Siempre he aconsejado a mis amigos el uso del Diccionario de la Lengua Española, el de la Real Academia Española (RAE) y les voy a contar por qué.
Desde que en 1780, la RAE publicó su primer diccionario, el Diccionario de Autoridades, entre 1726 y 1739, no ha dejado de trabajar en el perfeccionamiento y actualización de su Diccionario de la Lengua Española. Atenta a la evolución del uso del idioma, la Academia va revisando de continuo las palabras incluidas para prescindir de las que han perdido vigencia y tienen mejor acomodo en el “Diccionario histórico”. Miles de vocablos se suprimen de una edición a otra, y todo ese material queda, accesible para su consulta, en el “nuevo tesoro lexicográfico” de la RAE.
Con frecuencia se solicita de la Academia que sean borrados del Diccionario términos o acepciones que pueden resultar hirientes para la sensibilidad social de nuestro tiempo, y así lo procura hacer, aunque conviene no olvidar que el propósito del Diccionario es facilitar la comprensión de los textos escritos desde el año 1500. Por ello, la Academia no tiene más remedio que conservar algunas de esas palabras molestas, sin que ello suponga estar de acuerdo con lo que significan o significaron antaño.
El trabajo de revisión del Diccionario se completa con numerosas adiciones, y se desarrolla a lo largo de los diez años que suelen transcurrir entre una edición y otra. La Academia incorpora no sólo aquello que responde a lo que se ajusta al “genio de la lengua”, sino otro tipo de innovaciones y, siempre con cautela, extranjerismos a veces no acomodados a esa naturaleza, pero ya asentados en la comunidad hispanohablante.
Es importante señalar que todas estas tareas las realiza en estrecha colaboración con las veintiuna Academias asociadas con ella, de América y Filipinas, para conseguir así un diccionario panhispánico, reflejo del español de todo el ámbito hispanohablante.
El Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia Española tiene un valor normativo universalmente reconocido que lo hace único en su género, y sus periódicas ediciones van reflejando la realidad cambiante del idioma.
Estas son las razones, amigos, que fundamentan mi consejo, sin desestimar, por supuesto, la calidad de otros diccionarios que pueden ser manejados.
Luque Maricarmen
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