miércoles, 13 de mayo de 2009

Obsesión por el sexismo de la lengua

Me preocupa la obsesión de ciertos sectores por la cruzada contra el supuesto sexismo de la lengua. Aunque, si hemos de ser rigurosos, la lengua, es decir, las palabras, no tienen sexo, sino género. Y es que en razón a lo políticamente correcto y a fuerza de insistir en el tema se cae en posiciones ridículas, creo.
Claro que yo estoy en contra de la discriminación por razón de sexo. Más bien, estoy en contra de cualquier tipo de discriminación.
Pero bucear en los entresijos de la lengua para buscar intencionalidad maligna en la estructura gramatical del idioma, intentando cambiar ciertas categorías gramaticales, me parece frivolizar un tema que tiene perfiles mucho más dramáticos y urgentes de solución que el que se tenga que hacer distinción de género en los plurales mixtos.
Que no debamos decir: “Los trabajadores de la compañía iniciaron un movimiento de protesta”, sino “los trabajadores y las trabajadoras de la compañía...”, ni “el colectivo de actores se reunieron ayer”, sino “el colectivo de actores y actrices...”, ni “los egresados de esa universidad tienen buena preparación”, sino “los egresados y las egresadas ...”, ni “los obreros de esa empresa empezaron la huelga”, sino “los obreros y las obreras...”, porque pueda parecer discriminatorio, me parece sacar las cosas de quicio.
Claro que la lengua evoluciona; por eso, ante la incorporación de la mujer a los distintos estratos de la vida profesional se feminizaron los nombres de las profesiones, y se sigue haciendo, pero de forma sensata y acorde con las reglas lingüísticas que rigen el idioma, sin urgencias ni pasiones desbordadas.
Si a lo largo de siglos, al hablar de pintores, literatos, cómicos, artistas, escritores, ciudadanos y campesinos hemos podido entender que el plural abarca los dos géneros, sin necesidad de más concreción salvo en casos específicos, ¿por qué hoy es necesario complicar la forma de expresarse, separando el masculino del femenino, cuando lo que se predica afecta a ambos?
¿No llegaremos a situaciones tan ridículas como hablar de los albañiles y las albañilas, las tenistas y los tenistos, los peatones y las peatonas, las artistas y los artistos?

Luque Maricarmen

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