domingo, 12 de julio de 2009

Algunas curiosidades

Existen palabras en nuestro idioma que usamos con relativa frecuencia, pero de las que no siempre conocemos su origen. Por si alguna vez les picó la curiosidad, hoy les traigo algunas.
Debacle es un sustantivo femenino que procede del francés y significa “desastre, ruina o derrota”. Se utiliza cuando se pierde el control de una situación, ante la proximidad de un desastre, para anunciar una derrota etc.; por ej. “Cuando sonó la señal de alarma todos salieron de estampida y se formó la debacle”. “Las últimas derrotas sufridas por el Real Madrid condujeron al equipo a la debacle”.
La palabra empezó a usarse en Francia tras su derrota por el ejército alemán en 1870. Su difusión fue definitiva con la publicación del libro La débâcle, en 1892, que sobre ese tema escribió el novelista francés Emile Zola.
Draconiano es un adjetivo que se aplica a una ley o a una medida sanguinaria o excesivamente severa. La palabra se debe a Dracón, legislador griego que 600 años antes de Cristo, dictó el primer código legislativo de Atenas. Y eran tan duras las penas con que las leyes castigaban hasta los pequeños delitos, que al cabo de más de veintiséis siglos, su dureza se recuerda en nuestra lengua con este calificativo. Por ej. “En el ejército se aplicaban medidas draconianas a los desertores”.
A la persona dominada por la gula se le llama heliogábalo, en memoria de aquel emperador romano, del siglo II a. de C. conocido por ese nombre, que comía opípara y vorazmente. Cuentan que a pesar de que solo duró en el trono tres años, de los 14 a los 17, asombró a sus súbditos de Roma, no sólo por su glotonería sino por sus muchas excentricidades; era tan afeminado que vestía ropas de mujer y se casó con varios gladiadores. En sus famosos banquetes se complacía en gastar pesadas bromas a sus invitados; en uno de ellos, a la hora de los postres, cuando ya todos estaban afectados por la bebida, para aterrorizarlos, cerró todas las puertas y soltó una manada de fieras salvajes a las que previamente había hecho arrancar dientes y garras. No parece que la gula fuese su peor defecto. Aunque más famoso por su buen yantar se hizo Pantagruel, el protagonista de la obra del francés Rabelais, del siglo XVI, Gargantúa y su hijo Pantagruel. Su desmedido apetito y las comilonas con que se agasajaba pasaron a la posteridad, por lo que suele calificarse de pantagruélico el festín excesivo y copioso.

Luque Maricarmen

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