lunes, 10 de agosto de 2009

Los tiempos y la lengua cambian

Durante muchos, muchos años, ha venido siendo normal velar a nuestros difuntos en el lugar en que fallecían: la propia casa o, si el óbito se producía por una larga enfermedad, en el hospital, allí donde el enfermo estaba internado, si es que lo estaba.
Pero los tiempos mudan, y la lengua evoluciona al compás de los cambios que en la sociedad se producen.
Por eso, no hace mucho, en la última edición del siglo XX del Diccionario académico de la lengua española, la penúltima realmente, del año 1992, fue incorporado el término tanatorio, una palabra hasta entonces innecesaria, pero de uso habitual en el mundo del segundo milenio.
El tanatorio es el edificio en que son depositados los cuerpos de los difuntos durante las horas anteriores a su inhumación o cremación. Etimológicamente la palabra procede del griego –thanatos, que significa muerte, más el sufijo –torio, que indica lugar.
De la misma familia semántica son los sustantivos tanatofobia, el miedo obsesivo a la muerte y tanatología, el conjunto de conocimiento médicos relativos a la muerte; ambos también de incorporación reciente.
De raíces más profundas en nuestra lengua es la palabra quirófano, posiblemente inventada por un médico español. Procede del griego –kheiro, mano y –phaino, mostrar.
El quirófano era un recinto de planta redondeada, con profusión de grandes ventanales, destinado a operaciones quirúrgicas, las cuales podían ser presenciadas a través de los cristales. Hoy el diccionario lo define como el “local convenientemente acondicionado para hacer operaciones quirúrgicas de manera que puedan presenciarse a través del cristal”. Por extensión, son quirófanos las salas donde se efectúan tales operaciones.
Si parece verosímil que la palabra sea invento español, pues en inglés para quirófano existe la palabra operating theatre u operating room, en francés, salle d’operations y en italiano, sala operatoria, etc. Es decir, nada que ver con nuestro quirófano.
Y relacionadas con el elemento –quiro que es “mano”, son los vocablos conocidos: quiromancia, adivinación de lo concerniente a alguien a través de sus manos; quiromasaje, masaje terapéutico que se da con las manos y quiropráctica, tratamiento de ciertas dolencias óseas o musculares mediante manipulación de la zona afectada.

Luque Maricarmen

El español está lleno de parónimos

La paronimia es un término lingüístico que se refiere a la semejanza de forma entre dos palabras y esas palabras semejantes son parónimas.
Nuestro idioma está lleno de parónimos lo que muchas veces provoca confusión. Les presento algunos, de uso frecuente.
Acerbo es un adjetivo que se aplica a lo que es áspero o agrio al gusto. Pero también puede aplicarse a algo cruel o riguroso; por ej. “se desahogó con críticas acerbas contra sus jefes”.
Todos sabemos que el éxtasis es un estado de exaltación provocado en el ánimo por un sentimiento de alegría o admiración. Nada que ver con la estasis que es el nombre que recibe, en Medicina, el estancamiento de la sangre o de otro líquido corporal.
Y ninguna relación tiene el adjetivo extático, derivado de éxtasis, por ej. “la potencia alucinógena de esas plantas se usó para provocar experiencias extáticas”, con el adjetivo estático, cuyo significado es “que no se mueve”.
Al escribir, e incluso al hablar, podría ocasionarnos problemas importantes confundir el verbo espirar, que es expulsar aire de los pulmones, con expirar, que, como saben, es morir. Y casi tan peligroso puede resultar el empleo del verbo espiar, observar secretamente algo o a alguien, con expiar, que es pagar por una culpa o delito.
Y más de una vez he sido testigo de la confusión entre las palabras vocal, que pertenece a la voz, con bucal, perteneciente a la boca, al referirse a los ligamentos que tenemos en la laringe, que al vibrar producen la voz, como “cuerdas bucales”. Olvidando que ni nuestro aparato fónico está en la boca, sino en la garganta, ni las cuerdas toman el nombre del lugar donde se encuentran, sino del sonido que producen: la voz. Por lo que las cuerdas no son bucales sino vocales.
Sin embargo, son sinónimos, es decir, significan lo mismo, los verbos influenciar e influir. El significado de ambos es “producir una persona o cosa ciertos efectos sobre otra”. Durante siglos, solo existió en español, influir. A mediados del siglo XIX, a partir del francés influencer, entró en nuestra lengua influenciar, y su uso se generalizó en todo el ámbito hispánico. Influenciar se acentúa como anunciar.
Pueden usarse los dos indistintamente, aunque influir suele construirse con un complemento introducido por las preposiciones —en o —sobre: siempre tratas de influir en tus amigos. La psicología del escritor suele influir sobre lo que escribe.

Luque Maricarmen

Los clínex y el signo @

Ya escribí hace tiempo, en este mismo espacio, sobre el signo @ y la palabra arroba. Que durante la Edad Media fue utilizado por los copistas como abreviatura de la preposición latina –ad cuyo significado es a, hacia o en. Que empezó a escribirse como el número 6, pero fue evolucionando hasta convertirse en @.
Que la palabra arroba tiene su origen en el vocablo árabe –ar-roba que significa 4ª parte, y que hoy es una medida de peso y capacidad que se utiliza en algunas zonas de América y España con distintos valores.
Que la primera representación escrita de este símbolo como unidad de medida fue en 1536 y figuraba en una carta escrita por un mercader italiano donde avisaba de un envío desde Sevilla a Roma. En ella se lee: “una @ de vino vale 7 u 8 ducados”.
Este símbolo ha sido resucitado por la actualidad informática para indicar la preposición española –en o la inglesa –at.
La primera dirección electrónica de la historia, tal como hoy las conocemos, fue la de Ray Tomlinson, en 1971, desde su computadora digital PDP-10: tomlinson@bbn-tenexa.
El símbolo que en español se llama arroba, es llamado en alemán y holandés, cola de mono; en búlgaro, monito; en checo, arenque; caracol acuático, en coreano; ratoncito, en chino; en finés (finlandés), cola de gato; en griego, patito; en italiano, caracol; perrito en ruso; mono, en polaco y rosa, en turco.
Son curiosidades que aparecen en uno de esos libros que vale la pena ojear u hojear, es decir, “leer superficialmente” o “pasar las hojas de un libro leyendo algunos pasajes”, como el de Pancracio Celdrán titulado: Hablar bien no cuesta tanto. Son libros que entretienen e instruyen.
El mismo autor nos cuenta cómo la palabra clínex ha pasado a nuestro idioma como adaptación gráfica del kleenex inglés, con el sentido de “pañuelo de papel desechable”. Los clínex (kleenex) aparecieron en la Gran Guerra de 1914, como sucedáneo del algodón (algodón de celulosa) y funcionaron como compresas, vendajes, etcétera. Su fabricación alcanzó tal auge que al acabar la contienda empezaron e emplearse en cosmética para eliminar el colorete, pintalabios, maquillaje. Pero el paso a su utilización como pañuelos desechables se debe a Andrew Olsen, de Chicago, que en 1921 ideó la caja dispensadora de clínex, cuyo nombre, acuñado por la Kimberley-Clark Company en 1924, se basa en el verbo inglés to clean.
El clínex o los clínex (invariable para singular y plural) amigos, para limpiarnos la nariz.

Luque Maricarmen