martes, 31 de marzo de 2009

El arpía Heliogábalo

El lenguaje habitual está lleno de comparaciones, expresiones o palabras que se usan, la mayoría de las veces, sin saber a ciencia cierta cuál es su historia y de dónde les viene el significado.
Es un heliogábalo la persona dominada por la gula. Y se dice que alguien “come como Heliogábalo” cuando lo hace opíparamente y con voracidad. Y es que así comía el tal Heliogábalo, emperador romano del siglo III cuya memoria ha llegado hasta nosotros, no sólo por su gula incontrolable, sino por sus excentricidades, sus crímenes atroces y su incapacidad.
A pesar del poco tiempo que reinó, pues subió al trono a los 14 años y permaneció en él hasta los 18, Marco Aurelio Antonino, nombre con que se le coronó, no dejó de asombrar a sus súbditos.
Hizo su entrada triunfal en Roma en un lujoso carro tirado por mujeres desnudas, pero las más raras extravagancias las llevaba a cabo en los banquetes que organizaba. En uno de ellos invitó a ocho jorobados, a ocho cojos, a ocho obesos, a ocho esqueléticos, a ocho sordos, a ocho negros y a ocho albinos.
A veces se complacía en gastar pesadas bromas a sus invitados, como en cierta ocasión en que a los postres, cuando ya estaban todos los comensales ebrios, el emperador mandó cerrar todas las salidas del comedor e hizo soltar una manada de fieras salvajes, a las que previamente había hecho arrancar garras y dientes, lo cual era ignorado por los aterrados comensales que, espantados, trataban inútilmente de escapar.
Tal vez, lo de menos era el voraz apetito del joven Heliogábalo, lo peor fue su crueldad y locura, pero lo cierto es que su figura quedó como prototipo de comelón (o comilón), es decir, el que come mucho y desordenadamente.
Otra palabra que se usa con cierta frecuencia es arpía, para referirse a la mujer fea, perversa y de pésimo genio. Y se tacha de arpía a la persona codiciosa que con maña y malas artes saca cuanto puede de los demás.
El nombre hace alusión a unas fabulosas aves, las arpías, que según la mitología griega, tenían cuerpo de ave de rapìña y rostro de mujer. Los dioses se valían de ellas para castigar a los mortales, a los que arrebataban y hundían en los infiernos.

Luque Maricarmen

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