miércoles, 13 de mayo de 2009

La intencionalidad del lenguaje

“El hecho es de que...”, “la realidad es de que...”, “el asunto es de que...” ¡Cómo afea la expresión y qué antiestético resulta el dequeísmo! Y aparece constantemente en boca de nuestros informadores y comentaristas, rebajando la elegancia y el estilo del lenguaje. Tal vez consigamos desterrar el inoportuno y espurio de y construyamos las frases sin él, así: “el hecho es que...”, “la realidad es que...”, el asunto es que... cada vez hablemos mejor.
Y cuando hablemos del “gusto y sabor que se percibe en los manjares, o de la habilidad o buena mano que se tiene para cocinar”, significados, ambos, de la palabra sazón, no olvidemos que ésta tiene género femenino.
Aclarados estos dos puntos, les comento dos palabras interesantes, relacionadas directamente con el latín. Seguro que muchas veces han oído, e incluso utilizado, el adjetivo peyorativo, derivado del adjetivo latino “peior” que significa “peor”. Peyorativo es, por lo tanto, lo que empeora. A una palabra se le da sentido peyorativo cuando interesa que su significado sea peor; cuando se le busca su peor cara, su lado peor, su peor perfil. Pero también existe el adjetivo contrario, meliorativo, derivado del “melior” latino, que es “mejor”. Meliorativo es, por lo tanto, lo que mejora. Por lo que se usa una palabra en sentido meliorativo cuando se le busca su mejor lado o perfil.
Tanto influye la intención del hablante al decir las palabras, que, de darles un sentido meliorativo a dárselo peyorativo, cambia el mensaje.
Y así, si digo “ese futbolista es una fiera”, debo aclarar si lo es en uno u otro sentido. Si lo es en el mejor, (meliorativo) quiero expresar que va por todas, que en el campo lucha y defiende la pelota con fuerza y determinación, sin regatear esfuerzos. Si es una fiera en sentido peyorativo, le estoy acusando de violento, agresivo y peligroso.
Vean la intencionalidad del lenguaje. Cómo una misma palabra puede encerrar distintos matices y cambiar el mensaje según la intención del hablante.
¿De dónde, si no, serían posibles los albures?

Luque Maricarmen

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