sábado, 2 de mayo de 2009

Amemos y defendamos nuestra lengua

Hablar de la pureza de una lengua es casi una entelequia, porque la perfección de algo que es inherente al ser humano y lo acompaña a lo largo de su vida para poder abrirse y comunicarse con los demás, no puede ser puro, si por puro se entiende lo que está libre y exento de toda mezcla.
La pureza es una cualidad que no puede aplicarse a una lengua porque no hay lengua pura.
Todas, y la nuestra en especial, nacieron mestizas.
Si ya el latín, lengua de la que procede el español, no era una lengua pura sino que provenía de otra antiquísima, el indoeuropeo, que se hablaba hace siete mil años, menos lo será el castellano, que se formó mediante la asimilación del latín con las lenguas autóctonas que se hablaban en la península ibérica.
Y después llegarían otras, como el griego y el árabe, para quitarle pureza al español a cambio de enriquecerlo.
Y más adelante, el francés, por las rutas del Camino de Santiago que los peregrinos recorrían para llegar a la tumba del Apóstol, fue invadiendo de galicismos el castellano, que así creció y se hizo grande.
Y cuando en el siglo XVI atraviesa los mares y llega al otro lado del Atlántico, el español adquiere su verdadera dimensión, su inmensidad.
Por lo que no es su impureza lo que nos debe preocupar.
Que los anglicismos entren a raudales porque la técnica lo exige, llenando vacíos que existen en nuestra lengua, es bueno para el idioma porque lo enriquecen.
Lo que, sin embargo, sí le hace daño es el hablante que usa y adopta el anglicismo innecesario, ése que sustituye al vocablo español que ya existe con el mismo significado: chance, parking, cash, overbooking en lugar de oportunidad, estacionamiento o aparcamiento, efectivo, sobreventa.
Amigos, lo importante es que amemos nuestra lengua, que la defendamos y nos sintamos orgullosos de ella, y, sobre todo, que la usemos mucho y bien.

Luque Maricarmen

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