miércoles, 29 de abril de 2009

Historia del castellano

Hoy pretendo glosar en unas pocas líneas la historia de esta lengua que une a tantos millones de hablantes de ambos lados del Atlántico: español o castellano. Una lengua que nació como tal hace más de mil años, en Castilla, región situada en el centro de la Península Ibérica.

Su historia viene de atrás, del latín, de donde proceden todas las lenguas románicas (español, francés, italiano, portugués, provenzal y rumano).

Cuando los romanos llegan a la Península Ibérica, en el siglo III a. C., ya se hablaban allí una serie de lenguas indígenas, además del griego, la lengua de un pueblo que colonizó ciertas zonas de la península, que el latín asimiló, sirviendo de base para la formación de una lengua nueva.

El español se estaba forjando, pero pasarían siglos antes de que fuera una lengua consolidada. Siglos de invasiones que formarían parte de su proceso de formación. Como la de los árabes, que en los 800 años que duró su dominio dejó su impronta en la lengua, pues son unos 4 mil arabismos los que se registran en ella.

Pero es en el siglo X cuando aparece la primera manifestación escrita en castellano: son las Glosas Emilianenses, notas aclaratorias que se encuentran en un códice latino, en el monasterio de San Millán de la Cogolla, en la ciudad española de Logroño. Y a finales de este mismo siglo, aparecen otras notas explicativas: las Glosas Silenses, en otro códice latino, en el monasterio de Silos, en Burgos.

Del siglo XI son la jarchas, breves cancioncillas en castellano que servían de estribillo a unas composiciones hebreas, encontradas en 1948 en una sinagoga de El Cairo.

Sin embargo, tiene que transcurrir un siglo más para que surja la primera obra completa escrita en español: El Cantar de Mío Cid (1140), donde un autor anónimo relata en un delicioso, aunque difícil castellano, las aventuras y desventuras de un valiente guerrero a la par que leal soldado y caballero de inquebrantable lealtad al rey: Don Rodrigo Díaz de Vivar, “El Cid Campeador”, del cual dice el autor en versos llenos de sentimiento: “Dios, ¡qué buen vasallo si tuviese un buen señor!”.

Y es aquí donde comienza la brillante historia literaria de nuestra lengua.

Luque Maricarmen

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