miércoles, 25 de marzo de 2009

¡Eureka!: es haya, no haiga

Una vez más volvemos sobre el origen o la historia que llevan detrás esas expresiones o palabras de uso frecuente en nuestra lengua. Y como suelen ser curiosas, se las paso a mis amigos lectores.

Eureka es esa exclamación de júbilo que se emplea cuando se encuentra la solución de un asunto o problema buscado con afán. Y tiene su origen en el vocablo griego "eureka", que significa "he hallado", por lo que equivale al tan usado "lo encontré".

Se supone que el primero que empleó el ¡eureka! con ese matiz de entusiasmo fue Arquímedes, pues cuenta la leyenda, que el rey le encomendó que averiguase cuánto oro había en una corona, sin fundirla ni estropearla. Acongojado el sabio ante la responsabilidad de la respuesta, encontró la solución de una forma casual, como suele suceder con las cuestiones más difíciles.

Mientras disfrutaba de un baño, dio con la respuesta exacta, describiendo el principio de la hidrostática, que recibió con un formidable ¡EUREKA! El principio de Arquímedes pasó a la ciencia, y la expresión jubilosa ¡eureka! a muchas lenguas conocidas.

Esta que voy a contarles no tiene un origen tan noble. Es una palabra que no debía escapársele a nadie medianamente culto, pero que surge de repente y sin ninguna razón que lo justifique. Se trata de la palabra haiga, ese presente de subjuntivo del verbo haber que en buena ley todos, desde la escuela, hemos conjugado como haya, pero que, de vez en cuando, se disfraza de plebeyo y se convierte en "haiga".

Pues este espurio "haiga", no con este uso sino con otro de origen burlesco, se llego a popularizar en el habla de España; verán cómo:
Dicen que a poco de terminar la Guerra Civil Española, hacia los años 40 del siglo ya pasado, comenzaron a circular por las carreteras españolas caros y despampanantes modelos de automóvil extranjeros, y la gente comenzó a llamarlos "haigas", porque los propietarios eran indianos, españoles que volvían ricos de América, los cuales, al llegar a su patria, cuando se iban a comprar un automóvil, no preguntaban ni por el precio ni por la marca, simplemente decían: "Yo quiero el mejor que haiga". Y de esa metedura de pata gramatical, nació el apelativo burlón de "haiga" para nombrar aquellos automóviles deslumbrantes y de gran lujo.

La anécdota tiene su gracia, pero la palabra… mejor es olvidarla.

Luque Maricarmen

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