jueves, 26 de marzo de 2009

Expresiones ofensivas y groseras

Sobre la palabrota o el palabro, esos dichos, según la Academia de la Lengua, ofensivos, groseros e indecentes, hay mucho escrito, en contra y a favor de su uso. Desde el que se lleva las manos a la cabeza, escandalizándose de su empleo, hasta aquél que les dedica libros, defendiéndolos apasionadamente como recurso expresivo del idioma.
Recuerdo que leí hace tiempo un artículo del periodista Jiménez Lozano sobre la moda de los escritores modernos de expresarse en sus libros de forma coloquial, pero cayendo en la grosería, soltando palabrotas “a troche y moche”, es decir, disparatada e inconsideradamente.
Su teoría era que el escritor de hoy vive de lo que escribe, por lo que su contacto con la realidad pura y dura es mínimo. Por eso, al escribir, busca su cuota de realidad y la encuentra en la pintura de escenas del más crudo realismo, acompañada de un lenguaje grosero y soez que ya no espanta a nadie.
Comentaba el articulista que los escritores clásicos griegos, cuyas obras han llegado hasta nosotros a través de veinticinco siglos, tenían que ganarse la vida en oficios que se llamaban serviles, rompiéndose el alma con las esquinas de la realidad hosca y sucia. Por eso, cuando se sentaban a escribir, pedían a las musas que les concedieran el don de la belleza y la hermosura, eso que tanto escasea veinticinco siglos después.
Aunque… no tanto, amigos; si no, lean estos versos. Son de un poeta que pasó parte de su vida en el monte, entre los riscos, criando cabras y ovejas:
“Tengo estos huesos hechos a las penas/ y a las cavilaciones estas sienes:/ pena que vas, cavilación que vienes/ como el mar de la playa a las arenas.
“Como el mar de la playa a las arenas,/ voy en este naufragio de vaivenes,/ por una noche oscura de sartenes/ redondas, pobres, tristes y morenas.
“Nadie me salvará de este naufragio/ si no es tu amor, la tabla que procuro,/ si no es tu voz, el norte que pretendo.
“Eludiendo por eso el mal presagio/ de que ni en ti siquiera habré seguro,/ voy entre pena y pena sonriendo”.
Son de Miguel Hernández. No necesitó una escuela donde le enseñaran a usar la lengua con belleza. La belleza la llevaba dentro.

Luque Maricarmen

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