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La Dichosa Palabra
La Dichosa Palabra es un programa cultural que se transmite por Canal 22 de la Ciudad de México en donde se hace una apología de la cultura, los libros y el buen hablar de la lengua española. Este blog tiene la la finalidad de mejorar el uso de nuestro idioma. No tiene ninguna relación con el programa antes citado a excepción del objetivo.
viernes, 11 de abril de 2014
Cambios en el alfabeto y en las reglas de escritura
Drásticos cambios en el alfabeto y en las reglas de escritura contiene
la nueva edición de Ortografía elaborada por la Real Academia Española
(RAE), que se publicará a fines de este año.
Entre las
modificaciones más llamativas está la eliminación de algunas letras del
alfabeto. Éstas son la "ch" y "ll", que fueron suprimidas formalmente de
la tabla del alfabeto, por lo que las letras del abecedario ahora pasan
a ser 27.
También la RAE decidió cambiarle el nombre a
algunas letras. De este modo, la "i griega" se llamará "ye". Con esto,
la "i latina" pasará a denominarse simplemente "i".
En
tanto, la "b" se llamará sólo "be" y la "v" sólo "uve" –y no "be alta",
"be larga", "ve baja" ni "ve corta"–. En el caso de la "w", se nominará
sólo "doble uve".
Respecto de la tilde, dejará de usarse
en la palabra "solo" incluso en casos de posible ambigüedad, como "voy
solo al cine", aunque no se condenará si alguien quiere utilizarla.
Tampoco
llevarán tilde "guión", "huí" y "truhán", debido a que se considera que
son palabras "monosílabas a efectos ortográficos", cualquiera sea la
forma de pronunciarlas.
Asimismo, se eliminará la tilde
entre números, por ejemplo "4 ó 5". La explicación es que esta regla se
basaba en que antes todo el mundo escribía a mano. Sin embargo, ahora se
toma en cuenta que tanto la máquina de escribir como el computador han
eliminado "el peligro de confundir la letra ‘o‘ con la cifra cero, que
es de tamaño mayor".
"Cuórum" y "Catar"
La
RAE decidió además en algunas palabras cambiar la "q" por la letra "c" o
"k", dependiendo del caso. Así, "Iraq" será "Irak", "Qatar" se
escribirá "Catar", "quásar" será "cuásar", y "quórum" ahora será
"cuórum".
Esto se debe a que en nuestro sistema de
escritura la letra "q" sólo representa al fonema "k" en la combinación
"qu" antes de la "e" o la "i", por lo que escribirla en estas otras
palabras "representa una incongruencia con las reglas".
Quienes
prefieran escribir estas palabras de la forma anterior, deberán hacerlo
como si fueran extranjerismos, es decir en cursiva y sin tilde.
Finalmente,
el prefijo "ex" se escribirá unido a la base léxica, en caso de que
afecte a una sola palabra. Por ejemplo: "exmarido", "exministro" y
"exdirector", pero continuará escribiéndose separado cuando se trate de
palabras compuestas, como "ex director general"
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RAE
Plural de gente
1. En el español general, este sustantivo femenino se emplea como nombre colectivo no contable y significa ‘personas’: «La gente acudía a su bar» (Obligado Salsa [Arg. 2002]); «En torno a nosotros había un grupo de gente joven que reía y voceaba» (Salisachs Gangrena [Esp. 1975]). Como otros nombres colectivos, admite un plural expresivo, usado casi exclusivamente en la lengua literaria: «Fue ella quien me introdujo en las cosas, en las comidas, en las gentes de aquí» (Benedetti Primavera
[Ur. 1982]). La divergencia entre su referente (plural) y su número
gramatical (singular) puede dar lugar a errores de concordancia (→ concordancia, 4.7).
2.
En el español de ciertas zonas de América, especialmente en México y
varios países centroamericanos, se usa también con el sentido de
‘persona o individuo’, es decir, como sustantivo contable y no
colectivo: «Luis era una gente muy caballerosa» (Prensa [Nic.] 3.2.97); con este sentido, su uso en plural es obligado cuando se desea aludir a más de una persona: «Alrededor de la tina, en la que podían caber cinco gentes, había muchas plantas» (Mastretta Vida [Méx. 1990]). En España solo es normal el uso de gente con referente singular en la expresión buena (o mala) gente, que también se documenta en el español americano: «Yo soy muy buena gente» (Gala Invitados [Esp. 2002]); «Tato, por su parte, no era mala gente» (ÁlvzGil Naufragios [Cuba 2002]).
3.
En el español coloquial de muchos países de América se emplea también,
como adjetivo o como sustantivo, con el sentido de ‘[persona] honesta,
amable y servicial’ y ‘[persona] distinguida o de buena posición’: «Sería conveniente que llamara al doctor Pereyda [...]; él es muy gente y seguramente no le cobrará» (Olivera Enfermera [Méx. 1991]); «Ese es para mí menos que nada, aunque estos caballeros hablen de él como si fuera gente» (Piglia Respiración [Arg. 1980]).
Diccionario panhispánico de dudas ©2005
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jueves, 10 de abril de 2014
27 signos que contienen el mundo.
La Fundación Lara publica la nueva 'Geografía fantástica del alfabeto español' de la RAE en el marco de los actos del tricentenario de la Academia.
No solemos pararnos a pensar en ello, porque la costumbre y lo extraordinario no parecen en principio los mejores socios, y sin embargo, "visto desde cierta perspectiva", el acto de escribir, esa prodigiosa invención humana que sostenida en el aire puede llegar a contener mundos enteros, "parecería más propio de lo mágico". Con estas palabras abre el escritor y académico José María Merino (sillón m minúscula) su nota de introducción a la última publicación de la Real Academia Española (RAE), Al pie de la letra. Geografía fantástica del alfabeto español, presentada ayer en Madrid en la sede de la institución.
El volumen, editado en colaboración con la Fundación José Manuel Lara y con ilustraciones de Óscar Astromujoff, contiene 67 textos de académicos vivos o ya fallecidos, pues el libro, coordinado en esta tercera edición por Merino, añade nuevas aportaciones, más de una docena, a las que recogieron las anteriores de 2001 y 2007, las cuales, a diferencia de ésta, fueron no venales, tuvieron una circulación casi exclusivamente interna y no llegaron a las librerías. Sí lo hará ahora, en el marco de las actividades de su tricentenario, algo que celebró el secretario de la RAE, Darío Villanueva, tras recordar que esta conmemoración es especial porque ni el primer centenario de la Academia por excelencia, a causa de la invasión napoleónica, ni el segundo, por la inminencia de la Primera Guerra Mundial, pudieron celebrarse.
En su texto, Villanueva (sillón D mayúscula) aceptó el "juego", según explicó en conversación telefónica, y como homenaje a su antecesor en la plaza y en el cargo de secretario, Alonso Zamora Vicente, que para la primera edición escribió un texto titulado También hay letras fantasmales, decidió entregar un lipograma, una forma de composición griega que consiste en omitir alguna o varias letras del alfabeto. "Y ese fue mi homenaje a la D, convertirla en la gran ausente", explicó el filólogo, que "sin triunfalismos" se declara satisfecho con el desarrollo del programa conmemorativo de la RAE, que "ha pervivido 300
años porque cumple una función social, y de lo contrario tal cosa habría sido imposible".
En este aspecto incidió José María Merino, inquieto, no obstante, porque percibe que "no existe una conciencia social ni política del español en nuestro propio país", de la "importancia capital de un patrimonio que es de todos", como consecuencia de la "absurda
rivalidad con nuestras otras lenguas autóctonas". Este tipo de interpretaciones "perversas" de lo que es una lengua, "algo para unir, no para separar", es hoy, para el novelista, el principal "peligro" que debe combatir la Academia en España, no así en América, en su opinión.
Para tal tarea la RAE cuenta al menos con buena parte de lo mejor que ha dado la filología o la literatura española de las últimas décadas: Mario Vargas Llosa (sillón L mayúscula), Luis Goytisolo (C mayúscula), Víctor García de la Concha (c minúscula), Emilio Lledó (l minúscula), Pere Gimferrer (O mayúscula), Francisco Rico (p minúscula), Juan Gil (e minúscula), Ana María Matute (K mayúscula), Antonio Muñoz Molina (u minúscula)... Todos ellos, y muchos más, escriben sobre cuanto les sugieren las letras que azarosamente les fueron asignadas, para alabar -y recordar, si fuera preciso- en esta Geografía fantástica del alfabeto español, un volumen en el que conviven el ensayo y la disquisición erudita, la
semblanza autobiográfica y la libre asociación de conceptos, el relato de creación y hasta una colección de poemas, la "incalculable potencia germinal" de los 27 signos del español.
Fuente: El Diario de Cadiz jueves 0 de abril de 2014
Leer más: 27 signos que contienen el mundo http://www.diariodecadiz.es/article/ocio/1745336/signos/contienen/mundo.html#sSf3JGQF0wuhUs7M
viernes, 14 de febrero de 2014
Acrósticos, siglas y acrónimos
Vamos
por partes.
El
acróstico es una composición poética hecha por versos cuyas letras iniciales,
medias o finales forman una palabra o una frase. A veces se plantea el
acróstico como un pasatiempo que consiste en encontrar esas palabras o frases.
La sigla, como se sabe, es el conjunto de letras iniciales con que se abrevia
una expresión compleja, así SEP, UNAM, ONU, etcétera son siglas conocidas por
todos. Un acrónimo es un tipo de sigla que se pronuncia como una palabra, por
ejemplo OVNI que es la sigla correspondiente a objeto volante no identificado. Pero un OVNI ya no es solo una
sigla es un acrónimo que tiene su propia identidad. El OVNI es un objeto
considerado de procedencia extraterrestre. UFOLOGIA se llama la investigación
que se basa en esa creencia, es palabra tomada del inglés ufology. Y son también acrónimos los vocablos que se forman por la
unión de las letras o sílabas iniciales y finales de palabras, por ejemplo
FERRONALES, acrónimo de Ferrocarriles Nacionales o BANXICO, acrónimo de Banco
de México.
Pero
lo que demuestra el ingenio creador del hombre y su afán por comunicarse es la
formación de palabras nuevas a partir de siglas y acrónimos. Así por ejemplo de
SIDA, acrónimo de Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida cuyo significado es
enfermedad viral consistente en la ausencia de respuesta inmunitaria se han
formado sidafobia, el miedo morboso al SIDA y sidoso que es el afectado de
SIDA.
Ya
decía el poeta Pedro Salinas en 1948 “vivimos en el siglo de las siglas”, y hoy
sesenta añor después ya en otro siglo, se cumple lo que otro poeta auguró de
ellas “las siglas, ese gris ejército esquelético, avanza implacable”. Lástima
con ellas se va perdiendo el placer de saborear las palabras, de descubrir y
disfrutar de sus distintos matices. Les traigo a este respecto un poema de
Salinas. En sus versos exalta el valor de las palabras, su origen y el camino
recorrido hasta llegar a nosotros, escuchen:
De dónde, de dónde acuden huestes calladasA ofrecerme sus poderes, santas palabras.Como el arco de los cielos, luces dispara
Quién llegarme hasta los ojos, mil años tardan
Así bajan por los tiempos las milenarias.
Cuantos millones de bocas tienen pasadas
En sus hermanados sones, tenues alas
Vienen del ayer hasta el hoy, va hacia el mañana.
De qué lejos misteriosos su vuelo arranca
Norte y sures y orientes, luces romanas
Misteriosas selvas góticas, cálida Arabia.
Desde sus tumbas sinnúmera sombras calladas,
Padres míos, madres mías, a mí las mandan.
Cada día más hermosas por más usadas,
Se ennegrecen, se desdoran oros y plata,
Hijo, rosa, mar, estrella nunca se gastan.
Bocas humildes de hombres por su labranza
Temblor de labios monjiles en la plegaria,
Todos, un son detrás de otro, la vuelven clara
Y entre todos me la hicieron, habla por habla
Soñando, sueña que sueña, canta que canta.
Maricarmen Luque
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Los Refranes
No me
canso de comprobar la sabiduría popular que encierran los refranes, sabiduría
no aprendida en libro alguno sino extraída de la vida misma. Decía en Ingenioso
Hidalgo Don Quijote de la Mancha a su incondicional escudero “paréceme Sancho
que no hay refrán que no sea verdadero porque todos son sentencias sacadas de
la mesma experiencia madre de las ciencias todas”
Y es
una lástima que no recurramos a ellos con más frecuencia en nuestro lenguaje
diario, porque la verdad es que los hay una para cada una de las situaciones
que vivimos. Sensato es el refrán propio de las tierras frías “calor de paño,
jamás hizo daño”, supone una alabanza a la prenda de abrigo confecciona en paño
tela de lana muy tupida que, aunque no fina, está indicada contra las
mordeduras del frío.
Cuentan
del poeta español Campoamor que allá por los años de su ancianidad a finales
del siglo XIX tomó por costumbre usar, casi constantemente, un grueso paletó. El paletó que no el paleto que es la persona rústica y sacia,
pues como les digo el paletó que el poeta no se quitaba de encima era un gabán
de paño, grueso, largo y entallado. Y cómo alguien le preguntase porque se arropaba
de tal manera, el socarrón asturiano contestó “porque quiero comprobar cuánto
dura un poeta bien abrigado”. Y fíjense que no empleo mal método porque sin
conocer los antibióticos el poeta llegó a cumplir 85 años de vida.
Otro
refrán: “donde las dan, las toman” expresa que al que hace daño u ofende le acaban
pagando con la misma moneda. En decir que el ofensor no tardará en ser
ofendido. Y viene como anillo al dedo, o sea oportunamente, a la anécdota que
les comento: todos sabemos que Bretaña es una región francesa y los naturales
de ese lugar se llaman bretones. Pues cuentan que el escritor español
apellidado Bretón de los Herreros, secretario que fue de la Real Academia de la
Lengua allá por el siglo XIX, tenía un vecino bromista médico de profesión de
apellido Mata. Un día el doctor Mata en plan de burla colgó un cartel en la
puerta del escritor con la inscripción “en esta habitación no vive ningún
bretón” y fíjense como donde las dan las
toman al día siguiente en la puerta del galeno colgaba otro cartel que
decía: “vive en esta vecindad cierto médico poeta, que al fin de cada receta
pone Mata y es verdad”. Es un ejemplo práctico del refrán que les comento.
Bueno
antes de irme quiero responder a una pregunta formulada por un radioescucha. ¿Cuándo
a consecuencia de un golpe o por otra razón sale en la piel una mancha amoratada
negruzca o amarillenta cómo se llama: moratón o moretón? De cualquiera de las
dos formas, el moratón, moretón o cardenal, responden a la misma definición.
Maricarmen Luque
Sobre el estornudo
Sobre el estornudo hay mucho escrito. El origen de
la palabra está en el verbo latino sternutāre tomado literalmente del sonido que causa el que estornuda como si
exprimiera las tres primeras consonantes del vocablo latino str. La verdadera
raíz del verbo estornudar como la de todas las palabras que pertenecen al
lenguaje de la naturaleza es la armonía imitativa, esa grande y maravillosa
etimología de la creación. Los antiguos daban al estornudo distintos agüeros:
era señal fatal si se estornudaba hacia la izquierda y augurio favorable si se
hacía hacia la derecha, presagio de felicidad para el que estornudaba al nacer.
Señal de buen agüero si se estornudaba por la tarde, malo si se hacía por la
mañana y peor si se producía al salir de la cama.
En la antigüedad se llamó al estornudo “pequeña
muerte” pues se creía que al estornudar el alma se separaba del cuerpo. Pero,
de dónde vienen las expresiones que se dirigen hacia el que estornuda: en
tiempo de Aristóteles el estornudo era tenido como algo divino razón por la que
al estornudaba se le decía “Vive! que Zeus te salve”. Los romanos decían
“Salve!”, nadie era indiferente a un estornudo y si no había quién saludara al
estornudador el mismo lo hacía.
Cómo
el estornudo era muchas veces aviso de resfriado y parece que en la peste que
sacudió Roma en el siglo VI los infectados morían estornudando se impuso la
costumbre entre los cristianos de responder a un estornudo ajeno con las
expresiones de “Dios te bendiga”, “Jesús” o “Salud” con el fin de espantar la
enfermedad.
Avicena,
un médico árabe del siglo X, explicaba la costumbre del saludo al considerar el
estornudo como señal de un desorden físico, por lo que era bueno desearle salud
y pedir a Alá que lo librara del mal. Los alemanes ante el estornudo también
dicen “salud”, los italianos “felicidad”. En la cultura anglosajona se dice “un
estornudo un deseo, dos estornudos un beso, tres estornudos algo mucho mejor”.
El
escritor y ensayista francés del siglo XVI Montaigne escribe sobre el estornudo
éstas palabras: “¿Me preguntáis de dónde proviene esa costumbre de bendecir a
los que estornudan? Nosotros producimos tres clases de viento: el que sale por
abajo es demasiado puerco, el que exhala nuestra boca lleva algún reproche de
glotonería, el tercero es el estornudo y porque viene de la cabeza y no es
acreedor de censura le dedicamos honroso recibimiento, no os burléis de esta
sutileza de la cuál Aristóteles es el padre.
Curiosa y larga historia la
del estornudo. De las diferentes interpretaciones que se le ha dado a través
del tiempo y las distintas expresiones que lo acompañan.Maricarmen Luque
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sábado, 29 de diciembre de 2012
Magias y problemas del íncipit
La palabra “íncipit”, que viene del latín y significa “empieza” o
“comienza”, es el nombre que se le da al primer párrafo de cualquier
texto, ya sea una novela, un ensayo, un poema, un cuento, una encíclica
papal o un artículo periodístico. El mejor ejemplo es el íncipit más best seller de
todos, el de la Biblia, que sencilla y grandiosamente nos introduce en
medio de la acción y del escenario y nos presenta de una vez al
Protagonista:
“En el principio creó Dios los Cielos y la Tierra”.
Otro ejemplar íncipit, aunque de tono más sencillo, es el del Quijote, con el que don Miguel de Cervantes, dizque dando un simple dato topográfico, nos intriga mediante la lateral alusión a un penoso asunto que por nada en el mundo querría recordar:
“En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor.”
Si hubiera que traer un ejemplo más reciente y cercano, cuál mejor que el del íncipit de tan alta tensión narrativa de Pedro Páramo, que ya propone una obsesión y una búsqueda:
“Vine a Comala porque me dijeron que aquí vivía mi padre, un tal Pedro Páramo”.
Cualquier comienzo de un texto es un íncipit, pero no todos los íncipits enganchan al lector o quedan en la memoria. Si hay los que te animan a continuar leyendo un libro, también existen los que te causan sopor o soponcio, y los que son irrecordables a los cinco minutos de haberlos leído. Algunos buenos lectores e incluso algunos críticos muy serios han dicho que las primeras líneas de un libro alientan o desalientan a su lectura. Por eso hay escritores que “se matan” ante la cuartilla en blanco, devanándose los sesos para hallar el ¡ábrete, sésamo!, el íncipit que desencadene la imaginación, o el razonamiento, o la catarata de endecasílabos, y que, en fin, eche a andar la maquinaria verbal. No faltan los doctos o los irresponsables que recomiendan empezar por donde sea, o a media res, puesto que “para trazar un círculo se puede comenzar por cualquier parte”. Argumento circular si los hay, y solución no siempre acertada, pues no todos los comienzos tienen la garra, the it, el abracadabra, le charme del íncipit que apenas ha brotado en la página lo sentimos llegado para quedarse. Por lo contrario, aun siendo yo un proustiano devoto, no creo que se podría animar a nadie a leer el libro enorme y exquisito de don Marcel citando la línea tan banal, tan insípidamente cotidiana, y tan sin gracia, que lo inicia:
“Por largo tiempo me he acostado temprano”.
En contraparte, hay íncipits como el de La metamorfosis, de Kafka, que te fascinan y te arrastran hacia el inquietante curso del relato:
“Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto”.
Tómese en cuenta que así como hay el íncipit que propicia y engendra el libro, en cambio existe el íncipit que de entrada ha comenzado a destruirlo.
La verdad es que no se conoce una fórmula, una receta, un método para el íncipit. Intuimos que hay una clase de íncipit que en estos tiempos ya es obsoleto y aberrante, y que sólo se atrevería a usarlo un escritor con vocación suicida como tal. Umberto Eco ha dicho que ya nadie osaría comenzar un cuento de modo tan lindo, cándido y desastroso como:
“Era un alegre día de primavera, el sol lucía y los pájaros cantaban.”
Aunque, ¿quién sabe?, quizá un íncipit así tenga razón de ser si se le escribiera en sentido irónico, o paródico, o cómico, o en una demostración de la cursilería de cierto autor de bigote de manubrio y con espíritu de pianola con vista al mar.
El íncipit es un animal misterioso, escurridizo, de difícil clasificación y de ardua reducción a fórmula, a regla de manual de redacción. No hay instructivo de “how to make it”. Se sabe, por ejemplo, que ciertos atendibles autores recomiendan empezar el escrito con una oración larga y circunvolutiva (como la del íncipit del Quijote), de modo que envuelva y cautive al lector del relato, y otros autores igualmente atendibles aconsejan el íncipit de oración breve (como el del libro de Proust) para capturarnos en la red de largos periodos que se extiende por los siete gruesos tomos de A la recherche du temps perdu.
Y…
No es posible concluir este desconcertado artículo sin mencionar “El dinosaurio”, el célebre relato de Augusto Monterroso que ejerce la maravilla de ser a la vez un mero íncipit y el cuento completo:
“Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.”
“En el principio creó Dios los Cielos y la Tierra”.
Otro ejemplar íncipit, aunque de tono más sencillo, es el del Quijote, con el que don Miguel de Cervantes, dizque dando un simple dato topográfico, nos intriga mediante la lateral alusión a un penoso asunto que por nada en el mundo querría recordar:
“En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor.”
Si hubiera que traer un ejemplo más reciente y cercano, cuál mejor que el del íncipit de tan alta tensión narrativa de Pedro Páramo, que ya propone una obsesión y una búsqueda:
“Vine a Comala porque me dijeron que aquí vivía mi padre, un tal Pedro Páramo”.
Cualquier comienzo de un texto es un íncipit, pero no todos los íncipits enganchan al lector o quedan en la memoria. Si hay los que te animan a continuar leyendo un libro, también existen los que te causan sopor o soponcio, y los que son irrecordables a los cinco minutos de haberlos leído. Algunos buenos lectores e incluso algunos críticos muy serios han dicho que las primeras líneas de un libro alientan o desalientan a su lectura. Por eso hay escritores que “se matan” ante la cuartilla en blanco, devanándose los sesos para hallar el ¡ábrete, sésamo!, el íncipit que desencadene la imaginación, o el razonamiento, o la catarata de endecasílabos, y que, en fin, eche a andar la maquinaria verbal. No faltan los doctos o los irresponsables que recomiendan empezar por donde sea, o a media res, puesto que “para trazar un círculo se puede comenzar por cualquier parte”. Argumento circular si los hay, y solución no siempre acertada, pues no todos los comienzos tienen la garra, the it, el abracadabra, le charme del íncipit que apenas ha brotado en la página lo sentimos llegado para quedarse. Por lo contrario, aun siendo yo un proustiano devoto, no creo que se podría animar a nadie a leer el libro enorme y exquisito de don Marcel citando la línea tan banal, tan insípidamente cotidiana, y tan sin gracia, que lo inicia:
“Por largo tiempo me he acostado temprano”.
En contraparte, hay íncipits como el de La metamorfosis, de Kafka, que te fascinan y te arrastran hacia el inquietante curso del relato:
“Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto”.
Tómese en cuenta que así como hay el íncipit que propicia y engendra el libro, en cambio existe el íncipit que de entrada ha comenzado a destruirlo.
La verdad es que no se conoce una fórmula, una receta, un método para el íncipit. Intuimos que hay una clase de íncipit que en estos tiempos ya es obsoleto y aberrante, y que sólo se atrevería a usarlo un escritor con vocación suicida como tal. Umberto Eco ha dicho que ya nadie osaría comenzar un cuento de modo tan lindo, cándido y desastroso como:
“Era un alegre día de primavera, el sol lucía y los pájaros cantaban.”
Aunque, ¿quién sabe?, quizá un íncipit así tenga razón de ser si se le escribiera en sentido irónico, o paródico, o cómico, o en una demostración de la cursilería de cierto autor de bigote de manubrio y con espíritu de pianola con vista al mar.
El íncipit es un animal misterioso, escurridizo, de difícil clasificación y de ardua reducción a fórmula, a regla de manual de redacción. No hay instructivo de “how to make it”. Se sabe, por ejemplo, que ciertos atendibles autores recomiendan empezar el escrito con una oración larga y circunvolutiva (como la del íncipit del Quijote), de modo que envuelva y cautive al lector del relato, y otros autores igualmente atendibles aconsejan el íncipit de oración breve (como el del libro de Proust) para capturarnos en la red de largos periodos que se extiende por los siete gruesos tomos de A la recherche du temps perdu.
Y…
No es posible concluir este desconcertado artículo sin mencionar “El dinosaurio”, el célebre relato de Augusto Monterroso que ejerce la maravilla de ser a la vez un mero íncipit y el cuento completo:
“Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.”
Los inmortales del momento
José de la Colina
Artículo aparecido en el periódico Milenio, Edición Nacional, el 16/09/2012 en la sección de Cultura.
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