o error que se comete por descuido.
“Maremágnum”, en latín, o maremagno, en la forma castellanizada, significa “confusión, y “masa confusa y numerosa de personas o cosas”. Por ejemplo: En el maremágnum de la pasión, descuidó la importante misión que tenía. Aquella manifestación popular se convirtió en un maremagno donde nadie sabía qué defendía.
Y por último “circum”, cuyo significado es “alrededor de”, es una partícula latina que en la forma “circun” pasa a formar parte de muchas palabras de nuestra lengua. Dos de ellas, circunvalación, “rodeo que se hace de un lugar” y circunvolución, “giro o vuelta en el aire”, son fácilmente confundibles, pero, vean la diferencia: “Hizo la primera circunvalación a la isla en una pequeña balsa, mientras las gaviotas hacían circunvoluciones en torno a la nave”, (volando, claro está).

Luque Maricarmen

Envejecer dignamente; ojalá

En un artículo sobre el envejecimiento de la población mundial, leo que el número de personas mayores de 65 años crece en porcentaje del 2.5 anual. (Por cierto, cuando se usa la palabra “porcentaje”, no debe emplearse el signo junto al número).
Esto quiere decir que dentro de 25 años, uno de cada tres humanos tendrá más de 65 años, y uno de cada diez, más de 85. Lo que significa que con los adelantos científicos y técnicos de este mundo nuestro caminamos hacia un futuro de personas muy grandes, muy mayores, longevas, que constituirán el colectivo que en todo el mundo empieza a llamarse “la cuarta edad”. Hasta hoy, la especialidad médica que se ocupa de nuestros viejitos es la geriatría o la gerontología; pero, según el articulista, ya aparece en el horizonte una nueva ciencia: el titonusismo.
El origen de esta palabra se remonta a la mitología griega. Tithonus fue quien pidió a los dioses una larga vida para él y para su esposa Aurora, además de una perdurable belleza para ella. El caso fue que mientras en él la decrepitud de la vejez era evidente, ella permanecía aparentemente joven y radiante.
¿Se llamará titonusismo la ciencia que nos permita envejecer sin la declinación de facultades físicas, y a veces mentales, propias de la ancianidad? Ojalá.
A propósito de esta interjección nuestra, ojalá, que denota el vivo deseo de que suceda algo, procede de la expresión árabe, “in sa Alláh”, cuya traducción literal al español es “si Dios quiere”. Pues, amigos, hasta la semana que viene, ¡ojalá!

Luque Maricarmen

Errores en el lenguaje coloquial

Seguro que ustedes, como yo, han oído muchas veces un error que se comete con frecuencia en el lenguaje coloquial, como el de la frase: “Le conocí por primera vez…”. Es un pleonasmo —uso de palabras innecesarias que insisten en una idea— que afea nuestra expresión habitual. Porque es obvio que sólo se conoce a alguien una vez, la primera. Y una vez conocido, ya no se le vuelve a conocer. Estorba, pues, en la frase esa primera vez, como estorban más de una palabra en el enunciado, tantas veces escuchado: “Yo mismo lo vi con mis propios ojos”.
Otra cuestión distinta es la duda, bastante común, a la hora de usar las palabras laso, laxo, lasitud, laxitud.
Si se habla de alguien cansado o falto de fuerzas se utiliza el adjetivo laso, aplicable también al cabello lacio, flojo, aunque es de uso más frecuente el sustantivo lasitud para el significado de cansancio o falta de fuerzas. Por ejemplo: “Toda la energía consumida en la lucha dio paso a una gran lasitud”.
Es fácil confundir las anteriores, por la proximidad en el significado, con laxo y laxitud. Laxo es lo que no está firme o tenso, lo relajado o poco estricto, lo carente de rigidez o firmeza. Por eso los músculos están laxos cuando les falta tonicidad. Y si las reglas son excesivamente rígidas o demasiado laxas, surgen problemas en la educación.
Del mismo sentido participa el sustantivo laxitud: “Cuando el cansancio te domina, una terrible laxitud invade tu cuerpo”.
Y termino recordando que la palabra poco, en su valor de cantidad pequeña de algo o de parte de un todo, no debe concertar en género con ese algo o con ese todo, sino permanecer invariable; por lo que es desaconsejable en el habla culta decir algo así: “Sírveme una poca de agua o comí una poca de ensalada”, sino más bien: un poco de agua o un poco de ensalada. Es obvio. Feliz semana, amigos.

Luque Maricarmen

Regalos: lingüísticos de los medios

No deja uno de sorprenderse ante los regalos lingüísticos con que nos obsequian con excesiva frecuencia los medios de comunicación.
En un programa de radio que hacía publicidad de un instituto de belleza, oí al locutor referirse al director del mismo con las elogiosas palabras de “especialista en estética y nutrística”.
Si lo que quería era redondear la frase con una rima consonante, lo consiguió; pero lo hizo endilgándonos un palabro espantoso e inexistente.
Se puede ser especialista en nutrición, no en nutrística. Y el que tiene tal especialidad es el nutricionista. Y al hilo de la raíz, según un diccionario de uso, aunque aún no aparece en el diccionario de la Real Academia Española, la nutrología es la parte de la medicina que trata de la nutrición, por lo que el nutrólogo, (no nutriólogo) será el especialista en nutrología.
Un profesional de la radio o del radio (son válidos ambos géneros para referirse al radiorreceptor, sin embargo, radiodifusión es femenino), aunque de uso ambiguo en los distintos lugares del ámbito hispanohablante; pues bien, un locutor decía por el micrófono que “según se iban contabilizando los votos, estaba más cerca de saberse quién detentaría el poder”.
Pero el caso es que los votos no iban contabilizándose, sino contándose. Porque no es lo mismo contar que contabilizar.
Contar es numerar o computar cosas para saber cuántas hay. Contabilizar es apuntar la cantidad en los libros de cuentas. Y en cuanto al poder, sólo se detenta cuando se ejerce ilegítimamente; en los demás casos se desempeña, se ocupa o simplemente se ejerce.
Son algunas muestras, amigos, de los errores lingüísticos que ocasionalmente vuelan por las ondas hertzianas. Lo importante es detectarlos y no hacerlos nuestros.

Luque Maricarmen

Antiquísima lengua: El indoeuropeo, raíz del del latín

Leía yo un libro de Antonio Alatorre, ese ilustre mexicano amante de su idioma y, como siempre que lo hago, encontré un montón de cosas ilustrativas relacionadas con nuestra lengua. Pero, en este caso, no sólo con la nuestra, sino con todas esas lenguas antiguas en la que se entendía media humanidad hace miles de años, cuando todavía la romanización, y por lo tanto las lenguas románicas, no eran ni soñadas por el hombre.
Porque si el español, como las demás lenguas románicas, vienen del latín, ¿de dónde procede el latín?
El latín arranca de una antiquísima lengua, el indoeuropeo, que hace siete mil años se hablaba en Europa y en Asia Occidental.
Y de ese tronco procede también el sánscrito, y del sánscrito el romaní, esa lengua que anda vagando por el mundo por ser la lengua de los gitanos.
Pero lo curioso, según Alatorre, es que si del indoeuropeo vienen palabras tan consustanciales con el hombre, como las latinas “pater” y “mater”, sólo la terminación “ter” es específicamente indoeuropea, ya que en miles de lenguas antiguas no pertenecientes a este tronco, padre y madre se decían “pa” y “ma”; lo que significa que esta dos sílabas, como las de los balbuceos de nuestros bebés (“tata”, “nene”, etc.) están en el origen del lenguaje, es decir, en el origen del hombre.
Todo esto hace verosímil el postulado lingüístico de que “el lenguaje de la infancia nos instruye acerca de la infancia del lenguaje”.
El lenguaje poniendo un rayo de luz en las tinieblas del origen del hombre como especie aparte, porque ya antes, cuando todavía no sabíamos usar herramientas y éramos una de las variedades de simios antropoides, entonces ya teníamos cierta especie de lenguaje, una forma de comunicarnos que con el tiempo, a lo largo de la evolución, se ha convertido en la lengua, ese instrumento útil y hermoso con el que hablamos, sufrimos, amamos y gozamos todos los seres humanos en las distintas partes del planeta.

Luque Maricarmen

lunes, 20 de abril de 2009

Su origen, en Roma: La hermosa tradición del Nacimiento

¡Cuántas son, amigos, las prácticas que se llevan a cabo en estas fiestas navideñas! Y qué pocas veces nos paramos a averiguar de cuándo y dónde vienen.
No sé si alguna vez se lo conté, pero por si no lo hice o por si ya lo olvidaron, hoy quiero recordarles de dónde nos llegó la costumbre tradicional del Nacimiento o Belén que tantas familias montamos en nuestras casas, el cual rememora el hecho que en realidad da sentido a estas festividades.
La escena del Nacimiento es una de las más frecuentes y tempranas del arte cristiano.
Aparece ya en el siglo IV, en una catacumba, en Roma. Pero fue San Francisco de Asís quien, en el siglo XIII, instauró la forma que todos conocemos para recordar la natividad de Jesús, representándolo en el portal de Belén, sobre un pesebre.
En España esta práctica se introdujo en el siglo XIV, pero no fue sino hasta el XVII cuando quedó establecida como práctica navideña en la mayoría de los hogares cristianos españoles.
En México, en el siglo XVI, Fray Pedro de Gante fundó una escuela en Texcoco, donde enseñó a los indígenas a elaborar figuras religiosas navideñas, comenzando así la costumbre de instalar el Belén en las casas de las familias cristianas.
Sin embargo, es en el siglo XIX cuando reaparece el Nacimiento con verdadero impacto popular.
Hoy, a pesar de la influencia de otras prácticas foráneas que invaden el mercado con objetos decorativos de carácter más o menos profano, en la mayoría de los hogares cristianos de ambos lados del Atlántico siempre hay un lugar donde se recrea esa representación artística y piadosa del verdadero motivo de estas fiestas decembrinas, fiestas que reúnen a los seres queridos y ayudan a estrechar los lazos familiares y de amistad.
Desde aquí, amigos míos, mis más sinceros deseos de que sean éstas unas Navidades hermosas y felices.

Luque Maricarmen

Un mundo nada austero

Me sorprende la consulta de un lector, que me pregunta la relación existente entre las palabras parco y espartano. Y mi sorpresa no se debe a que la cuestión sea tan obvia que no necesite consultarse, sino al inusual empleo que se hace de estas dos palabras en un mundo, como el nuestro, donde lo que prima es lo exagerado, lo desmedido, lo que está tan lejos de la moderación, la mesura y la austeridad.
Porque parco y espartano, tan distantes en su origen, sí se acercan en su significado, en el sentido de escasez y austeridad. Vean.
Parco, procedente del latín parcus, es un adjetivo que califica al “escaso o moderado en el uso o en la concesión de las cosas”. Es parco en la comida o en la bebida el que come o bebe con moderación, como lo es en palabras, el que habla poco.
Espartano era, como se sabe, el natural de Esparta, famosa ciudad de la Grecia antigua fundada hacia el siglo VIII a. C., cuyas leyes imponían a sus varones, desde tierna edad, severísimas normas con el objeto de templar su carácter. Y, así, el espartano era sobrio, templado austero y moderado.
Y con ese sentido pasó al español la palabra, convirtiéndose en un adjetivo de significado próximo al de parco. Y por eso una educación espartana es la firme y severa, y un individuo es considerado espartano cuando es disciplinado, austero, sobrio y firme, en consecuencia, parco en sus cosas.
Esta es la relación o el acercamiento en el significado de los dos vocablos.
Sobre las palabras coacción y coerción la relación es más íntima, pues prácticamente son sinónimas, ya que si coacción es la fuerza o violencia que se hace a alguien para obligarlo a que diga o haga algo, coerción es la presión ejercida sobre alguien para forzar su voluntad o su conducta.
En el uso, la coacción obliga a hacer, mientras que la coerción suele impedir que se haga.
Alguien puede obrar coaccionado, en tanto que las medidas coercitivas reprimen o inhiben la acción.
Lo que está claro, amigos, es que ambas atentan contra la libertad del individuo.

Luque Maricarmen

Premio Cervantes a Sergio Pitol: Un galardón que hace justicia

El Premio Cervantes, el galardón más importante de las letras en español, tiene este año un sabor especial. Y lo tiene por ser este 2005 el 400 aniversario de la publicación de El Quijote, la obra que narra las venturas y desventuras de un caballero manchego de dimensión universal, que salió de la pluma del insigne don Miguel de Cervantes Saavedra.
El Cervantes del año 2005 ya está en manos de un gran escritor mexicano, Sergio Pitol, autor poco convencional, modesto, apartado del mundanal ruido, pero audaz, singular, coherente y transgresor a la hora de escribir.
Autor preferente de cuentos, género en el que se siente libre y da rienda suelta a su inteligencia, domina el párrafo largo desafiando la tradicional brevedad de este tipo de narración.
Su trayectoria vital determinó el carácter del escritor y de su obra. Huérfano desde niño y enfermo varios años de su infancia, fue criado por una abuela inteligente, culta y “magnífica”, según sus palabras.
Estudió Filosofía y Leyes, y dedicó gran parte de su vida a viajar, pronunciar conferencias, traducir, enseñar literatura y, naturalmente, escribir. Formó parte de la diplomacia mexicana como embajador y agregado cultural en distintos países.
El contacto con gente y culturas tan diversas ha hecho de él un personaje singular y distinto, enriqueciendo su cosmovisión y afianzando sus criterios contra abuso del poder y la injusticia.
Sergio Pitol es un escritor profundo y enigmático que domina la parodia e introduce en su obra el sentido del humor, poco frecuente en la literatura hispanoamericana.
Cuentos, novelas y ensayos son los géneros cultivados por este autor, que recibió la noticia del premio Cervantes con incredulidad y sorpresa, en Xalapa, donde reside.
Un galardón que hace justicia a uno de los grandes escritores en lengua española, y que le será entregado por los reyes de España el 23 de abril, aniversario de la muerte del escritor que da nombre al premio.

Luque Maricarmen

Hay que frenarla: Anglomanía

Pedro Salinas, el poeta, ya dijo en cierta ocasión que estamos en el siglo de las siglas. En realidad se refería al siglo XX, pero en el XXI las cosas no han cambiado.
Seguimos invadidos por las siglas, esos signos que encierran un denso contenido y sirven para ahorrar letras, economizando trabajo, tiempo y espacio. El colmo del pragmatismo, del sentido práctico que nos rodea.
Pero les confieso que a mí me complican la vida. Porque como no conozco el nombre de las letras en inglés, resulta que cuando me deletrean determinadas siglas, no sé qué letras debo escribir, ya que se empeñan en decírmelas en esa lengua, en lugar de hacerlo en español cuando entre hispanohablantes nos estamos comunicando.
Y es que no entiendo la necesidad de llamar dividi a estas tres letras: DVD (de, uve, de). Lo mismo que llamar cidi a lo que se escribe CD (ce, de), nombre de estas letras en nuestro idioma. O di yei a lo que se abrevia con las iniciales DJ (de, jota), así llamadas en español. Y aún más, llamar cidirom a la palabra que ya existe en español correspondiente a cinco palabras inglesas: Compact Disc Real –Only Memory, CD-ROM, pronunciada en español cederrón.
Sin hablar del complicado aiciquiú para nombrar una sigla cuyas letras son ICQ (i, ce, cu). Son ganas de “rizar el rizo”, o sea, “complicar algo más de lo necesario”, que es lo que significa la expresión.
No, amigos, por muy inglesas que sean las palabras representadas por las siglas, éstas no son más que siglas, y a la hora de nombrarlas entre hispanohablantes, a las letras deberá dárseles el nombre que tienen en español, no en inglés.
Si no, terminaremos olvidando lo primero que aprendimos de nuestra lengua en la escuela, el alfabeto o abecedario.
Ya sé que en este caso el uso manda y crea “leyes”, pero yo sigo poniendo mi granito de arena para frenar la anglomanía.

Luque Maricarmen

Términos distintos: Honradez y honestidad

Hay dos palabras en español que la gente se empeña en reducirlas a una sola, y ya casi lo ha conseguido, cómo no, por influencia del inglés. Son honestidad y honradez.Y es que en inglés, la palabra “honesty” abarca los dos conceptos que en español se expresan con dos vocablos diferentes. Honesto es el decente o decoroso, el recatado, el pudoroso. Honrado es el que procede con honradez, el recto de ánimo, el que obra con integridad y justicia.
Sobre esta cuestión, oí decir a un periodista preocupado por el lenguaje: “En español, lo honrado se aplica de cintura para arriba, y lo honesto, de cintura para abajo”
Es una forma simplista, pero bastante gráfica de marcar la diferencia, aunque en el fondo, así es.
Se suele hablar de un político honesto cuando en realidad se le quiere calificar de honrado: el que cumple las promesas electorales, busca el bienestar del electorado y no pretende enriquecerse a su costa es un político honrado porque procede con honradez y obra con integridad. Pero puede, al mismo tiempo, ser deshonesto si es que mantiene relaciones ilícitas al margen del matrimonio o lleva una vida desordenada.
Y aunque lo bueno (y común) es que la honradez y la honestidad caminen de la mano, más interesa, creo yo, un político honrado que honesto. Pues la cuestión de la honestidad es personal, mientras que la de la honradez… nos atañe a todos.
En cuanto a la separación de los dos términos que planteamos, hemos de reconocer que se ha generalizado de tal manera el empleo de honradez y honestidad como palabras sinónimas, que parece un esfuerzo inútil señalar la diferencia, e incluso la Academia ha terminado por aceptar la sinonimia por imperativos de uso.
Como siempre, es el hablante el que va marcando el ritmo del idioma.

Luque Maricarmen

Desplazamiento de pronombres

Amigos, no quisiera parecer puntillosa, es decir exagerada, con el tema de la lengua. Pero, como en el lenguaje habitual es más fácil pasarse al otro extremo, a la laxitud, la flojera y la tolerancia, les señalo hoy una falta gramatical leve que se comete, sin graves consecuencias, ya que el uso le ha concedido carta de legitimidad.
Es el desplazamiento de los pronombres, que con tanta frecuencia se comete en la comunicación coloquial.
Te voy a invitar… me tienes que acompañar… le quiero decir… les vinieron a traer… son frases que continuamente se manejan en nuestra conversación, pero en todas ellas los pronombres están desplazados.
En estos casos, te, me, le, les no son complementos de los verbos principales (voy, tienes, quiero, vinieron), sino de los subordinados (invitar, acompañar, decir, traer), por lo que esos pronombres deberían ir colocados junto a ellos. Así: voy a invitarte… a mi casa, tienes que acompañarme… al médico, quiero decirle… un secreto, o vinieron a traerles… un regalo. A veces este desplazamiento pronominal suena tan mal como el que oí ayer en una entrevista por radio: “—¿Puedes decirme cuál es el origen de esta discrepancia? —No te sé decir”.
Mejor, aunque igual de lacónica, hubiera resultado la respuesta: “No sé decirte”. ¿O no? Antes de terminar, y aprovechando el mes en que estamos, quiero señalar, contestando a una consulta, que en nuestros cementerios, como en los antiguos cementerios romanos, se llama columbario al conjunto de nichos donde se colocan las urnas con las cenizas de los difuntos incinerados. El nombre viene del latín “columba”, que es paloma, seguramente recordando los nichos en los que las palomas se resguardan buscando la paz y el silencio.
El espacio se acaba, amigos, y “les tengo que dejar”, bueno, mejor, “tengo que dejarles…”.

Luque Maricarmen

Palabras y frases de todos los días

Hoy les traigo, amigos, palabras y frases hechas que a menudo utilizamos para darle más expresividad a nuestro lenguaje cotidiano, y lo hago para que, juntos, encontremos la razón de su uso o el origen de su existencia.
Se tilda (tildar: señalar a alguien con alguna nota ofensiva) de cafre al que es bárbaro o cruel, al zafio o enormemente tosco.
Etimológicamente la palabra procede del árabe “kafir”, infiel o pagano.
Históricamente, los geógrafos de los siglos XVII y XVIII llamaban Cafrería a una zona de
Sudáfrica, antigua colonia inglesa, cuyos habitantes, los cafres, eran temidos por su fiereza.Andando el tiempo, el término pasó al español con la connotación que ya conocemos.
La expresión “moco de pavo” se emplea en el lenguaje habitual para aplicarse a algo de poca importancia o valor, seguramente siguiendo el sentido de la inutilidad de ese apéndice carnoso y eréctil que el pavo tiene sobre el pico.
Por el contrario, algo “no es moco de pavo” cuando sí posee valor o importancia. Por ejemplo: “Caramba, eso que me pides no es moco de pavo; cuesta carísimo”.
“Desternillarse de risa” se dice del que se ríe descontroladamente, de forma exagerada. Y es desternillante lo enormemente cómico o chistoso. Veamos por qué.
Desternillarse es romperse las ternillas, y ternilla es el cartílago elástico y blanquecino que todos tenemos en la nariz. De ahí la expresión y el adjetivo.
Naturalmente resulta exagerada esta expresión, pues a nadie conozco, afortunadamente, que se le haya roto la ternilla de la nariz por reírse, aunque lo haya hecho “a mandíbula batiente”, es decir, a carcajada tendida.
Lo que sí oigo con frecuencia es “destornillarse” en lugar de desternillarse, y no es lo mismo. Destornillarse es desconcertarse obrando o hablando sin juicio ni seso, o sea, sin cordura. Vamos, lo que coloquialmente es “perder un tornillo”.
La semana que viene, más. Hasta entonces, ríanse, amigos, ríanse todo lo que puedan. Es sanísimo.

Luque Maricarmen

Por fin, llega el Diccionario panhispánico de dudas

Ya tenía yo ganas de darles esta noticia.
Por fin, dentro de unos días, tendremos a nuestro alcance el Diccionario panhispánico de dudas, que será “presentado en sociedad”, oficialmente, el día 10 de noviembre ante el rey don Juan Carlos y las autoridades políticas, culturales, académicas y medios de comunicación de América y España.
Ha sido la labor conjunta y consensuada, durante cinco años, de las 22 Academias de la Lengua Española de España, Hispanoamérica, Estados Unidos de Norteamérica y Filipinas.
La finalidad práctica de esta obra es aclarar las dudas de siete mil vocablos que, en distintos lugares de la extensa área hispanohablante, se dicen de diferente manera. Y no son normas definitivas sino de uso, ya que el idioma es algo vivo y son los hablantes los que le imprimen su propio dinamismo.
El trabajo se realizó a partir de las dudas que en estos años los hablantes fueron planteando ante las 22 Academias. Se consultaron todos los diccionarios de dudas existentes, libros de estilo, manuales de corrección y una extensa bibliografía del total de los países de habla española. Y con las sugerencias, propuestas y aportaciones de las distintas Academias, se ha llegado a un texto único, consensuado y panhispánico, como su nombre indica.
La obra no sólo aclara dudas sino que explica por qué surgen, y da ejemplos extraídos de obras literarias y textos periodísticos.,p>El Diccionario panhispánico de dudas es una muestra de la unidad y diversidad del español, que servirá para resolver los principales problemas que plantea el uso cotidiano de nuestra lengua, esa lengua en la que hablamos, sentimos y vivimos casi cuatrocientos millones de personas.
Los hispanohablantes estamos de enhorabuena.

Luque Maricarmen