miércoles, 10 de marzo de 2010

El primer diccionario de la lengua española

Un lector curioso me pregunta cuándo se publicó el primer diccionario de nuestra lengua. Y por si alguien más siente la misma curiosidad, se lo cuento. El primer diccionario de español monolingüe, es decir, con las definiciones de las palabras en el propio idioma, fue publicado en 1611 y se llamó Tesoro de la lengua española o castellana. Su autor, el licenciado don Sebastián de Covarrubias Orozco, capellán del rey Felipe III, realizó una obra ingente y de un valor extraordinario, primera de ese tipo publicada en Europa.
Un siglo después, fue fundada la Real Academia Española de la Lengua a instancias del Marqués de Villena en 1713, reinando Felipe V. El primer trabajo académico de esta institución fue el diccionario, que se publicó en 1726.
Diccionario de autoridades se llamó este primer diccionario académico, por ser las autoridades de la lengua, es decir, los escritores de mayor prestigio hasta el momento, las fuentes que se utilizaron para su elaboración.
En la segunda página aparece: “Como base y fundamento de este diccionario se han puesto los autores que ha parecido a la Academia han tratado la Lengua Española con la mayor propiedad y elegancia”. El Diccionario de autoridades intenta establecer un modelo lingüístico y de estandarización del castellano del siglo XVIII, tomando como modelo el Tesoro de la lengua española o castellana, su mejor precursor.
La obra se hizo en 6 tomos y se acabó en 1739, trece años después de su comienzo. A lo largo de los siglos se han hecho muchas más ediciones del diccionario académico: tres en el siglo XVIII, diez en el siglo XIX, ocho en el siglo XX, y la última, la vigésima segunda, en el año 2001.
Sucesivas ediciones que van reflejando la evolución de la lengua, una lengua que pasó de ser patrimonio de unos pocos, a pertenecer a más de cuatrocientos millones de hablantes repartidos por el mundo.
La normativa y el arbitraje, consensuados entre las veintidós academias de la lengua española, nos llevan a caminar de la mano, unidos hacia el engrandecimiento del español. Una lengua única y diversa, con las peculiaridades de cada lugar en que se habla, pero entendiéndonos todos en el mismo idioma. Un privilegio.

Luque Maricarmen

Los nombres de personajes notables


Cualquier camino es bueno si conduce al enriquecimiento de la lengua. Personajes notables que destacan en el ámbito de su profesión tienen parte activa en la formación del idioma, pues consiguen que de su nombre o su obra pasen vocablos a la lengua, donde quedan asentados y son de uso normal.

Del actor londinense de principios del siglo XX, Charles Chaplin, creador del personaje cómico inolvidable del cine mudo, Charlot, nos llegó la palabra charlotada, con el sentido de “actuación pública colectiva, grotesca o ridícula”. Pero, curiosamente, fue el torero bufo Carmelo Tusquellas quien, tomando el apodo de Charlot e imitando en su vestido y actitudes al conocido actor cinematográfico, instituyó una forma de torear cómica y grotesca que se hizo famosa. Y como charlotada se conoce también desde entonces , “cualquier festejo taurino de carácter cómico, rayando en lo grotesco”.



Más cercano a nosotros es el famoso actor y comediante mexicano Mario Moreno, Cantinflas, quien, a lo largo del siglo XX cautivó, enterneció e hizo reír con sus frases y maneras geniales a varias generaciones. Y a su personaje cómico debemos una serie de palabras: cantinflear, “hablar de forma disparatada e incongruente y sin decir nada”; cantinflesco, “que habla a la manera del actor mexicano Cantinflas”, y cantinflada, “dicho o acción de quien habla o actúa como Cantinflas”.



Del personaje más conocido de la literatura universal, el Quijote, protagonista de la novela escrita en el siglo XVII por Miguel de Cervantes, tenemos en nuestra lengua: quijote, con el significado de “hombre que antepone sus ideales a su conveniencia y obra de forma desinteresada y comprometida en defensa de causas que considera justas, sin conseguirlo”, exactamente las cualidades que definen al famoso hidalgo.



Y por semejanza con el aspecto físico del personaje, también se aplica este apelativo al “hombre alto, flaco y grave, cuyo aspecto y carácter hacen recordar al héroe cervantino”. Quijotada o quijotería es “la acción propia de un quijote” y quijotesca, el adjetivo que la califica. Estos términos reflejan el sentido caricaturesco de la novela, que es el que el autor quiso darle; pues en realidad su obra es una sátira al héroe de los “libros de caballerías”.

Luque Maricarmen

Verbos que a menudo crean confusión

Los verbos que a menudo se confunden son atribuir e imputar. El primero, atribuir, es determinar, a menudo sin seguridad, que alguien o algo es causa, origen o autor de alguna cosa; es también adjudicar a alguien o algo una determinada cualidad.



Se atribuye un cuadro a quien se supone que lo pintó, una obra literaria a quien la escribió, una composición musical al que la compuso y una acción a quien la hizo.



También uno mismo puede también atribuirse o adjudicarse algo. Pero cuando lo que se atribuye es algo reprobable, el verbo adecuado es imputar. Alguien se convierte en terrorista cuando se le imputa un delito de terrorismo. Y se imputa el crimen al asesino o el robo al ladrón. El señalado por la imputación es el imputado, responsable de lo imputable. Por consiguiente, no se puede imputar a nadie algo bueno.



De la misma familia semántica es el verbo tildar: atribuir a alguien (o algo) una característica negativa, la cual va introducida por la preposición de: “En su época, Galileo fue tildado de hereje”. Es incorrecto su empleo con adjetivos de significado positivo; nadie podría ser tildado de inteligente, de tolerante o de cualquier otra buena cualidad.



Dos adjetivos muy semejantes en su forma, pero de distinto significado, son inmune e impune.



Inmune es libre o exento de algo considerado perjudicial o molesto. Una persona que se vacuna suele hacerse inmune a la patología del virus que se le ha inoculado. Porque eso es inocular, introducir en un organismo una sustancia que contiene los gérmenes de una enfermedad. Exactamente el efecto que causa la vacunación. Inmune es sinónimo de invulnerable. Pero nada tiene que ver con impune, que significa “sin castigo”. La justicia defiende que ningún delito quede impune.



A propósito, ¿sabían que el verbo vacunar y el sustantivo vacuna tienen su origen en la palabra vaca? La vacuna es una enfermedad vírica que afecta al ganado vacuno, es inoculable al hombre, en el que provoca leves trastornos, pero le inmuniza contra la viruela. Fue en 1796 cuando el científico Jener descubrió la vacuna como tal y la aplicó como remedio contra esa enfermedad. El término vacuna se generalizó para referirse al virus o principio orgánico que convenientemente preparado se inocula a personas o animales para preservarlos de una enfermedad determinada.

Así se va haciendo la lengua...



Luque Maricarmen