miércoles, 13 de mayo de 2009

Has, haz, afrontar, enfrentar

Con frecuencia se plantean dudas entre las palabras has y haz, aunque son distintas en su forma y su significado
Has es una forma auxiliar del verbo haber que sirve para formar el tiempo antepresente en la segunda persona del singular de cualquier verbo: has escrito, has pensado, has hecho…
Haz es una palabra polisémica, es decir, tiene varios significados. Es la segunda persona singular del imperativo del verbo hacer (procedente del facere latino): haz lo que te digo, haz el favor, haz tu tarea...
Pero además, haz puede ser un sustantivo con el significado de “conjunto homogéneo de cosas alargadas atadas por el centro”, como un haz de leña o un haz de juncos, o bien, “conjunto de rayos luminosos que parten del mismo punto”, como ‘un haz de luz caía sobre la habitación’. En estos casos procede del latín fascis (fajo o manojo).
Haz puede también significar “cara de una cosa habitualmente más perfecta, más visible o destinada a ser vista”, (del latín facies: cara). En botánica, las dos caras de la hoja son haz, la más vistosa, y envés, más opaca o de distinto color.
Haz, en su valor de sustantivo, es de género femenino, aunque sus determinantes (artículos o demostrativos) irán en masculino, como sucede con todos los sustantivos que empiezan por a tónica (con h o sin ella): hacha, agua...
Ninguna relación con lo anterior tienen las palabras afrontar y enfrentar, aunque sí la tienen entre ellas.
Afrontar es hacer frente o enfrentarse a algo. Se afronta una difícil situación económica o una desgracia familiar, o bien uno se enfrenta a ella. Y parecida es confrontar, cuyo significado es “poner frente a frente” (a una persona o cosa) con otra, pero en dos sentidos diferentes, de comparación o de enfrentamiento: “Confronte usted las dos listas para ver si coinciden” o “sus tropas no se confrontaron con el enemigo”.

Luque Maricarmen

¿Es lógico el lenguaje?

No hace mucho, me encontré con un interesante artículo del académico Emilio Lorenzo acerca de la lógica y el lenguaje, y les paso algunas reflexiones sobre el mismo.
El respeto, mezclado con temor, que siempre ha infundido la gramática a quienes acuden a ella en busca de orientación empuja a buscar apoyo, cuando no es suficientemente explícita, en la lógica o el sentido común, aunque no siempre éstos nos dan la solución.
Porque, por ejemplo, nadie discute la redundancia de la frase “a tu hermana la vi ayer en el museo”. El pronombre “la” lógicamente sobra; pero el uso caprichoso del hablante lo impuso, y hoy sería difícilmente aceptable la misma frase sin el “la”: “a tu hermana vi ayer en el museo”.
Y es que las paradojas del idioma son incontables: el sufijo diminutivo “ino” no es tan frecuente como “ito” o “illo”, y aunque se registran casos como palomino, golondrino, etcétera, es inexplicable que pollino, que siempre fue “hijo o cría de aves o cuadrúpedos”, hoy sea “un asno joven”. Como ejemplo de lógica absurda es el de la identidad entre una botella “medio llena” y otra “medio vacía”, donde pueden entrar valoraciones subjetivas ajenas a la objetividad.
El lenguaje humano sometido siempre a las veleidades del hablante no es un modelo de funcionamiento lógico.
Cuatrocientos millones de personas hablamos el mismo idioma, pero, incluso en una misma familia se descubren diferencias, los llamados idiolectos que son los rasgos propios de la forma de expresarse de un individuo. Porque cada hablante y cada oyente parte de posiciones, ideas, sentimientos e intereses distintos.
Prescindiendo de los cambios de significado que a lo largo de la historia sufren muchos vocablos, la experiencia individual, el entorno geográfico y social y múltiples circunstancias imprimen a las palabras matices y distorsiones que pocas veces tienen que ver con la lógica.
Fíjense si no, ¿por qué se llama “ajusticiar” cuando se da muerte al reo condenado a ella, y no cuando se le declara inocente? Es que la justicia sólo condena? Cuando salva, ¿no es justicia?
Aquí, amigos, una vez más falló la lógica.

Luque Maricarmen

Pero no furiosos: Débiles y nerviosos

Existen muchas palabras cuyo uso por los hablantes las ha despojado de su sentido original, y son utilizadas con otros significados, significados válidos, pero que se apartan de su primera acepción. Lo que ocasiona, a veces, que esa primera acepción sea olvidada, e incluso desconocida, por los hablantes.
Sabemos que el verbo enervar es “poner nervioso”, no furioso, como muchos creen. Por ejemplo: «me enerva el ruido de esa alarma que no deja de sonar» (me pone nervioso). Este es el significado que todos conocemos.
Sin embargo, el primer sentido del verbo enervar, que pocos hablantes conocen, es “debilitar, quitar las fuerzas”. Por lo que no sería extraño oír frases como: “muchas horas seguidas de sol en la playa me enervan”, es decir, me quitan las fuerzas. Y es enervante lo que causa debilidad, o también, lo que excita los nervios.
¿Sabían que el nombre original de la termita es termes o térmite? Ese insecto, llamado erróneamente hormiga blanca, que se alimenta de la madera que roe constantemente, recibió su nombre del latín termes que es “carcoma” o insecto masticador de la madera. Del latín pasó al francés como “termite” y de ahí a nuestra lengua como termita. Y así está aceptado, aunque bueno es conocer su nombre original, termes, como puede ser nombrado.
Y como el termes, todos los insectos que se alimentan de la madera son xilófagos, ya que el prefijo griego xilo significa “madera”. Por eso la xilografía es el arte de grabar en madera y xilógrafo el grabador. Y los productos que se emplean para proteger la madera se llaman xiloprotectores. Como xilófono, el instrumento musical de percusión formado por láminas de madera, y xilofonista el músico que lo toca.
Y puesto que estamos viendo palabras que comienzan con la letra equis les recuerdo que, en lingüística, los extranjerismos que se usan conservando su grafía original, como chalet, whisky, etcétera, reciben el nombre de xenismos.
La semana que viene, más.

Luque Maricarmen

El zápara: Una lengua en agonía

Hace tiempo, ya años, me encontré con una noticia en un periódico que me emocionó. Y es que, aunque no se lo crean, a veces puede uno encontrarse en la prensa noticias conmovedoras. Y por eso hoy la traigo aquí, porque aunque algunos ya la conozcan, no resisto la tentación de que la lean los que aún la ignoran.
Se trata del rescate de una lengua que estaba a punto de morir, de desaparecer porque también lo estaban sus últimos hablantes. La lengua es el zápara, perteneciente a la tribu indígena del mismo nombre, de la amazonia ecuatoriana. Sólo cinco personas ancianas lo hablaban, y a marchas forzadas, con la urgencia del tiempo que se escapa, se fue transmitiendo a un grupo de niños záparas. Saludos, canciones y leyendas brotaban de los labios de los ancianos y eran recogidos por las grabadoras y los atentos oídos de los niños, que escuchaban embelesados las voces casi mágicas de sus mayores.
El resultado es que tanto la lengua como el pueblo zápara fueron declarados patrimonio de la humanidad. Una colectividad de algo más de doscientos individuos ubicados en el nacimiento del río Conambo, en la amazonia ecuatoriana, son los que quedan de una comunidad numerosa, que fueron invadidos y diezmados por grupos jíbaros.
La guerra entre Perú y Ecuador, en 1941, y la desertización de la zona por la explotación del caucho fueron causa de dispersión del pueblo zápara, por lo que los mayores pensaron que había llegado el momento de que desaparecieran de la tierra su idioma y sus costumbres. Pero los pocos jóvenes que quedan decidieron lo contrario: la salvación.
Y para ello emprendieron la encomiable tarea de rescatar de los labios y la memoria de los mayores su lengua y sus tradiciones. Y en ello están.
Sorprende hoy, amigos, y es digno de resaltar, que alguien ponga la mente y el esfuerzo en una empresa cultural, altruista y hermosa como la que les comento, ¿no les parece

Luque Maricarmen

La tarántula y el atarantado

Hoy les paso el resultado de una búsqueda interesante por los caminos de la lengua: el origen de palabras, esas que usamos con frecuencia, sin plantearnos la mayoría de las veces de dónde vienen y cómo llegaron hasta nosotros.
El vocablo agenda procede del verbo latino agere que es “hacer”; en gerundio, agenda, tiene matiz de obligación, y significa exactamente “lo que se ha de hacer”. Por eso pasó a nombrar ese libro o cuaderno en que se apunta, para no olvidarlo, aquello que se tiene que hacer. Claro que hoy, con los adelantos de la técnica, el librito ha sido sustituido por la agenda electrónica portátil, ese instrumento prodigioso convertido en compañero inseparable e insustituible del ciudadano del siglo XXI.
Todos sabemos que el tabaco es de origen americano. La planta y la costumbre de fumar sus hojas (observadas por Colón en 1492) son oriundas de este continente, pero no la palabra. Las palabras “tabacco” y “atabaca”, procedentes del tabbaq o tubbaq árabe, se emplearon en Italia y en España desde 1410, pero eran nombres de hierbas medicinales que mareaban o adormecían. Pudo suceder que los españoles trasladaran este nombre europeo a la planta americana al ver que con ella se emborrachaban los indígenas antillanos.
¿Sabían que la palabra tarántula llegó al español en 1495, del italiano tarantola, procedente del nombre de la ciudad de Tarento, por abundar esta especie de araña en sus alrededores? De la misma raíz se derivó el verbo italiano attarantare cuyo significado era “morder la tarántula causando daños nerviosos”. Y de ahí surge nuestro verbo atarantar, que es aturdir, y el adjetivo atarantado, que es “picado de la tarántula”; aunque en el lenguaje coloquial el atarantado es el inquieto, el aturdido, e incluso el de poco juicio.
Y termino con dos palabras poco frecuentes, pero interesantes: talasocracia, que es el dominio sobre los mares, o el sistema político cuyo poder reside en el mar; y talasoterapia, el uso terapéutico de los baños o del aire del mar. Ambas tienen su origen en el vocablo griego thalass: mar.

Luque Maricarmen

Centenario de El cantar del Mío Cid

Este es un año especial para todos los hispanohablantes. 2007 es el año en que se celebra institucionalmente el VIII centenario de la publicación del libro más antiguo escrito en lengua castellana, El Cantar de Mío Cid.
En realidad no se sabe con certeza cuándo ni quién lo escribió, pero fue en 1207 cuando apareció la copia manuscrita atribuida al monje Per Abbat.
El Cantar de Mío Cid, un cantar de gesta que narra las hazañas, venturas y desventuras del caballero castellano Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, quien a pesar de la firme e inquebrantable lealtad a su rey, Alfonso VI, para quien conquistó tierras a los moros en victoriosas campañas, es desterrado a causa de las calumnias de cortesanos envidiosos.
La obra narra en verso la desgracia de este valiente soldado y caballero que tiene que abandonar sus tierras y a su familia para marchar al destierro, y su paso por los mismos campos y ciudades que antes fueron testigos de su gloria.
El Cid, cuya fama de buen soldado es conocida hasta los más recónditos rincones de Castilla, atraviesa todos esos lugares, acompañado de unos pocos fieles, sin que nadie ose ofrecerle hospitalidad, pues a su paso se cierran puertas y ventanas ante el temor a la represalia anunciada por el rey a quien lo acogiera en su casa: “sería despojado de sus bienes y hasta los ojos perdería”.
Y 800 años después de la salida a la luz de este poema épico, se crea una ruta cultural que quedará institucionalizada, el Camino del Cid, y que recorrerá aquellos lugares que supuestamente el Cid recorrió camino del destierro.
Aquel glorioso personaje de quien el propio autor escribió: “¡Dios, que buen vasallo si tuviese un buen señor!”.

Luque Maricarmen

Dudas lógicas

No es raro confundir a veces los verbos competer y competir; y digo que no es raro porque, en su conjugación, tienen dos formas comunes: las 3as. personas (sg. y pl.) del copretérito de indicativo: competía y competían. Ambas formas pueden pertenecer a los verbos competer y competir. Sólo el contexto en que aparezcan indicará a cuál de los dos verbos corresponden.
Porque sus significados son diferentes.
Competer es corresponder, pertenecer o incumbir algo a alguien: “Con frecuencia a la mujer le competen (corresponden o incumben) actividades rutinarias”.
Competir, sin embarbo, es contender o rivalizar: “El joven no puede competir (contender o rivalizar) en experiencia con el viejo”.
El verbo competer, al ser regular, se conjuga como cualquier verbo de la 2ª conjugación, mientras que el competir, como irregular que es, lo hace como el verbo pedir. Y solamente coinciden en las dos formas antes mencionadas.
Por lo que, si nos encontramos con las frases: “Ambos equipos competían por el título” o “Era al árbitro a quien competía establecer la legitimidad de la jugada”, el sentido es el que indica a qué verbo se refieren.
Lo mismo sucede con el sustantivo competencia, al ser común a los dos verbos, como se observa en los ejemplos: “ La Comisión aclaró que eso no es de su competencia” (incumbencia) o “Existía entre los dos rivales una sorda competencia” (rivalidad).
No es común a los dos, sin embargo, el sustantivo competición, que es la acción y efecto de competir. Aunque éste coincide con “competencia” en el sentido de «prueba o torneo deportivo en el que compiten entre sí distintos participantes»: “Hoy se reanuda la competición (o competencia) de atletismo, tras la jornada de descanso de ayer”.
Son dudas, amigos, que con frecuencia la propia lógica resuelve.

Luque Maricarmen

Sustantivos que indeterminan

Cuatro palabras existen en español, desde antiguo, para expresar la idea de personas no determinadas. Son fulano, zutano y mengano.
Fulano, procedente del fulan árabe, aparece en el siglo XII significando “tal”, y se usó durante mucho tiempo como adjetivo, así: “fulano lugar o fulana isla”, lo que hoy se diría “tal lugar o tal isla”.
Con el tiempo, se aplicó, ya como sustantivo, a alguien de quien no se conoce o no se quiere expresar el nombre: ese fulano o aquella fulana. Hoy este uso ha tomado cierto matiz despectivo.
La historia de zutano es curiosa: tiene su origen en la antigua interjección, “zut”, que se empleaba para llamar a alguien sin nombrarlo. De ahí pasó a “shut” en otras lenguas, de donde derivó a nuestro “chist”, sonido de chistar, que es lo que se hace para llamar la atención de alguien, sin llamarlo por su nombre.
Pero de ese antiguo “zut”, pasó a llamarse “don zut” a aquél cuyo nombre se ignoraba, y finalmente, se le añadió la misma terminación de fulano, para expresar la idea de éste, surgiendo así zutano.
Y más tarde, en el siglo XIX, procedente del árabe mankán, aparece mengano, igualándose en el significado y la terminación, con fulano y zutano. Quedan así los tres vocablos para expresar la misma idea de identidad indeterminada, y suelen usarse juntos.
Y aún más: a finales del siglo XIX, surge otra, menos conocida por menos usada: perengano, posiblemente un cruce de Pérez y mengano, identificándose con el sentido de las tres anteriores.
Y así quedó una serie de palabras para referirse a las personas de las que se ignora u omite el nombre, y que suelen usarse en frases como: “Nunca se sabe de quién es la culpa; el caso es que unas veces por fulano, otras por zutano, otras por mengano o perengano, siempre están las cosas mal hechas”.
Es una forma de no señalar.

Relativo y antecedentes

Quiero hacer hincapié en el uso que a veces se hace de la palabra “mismo”, dándole un valor enfático innecesario o un valor referencial en oraciones relativas cuando para ello están los pronombres relativos. Me explico.
En el enunciado: “Su saldo a favor es de 100 pesos, mismos que serán depositados en su cuenta”; sobra la palabra “mismos” empleada para enfatizar, pues sin ella estaría igual de claro el sentido de lo expresado, ¿lo ven?
El “que” es un pronombre relativo cuyo antecedente son los 100 pesos, por lo que tampoco es necesario el referente “mismos”, y puedo, si quiero, sustituir ese “que” por otro relativo: cuales, sin que cambie el sentido de la frase; así: “Su saldo a favor es de 100 pesos, los cuales serán depositados en su cuenta”. En ninguno de los dos ejemplos hizo falta el empleo de “mismos”.
Y es que, amigos, el uso de palabras innecesarias hace pesado el lenguaje y le quita agilidad. En cuanto a la concordancia, que como saben es la coincidencia en género y número, debe darse siempre entre el relativo y su antecedente, es decir, entre él y la palabra a que se refiere.
En el ejemplo que estamos manejando, el relativo, cuales, es masculino plural, concertando con los 100 pesos, su antecedente.
Para que quede más claro, si el antecedente fuera “el saldo”, singular, el relativo tendría que ir también en singular, es decir, concertando así: “Su saldo a favor, el cual será depositado en su cuenta, es de 100 pesos”; (relativo y antecedente en el mismo género y número).
Insisto en esto porque con frecuencia se cae en el error de no concertar el relativo con su antecedente, y se oyen frases como: “Hoy vendrán los amigos de quien (quienes) te hablé ayer”. Y si emplean el verbo “depositar”, como hicimos al principio de este escrito, no olviden que este verbo debe construirse con la preposición en, no con a, como a veces se hace: depositar en su cuenta, no depositar a su cuenta.
La semana que viene, más. Saludos.

Luque Maricarmen

Martingala y semáforo: Palabras con historia

Hoy les traigo dos palabras que nos llegaron del francés y que tienen su historia. La primera, de uso no demasiado frecuente, es martingala. La martingala es el artificio o astucia para engañar a alguien y conseguir algún fin. Es lo mismo que artimaña o trampa. Pero lo curioso de esta palabra es su procedencia.
Parece que antiguamente, en un pueblo francés de la Provenza, llamado Martigue, cuya situación aislada fue causa de que sus habitantes tuvieran fama de gente rústica, los vecinos usaban unas calzas con un falso fondo, que les protegía cuando sufrían súbitas y apremiantes necesidades fisiológicas. Y era tan ingenioso el sistema inventado por los martigaleses que pasó a considerarse símbolo de artimaña o trampa, quedando la palabra alterada, martingala, con el sentido que hoy tiene de truco o ardid que engaña.
Como se desprende de la frase: “Usó astutamente todo tipo de martingalas para quedarse con el dinero de los demás”
También tiene el sentido de cierto lance que se hace en algunos juegos de azar.
Y de procedencia francesa es también la palabra semáforo, que, aunque parece de ayer, fue en el siglo XIX cuando llegó a nuestra lengua.
Etimológicamente, semáforo viene del griego sema que es signo y fero llevar. Durante mucho tiempo se refirió a un telégrafo óptico que había en las costas para comunicarse con los buques por medio de señales o signos. También se llama así el dispositivo de señales usado en las vías de ferrocarril. Pero, desde la llegada del automóvil, todos llamamos semáforo al “aparato eléctrico de señales luminosas utilizado para regular la circulación”.
Parece ser que fue en 1840 cuando se instaló el primer semáforo para este fin, en la ciudad de Boston, aunque era muy distinto del que hoy conocemos, pues no tenía luces, sino un mecanismo formado por dos tablillas con las palabras go y stop que subían y bajaban alternativamente.
Un policía de Detroit, en 1920, fue quien ideó el sistema actual, quedando desde entonces instalado el semáforo moderno, el cual ayuda a ordenar y regular el caos circulatorio de nuestras grandes ciudades.

Luque Maricarmen

Semejanza o identidad de palabras

Hoy les traigo palabras cuyos significados llegan a coincidir en algunas ocasiones, aunque en otras, hay matices que las distinguen.
Hostigar y hostilizar son dos verbos muy parecidos en su forma y significado, aunque el origen no es idéntico. Hostigar procede del verbo latino fustigare y significa “dar golpes con una fusta, un látigo u otro instrumento para hacer mover, juntar o dispersar”. Y se dice que el pastor hostiga a las ovejas para conducir el rebaño; o que la policía hostiga a los manifestantes para dispersarlos. Hostigar es también “incitar a alguien con insistencia para que haga algo”. Y no suele ser bueno ese algo a que le incita.
Pero también hostiga el que “molesta a alguien o se burla de él insistentemente”, y es en este sentido donde coincide con el verbo hostilizar, aunque éste, al proceder de “hostil”, enemigo, es al enemigo a quien dirige la burla o la molestia y, con frecuencia, la convierte en ataque o agresión.
Yo diría que es más grave hostilizar que hostigar.
¿Es lo mismo alimentario-a que alimenticio? Pues en cierto modo sí. Los dos adjetivos se aplican a lo que está relacionado con la alimentación o los alimentos. Sin embargo, para referirse a la alimentación en general, se emplea alimentario. Y se dice: política alimentaria, cadena alimentaria o código alimentario, mientras que alimenticio se aplica a lo que sirve para alimentar; y se usa así: valor alimenticio, usos alimenticios, productos alimenticios o pensión alimenticia.
Es predador o depredador el que roba o saquea con violencia y destrozo. Y son animales predadores o depredadores los que cazan a otros de distinta especie para su subsistencia.
¿Se puede hablar de desborde o desbordamiento? Claro que sí. Cuando un río se desborda, es decir, cuando sus aguas rebosan los bordes, se produce un desborde o desbordamiento. Pero además, en un sentido no físico, se habla también de desbordar cuando un hecho rebasa el límite de lo previsto; por ejemplo: “Los acontecimientos desbordaron las expectativas”, e incluso se oye: “Tantos problemas me desbordaron y no fui capaz de controlarlos”.

Luque Maricarmen

Locuciones dudosas

Se discute sobre la legitimidad del uso de las locuciones “antes de que” y “después de que”, en lugar de “antes que” y “después que”. Y no hay motivo para la discusión.
Con significado temporal, tan legítimo es el uso del antes y el después con “de” como sin ella.
Antiguamente, apegándose al origen latino de las dos expresiones, antequam y postquam, los hablantes y escribientes cultos decían y escribían antes que y después que. Pero ya desde el siglo XVIII, en el español culto fue admitida la infidelidad a la fórmula latina, y simultáneamente con el “antes que” y “después que” se viene usando “antes de que” y “después de que”.
Así, es igualmente correcto decir “antes que anochezca” como “antes de que anochezca”, y tanto da “después que salga el Sol” como “después de que salga el Sol”.
Sin embargo, cuando la locución no es temporal sino que expresa preferencia, sólo es válida la forma “antes que”, como en la frase: “Antes que verlo detrás de una reja (...), prefiero verlo muerto”.
En cuanto a las expresiones temporales, antes de anoche y antes de ayer son igualmente válidas, e incluso preferibles por su brevedad, anteanoche y anteayer, (no antiayer).
Y en América se usan con total legitimidad antenoche y antier, esta última más cercana al ante ayer latino: ante heri.
Por lo que, amigos, no señalemos como incorrectos a los que emplean unas u otras formas, y elijamos las que más nos acomoden.
Y termino señalando que el adjetivo cuyo significado es “anterior al diluvio universal” y que se usa con el sentido de “muy antiguo” o “antiquísimo”, no es antidiluviano, como tantas veces se oye, sino antediluviano.

Luque Maricarmen

La llegada de un símbolo

Me piden que escriba sobre la palabra arroba, y aunque la historia de esta palabra, como símbolo y como unidad de medida no está del todo clara, yo, apoyándome en Gregorio Doval, autor del libro Palabras con historia, voy a tratar de complacerlos.
Durante la Edad Media, cuando el latín era la lengua de uso culto en Europa, el símbolo de arroba fue utilizado entre los copistas como abreviatura de la preposición latina “ad”, que significa, a, hacia o en.
La forma era como un 6, pero fue evolucionando hasta convertirse en la actual @.
La palabra arroba, procedente del árabe ar-roba: 4ª parte, apareció en la Edad Moderna como nombre de distintas unidades de medida. Hoy, la arroba es una unidad de peso y capacidad, y se utiliza en algunas zonas de España y América con distintos valores.
La primera representación escrita del símbolo @, como unidad de medida, aparece en una carta enviada en 1536 por un mercader italiano, desde Sevilla a Roma. En ella se describe la llegada de tres barcos con tesoros procedentes de América, y se lee: “una @ de vino (que es 1/13 de un barril) vale 7 u 8 ducados”.
En otro contexto, en los primeros sistemas de correo electrónico, en las últimas décadas del siglo XX, se recurrió al antiguo símbolo @, por ser ya conocido debido a su uso comercial. Pero, sobre todo, recordando el uso que los copistas medievales hicieron de él, el símbolo recupera el sentido de la abreviación de la preposición latina ad, con valor de en, sentido que conserva en el empleo informático.
Como claramente se observa en cualquier dirección electrónica, igual que en la que a continuación les paso, la mía: mcluque@terra.com.mx, donde los espero; y que literalmente
interpretaríamos: Mari Carmen Luque en terra.com.mx
La explicación puede resultar convincente, ¿no creen?

Luque Maricarmen

Los “dichos” en la historia

Hay un dicho que muchas veces utilizamos, aplicándolo a la persona que triunfa en todo lo que emprende: “es como Midas; lo que toca lo convierte en oro”.
¿Conocen la historia?
Cuenta la leyenda, que allá por el año 700 a.C., el rey frigio Midas se había consagrado a propagar el culto del dios Baco, el cual, como premio, le concedió el poder de transformar en oro todo lo que tocaba.
Enseguida, Midas se dio cuenta de que el don concedido tenía enormes inconvenientes, ya que no podía comer, por transformarse también en oro sus alimentos.
Pidió al dios que le retirara ese don especial, y él accedió, ordenándole que se bañase en el río Pactolo, que desde entonces arrastró oro en sus arenas.
Pero sigue la leyenda narrando que siendo Midas nombrado juez en un concurso musical entre los dioses Apolo y Pan, falló a favor de este último, por lo que Apolo, enojado contra él, hizo que sus orejas creciesen como las de un asno.
Midas, avergonzado, ocultaba sus orejas cubriéndose la cabeza con un gorro frigio, por lo que solo su barbero conocía el secreto. Sin embargo, ocurrió que el barbero, chismosillo como buen barbero, harto de guardar el secreto y no pudiendo divulgarlo por temor a incurrir en la cólera real, cavó un hoyo en la arena y dentro de él susurró: “el rey Midas tiene orejas de asno”. Y cubrió de nuevo el hoyo.
Pero crecieron allí unas cañas que, al ser agitadas por el viento, expandieron el murmullo por el aire; por lo que Midas, avergonzado de que todos conocieran su defecto, se quitó la vida bebiendo sangre de toro.
Triste final para quien consiguió poseer tan especial don.
Cuando alguien está bajo la amenaza de un peligro constante se dice que tiene sobre él “la espada de Damocles”. Porque, según la leyenda, Damocles, cortesano del rey de Siracusa, Dionisio el Viejo, hacia el año 400 a.C., sentía una profunda envidia de la fortuna y posición del soberano. Enterado el rey, le cedió su puesto por un día para que juzgara por sí mismo; pero cuando más feliz estaba, al levantar la vista, vio una espada suspendida por una crin de caballo, colgando sobre su cabeza, lo que le indicó la constante inquietud en que vivía el rey, y su ilusoria felicidad.

Luque Maricarmen

La intencionalidad del lenguaje

“El hecho es de que...”, “la realidad es de que...”, “el asunto es de que...” ¡Cómo afea la expresión y qué antiestético resulta el dequeísmo! Y aparece constantemente en boca de nuestros informadores y comentaristas, rebajando la elegancia y el estilo del lenguaje. Tal vez consigamos desterrar el inoportuno y espurio de y construyamos las frases sin él, así: “el hecho es que...”, “la realidad es que...”, el asunto es que... cada vez hablemos mejor.
Y cuando hablemos del “gusto y sabor que se percibe en los manjares, o de la habilidad o buena mano que se tiene para cocinar”, significados, ambos, de la palabra sazón, no olvidemos que ésta tiene género femenino.
Aclarados estos dos puntos, les comento dos palabras interesantes, relacionadas directamente con el latín. Seguro que muchas veces han oído, e incluso utilizado, el adjetivo peyorativo, derivado del adjetivo latino “peior” que significa “peor”. Peyorativo es, por lo tanto, lo que empeora. A una palabra se le da sentido peyorativo cuando interesa que su significado sea peor; cuando se le busca su peor cara, su lado peor, su peor perfil. Pero también existe el adjetivo contrario, meliorativo, derivado del “melior” latino, que es “mejor”. Meliorativo es, por lo tanto, lo que mejora. Por lo que se usa una palabra en sentido meliorativo cuando se le busca su mejor lado o perfil.
Tanto influye la intención del hablante al decir las palabras, que, de darles un sentido meliorativo a dárselo peyorativo, cambia el mensaje.
Y así, si digo “ese futbolista es una fiera”, debo aclarar si lo es en uno u otro sentido. Si lo es en el mejor, (meliorativo) quiero expresar que va por todas, que en el campo lucha y defiende la pelota con fuerza y determinación, sin regatear esfuerzos. Si es una fiera en sentido peyorativo, le estoy acusando de violento, agresivo y peligroso.
Vean la intencionalidad del lenguaje. Cómo una misma palabra puede encerrar distintos matices y cambiar el mensaje según la intención del hablante.
¿De dónde, si no, serían posibles los albures?

Luque Maricarmen

Seducción de las palabras

Bajo el título de una obra del lingüista Alex Grijelmo, les paso hoy reflexiones que hace el autor sobre el poder de seducción de la palabra, de ese instrumento que utilizamos a lo largo de nuestra vida para comunicarnos con los demás.
De la palabra podemos contar sus letras, los fonemas que contiene, averiguar su antigüedad, su procedencia, pero nada puede medir el poder que oculta, la fuerza que encierra en sí.
Las palabras viven en los sentimientos, forman parte del alma y duermen en la memoria. Son los embriones de las ideas, el germen del pensamiento, la estructura de las razones, y su contenido excede la definición oficial de los diccionarios.
Cada palabra trae ese aroma especial de que fue impregnada a lo largo de su existencia, ese matiz que fue tomando al ser tantas veces pronunciada por el hombre.
Unas, realistas, prosaicas y hasta peyorativas; otras, con la belleza adquirida a través de su historia, al pasar de boca en boca.
En la palabra caben muchas más sensaciones que las extraídas de su preciso enunciado académico, porque en ella está contenida la percepción personal del individuo que la pronuncia.
Las palabras se heredan unas a otras, y nosotros heredamos las palabras de siglo en siglo, aproximando los ancestros hasta convertirlos casi en contemporáneos. Y así se forma un espacio donde caben todos los usos que se les ha dado en la historia.
La capacidad de seducción que guardan las palabras parte de ciertas claves: de la fuerza que otorga a cada vocablo su historia oculta; del enriquecimiento que se produce en su estructura semántica al pasar de su estado original al que va presentando tras las modificaciones sufridas a través de los tiempos. Y, por fin, del valor adquirido por los millones de personas que lo pensaron y lo pronunciaron.
La elección de cada palabra para el momento adecuado, la forma de decir con un lenguaje musical lo que no es música, la manera de tocar las fibras sensibles del entendimiento... eso es aprovechar la seducción de las palabras.

Luque Maricarmen

Palabras y expresiones con historia

Hoy me he encontrado con una palabra de empleo no frecuente, pero cuyo uso permanece en nuestro lenguaje. Es varapalo.
Varapalo, formada por dos vocablos, como bien se ve, en su primer sentido es un “palo largo a modo de vara”. O el “golpe dado con un palo o una vara”. Aunque en el lenguaje coloquial, y en sentido figurado, un varapalo es el “daño o quebranto que alguien recibe en sus intereses materiales o en el aspecto moral”. Por ejemplo, de un candidato que no logró, ni por asomo, el número de votos que esperaba, puede decirse: “le dieron tal varapalo en las elecciones, que peligra su futuro político”.
Pero más rara y curiosa es la expresión “de consuno”. Tiene una larga historia.
Desde hace muchos siglos, existía en castellano la expresión “con so uno” que significaba “juntamente”. Esta locución dio lugar al verbo asonar, que entonces significaba “juntar en asonada, derivando en el significado que hoy tiene de “juntar o reunir”. La palabra, asonada, ya existía en el siglo XIII con el significado actual de “reunión tumultuaria y violenta para conseguir algún fin, generalmente político”. Son asonadas, por tanto, los disturbios, motines o revueltas de tipo político.
Pero la expresión de con so uno, además de “parir” las dos palabras mencionadas, no desapareció, sino que fue evolucionando hasta aparecer en 1438 en la forma “de consuno”, forma que perduró hasta hoy en nuestro idioma con el sentido de “juntamente, en unión o de común acuerdo”. Por eso hoy me encontré la frase que ha motivado estas líneas: “Es necesario que esas medidas políticas sean adoptadas de consuno por todos los partidos”.
Pues si la expresión hizo un recorrido tan largo por los caminos de la lengua, hasta llegar a nosotros, justo es que hoy echemos mano de ella, aunque sea de vez en cuando.
¿Qué tal si lo hacemos “de consuno”?

Luque Maricarmen

Hoy, aclaraciones

Hoy, aclaraciones.
Existen dudas sobre el significado del término parco. El que habla poco es parco en palabras. Es parco el moderado en la comida y en la bebida. El que modera sus alabanzas es parco en la adulación, y el que gasta poco dinero es parco en su economía. Porque parco es un adjetivo que significa “escaso, moderado o sobrio en el uso o en la concesión de las cosas”.
Y la parquedad, que no tiene por qué ser mezquindad, tacañería o ruindad, sino más bien, moderación y prudencia, está más cerca de una virtud que de un defecto.
¿A quién se aplica el adjetivo frívolo?, me preguntan. Se califica de frívola a la persona ligera, insustancial, poco profunda y veleidosa. Un espectáculo ligero y sensual es frívolo, como lo es el libro que trata de temas intrascendentes con predominio de lo sensual.
El adjetivo pretencioso o pretensioso se incorporó al español en el siglo XIX procedente del francés preténtieux, por lo que resulta lógica la adaptación con “c”, en lugar de “s”. Sin embargo, conviene aclarar que ambas formas son correctas y así las recoge el Diccionario. Se aplica al “presuntuoso o que pretende ser más de lo que es” y “al que tiene excesivas pretensiones”.
¿Cuál es el sentido de la palabra catarsis?
La catarsis, palabra de origen griego, antiguamente era la purificación ritual de personas o cosas afectadas de alguna impureza. Hoy es el sentimiento de purificación liberación o transformación interior que experimenta alguien ante una experiencia vital profunda.
El estado catártico o catarsis se consigue cuando el individuo, purificado y libre de perturbaciones, llega al equilibrio. Y esta vivencia, difícilmente alcanzable, puede conseguirse ante alguna manifestación artística admirable. Por ejemplo, ante la ejecución magistral e inspirada de una obra musical.
Si alguna vez lo consiguieron, ¡felicidades!

Luque Maricarmen

El significado de las palabras polisémicas

¿Es guion o guión? Esta palabra, ¿lleva o no acento ortográfico?, me preguntan.
Pues puede o no llevarlo. Tan correcto es escribir guion como guión.
Siguiendo las normas generales de acentuación, sí lo llevaría (gui-ón) pues se trata de una palabra aguda acabada en “n”. Pero si la palabra es considerada monosílaba (guion) es decir, se pronuncia en un solo golpe de voz, entonces no lleva acento escrito, porque los monosílabos ya no se acentúan.
Ante esta ambigüedad, la Academia acepta las dos formas como correctas, y así aparecen en el Diccionario.
Demasiado, mucho y bastante son tres vocablos de la misma familia semántica, pero su significado no es idéntico.
En el habla cotidiana, la mayoría de las veces se usa “demasiado” sustituyendo a mucho cuando, en realidad, ambas palabras no son sinónimas. “Mucho” es abundante, numeroso, en gran cantidad; sin embargo, demasiado significa “que excede de lo necesario y conveniente”.
Por eso, no es lo mismo decir a alguien: “Te amo mucho” que “te amo demasiado”. En el primer caso, se le declara una gran cantidad de amor, mientras que en el segundo, se reconoce que la cantidad de amor es excesiva, exagerada, más de lo conveniente.
Igual sucede cuando mucho es sustituido por “bastante”. Fíjense en la frase: “Cuando aquella relación se rompió, creí morir; sufrí bastante”. Nadie que cree morir sufre bastante. Sufre mucho o muchísimo, pero no bastante. Porque bastante es “ni poco ni mucho, sin sobra ni falta, lo preciso”, pero nada más. Bastante se queda corto cuando lo que se quiere expresar es mucho, muchísimo, en gran cantidad.
Y no olviden que una sanción puede ser el castigo por infringir una ley, o la autorización o aprobación que se da a cualquier acto, uso o costumbre. Igual que el verbo sancionar: se sanciona al que comete una infracción, y se sanciona un precepto o una disposición para darle fuerza de ley.
Y es que de las palabras polisémicas hay que conocer todos sus significados.

Luque Maricarmen

Algunos genios de la lengua

Cuando hablamos del “genio de la lengua” no nos referimos sólo a ese duendecillo que con frecuencia enreda en el idioma haciendo que, de repente, algo se aparte de la norma establecida y nos confunda.
El genio de la lengua se refiere también a esa condición peculiar, a ese “algo” distinto y propio de cada idioma y de sus hablantes.
Por eso, tantas veces, cuando tramos de traducir literalmente, de pasar ciertas palabras o giros de una lengua a otra, no es posible trasladar todo lo que esa palabra o giro contiene de la forma de ser, de la idiosincrasia de los que hablan el idioma al que la palabra pertenece. Y sucede a menudo que a la lengua receptora le cae como camiseta prestada.
Por ejemplo, la lengua inglesa da a la primera persona gramatical, yo, la letra mayúscula I, por la que evidentemente fluye el ego individual.
Un anglohablante puede escribir algo así: I am working and after I will go to the cinema, but I dont want to keep awake because tomorrow I have to wake up early.
Por el contrario, el hispanohablante prescinde de palabras egocéntricas, que están expresadas implícitamente con la presencia del verbo en primera persona: Estoy trabajando y después iré al cine, pero no quiero desvelarme porque mañana tengo que despertarme temprano.
¿Por qué? Por algo será.
El anglosajón habla con muchos más posesivos que el hablante de español. Sin embargo, los frecuentes calcos del inglés han conseguido que ya no sea extraño oír: “Tengo mi dinero en el Banco, o iré a buscarte en mi coche” o “me duele mi cabeza”, cuando siempre se dijo: “tengo el dinero en el Banco”, o “iré a buscarte en el coche” o “me duele la cabeza”.
Está claro que la lengua no es sólo un conjunto de signos para comunicarse, sino una manera de sentir y de pensar que nos caracteriza, el genio de la lengua, y como tal, no debemos renunciar a él, sino hacer nuestro aquello de “genio y figura... hasta la sepultura”.

Luque Maricarmen

Nuevas palabras ante nuevas realidades

Dentro de los extranjerismos asimilados al español y presentes en el Diccionario de la Real Academia Española, figura una palabra apetitosa, de procedencia italiana, que muchos ya conocerán: tiramisú. Está formada por los vocablos italianos tira, tirar, mi, a mí, y su, arriba. Es decir, “que tira de mí hacia arriba”, que me eleva. Y no es de extrañar, porque el tiramisú, un dulce hecho con bizcocho empapado en café, mezclado con un queso suave y con crema chantillí o nata, te hace sentir en el séptimo cielo, te eleva.
¿Sabían que se llama “séptimo cielo” a un lugar extremadamente placentero?
Sin dejar el tema, el galicismo profiterol es un pastelillo relleno de crema pastelera u otros ingredientes y cubierto de chocolate.
Del inglés, aparece réflex, el visor que poseen algunas cámaras fotográficas para ver la misma imagen que saldrá en la fotografía.
Baremar es establecer un baremo. El baremo es una tabla de cuentas ajustadas, una lista o repertorio de tarifas, o un cuadro gradual establecido mediante un acuerdo, para evaluar distintas cosas, como los méritos personales, la solvencia de empresas, los daños derivados de accidentes, etcétera. La palabra se debe al matemático francés, Barrême, del siglo XVII, autor de la idea.
Gay ya pertenece al léxico de nuestra lengua, por lo que se pronuncia tal y como se escribe: gay. En plural, se pronuncia y escribe, gais, no gays. Aunque la palabra, que equivale a homosexual, puede usarse como sustantivo o como adjetivo, se recomienda el uso como sustantivo: (esa discoteca está llena de gais) y se desaconseja su uso como adjetivo: (iremos a una discoteca gay).
La palabra páprika o paprika es de procedencia húngara y equivale al pimentón español, condimento o especia que se extrae del pimiento rojo reducido a polvo. Admite las dos acentuaciones, aunque la forma esdrújula, páprika, refleja mejor su etimología y es la preferida en el uso culto.
Ya pertenece al lenguaje habitual la palabra parapente, vocablo de origen francés que designa ese emocionante deporte consistente en lanzarse desde una pendiente con un paracaídas rectangular, previamente desplegado, con el fin de conseguir un descenso controlado.
Como ven, amigos, a nuevas realidades, nuevas palabras. La lengua al ritmo del mundo que vivimos.

Luque Maricarmen

Sabiduría popular en los refranes

Decía el Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha a su incondicional escudero: “Paréceme, Sancho, que no hay refrán que no sea verdadero, porque todos son sentencias sacadas de la mesma experiencia, madre de las ciencias todas”.
No me canso de constatar la sabiduría popular que encierran los refranes, sabiduría no aprendida en libro alguno, sino extraída de la vida misma.
Uno, de los primeros siglos de nuestra lengua, decía: “A la de amarillo, no es menester pedillo” (pedirlo, en castellano antiguo).
Se acuñó el refrán en el siglo XIII, en tiempos del rey Luis IX de Francia, el rey San Luis, el cual ordenó que para distinguir a las prostitutas de las damas, éstas debían ceñirse a la cintura una banda de color amarillo oro. Pero las rameras, para que no se notara su condición, adoptaron el mismo distintivo, lo que creó tal confusión que dio lugar a un nuevo refrán: “más vale buena fama que cintura dorada”. Trasladado a nuestros tiempos, ocho siglos después, equivaldría a “el hábito no hace al monje”, el cual indica que la apariencia externa no siempre refleja la realidad, o sea que, con frecuencia, las apariencias engañan.
Otro refrán, “donde las dan, las toman” expresa que al que hace daño u ofende, le acaban “pagando con la misma moneda”, es decir, acaba recibiendo lo que dio. Y viene “como anillo al dedo” a la anécdota que les comento.
Todos sabemos que Bretaña es una región francesa, y los naturales de ese lugar se llaman bretones.
Cuentan que un escritor español, llamado Bretón de los Herreros, secretario de la Real Academia Española de la Lengua allá por el siglo XIX, tenía un vecino de cuarto en el hotel donde vivía, hombre bromista, médico de profesión, apellidado Mata. Un día, el doctor Mata, en plan de burla, colgó un cartel en la puerta del cuarto del escritor con la inscripción: “En esta habitación / no vive ningún bretón”.
Al día siguiente, en la puerta del cuarto del galeno colgaba otro cartel que decía: “Vive en esta vecindad / cierto médico poeta, / que al fin de cada receta / pone Mata y es verdad”.
“Donde las dan, las toman”... y callar es bueno.

Ponte unos jeans con tu tanga

El hecho de convivir a lo largo del tiempo con algunas realidades nos hace perder el sentido de la curiosidad por su historia, aceptándolas sin preguntarnos el porqué de su presencia. Es el caso de los “pantalones de mezclilla” o “pantalones vaqueros”, llamados en español, según el área hispanohablante donde se usan.
Me encontré con su historia y se la paso a ustedes.
Allá por los años 1800, emigró a los Estados Unidos de Norteamérica el sastre judeo-alemán, Levi Straus. Se estableció en San Francisco, abriendo un negocio de venta de tela de lona para la confección de tiendas de campaña y cubiertas para vagones de tren.
En cierta ocasión, recibió un gran pedido de esta tela, del ejército, pero al entregarlo fue rechazado por su baja calidad.
Straus, tratando de buscarle salida a esa tosca partida de tela, decidió confeccionar con ella pantalones de trabajo para los mineros, cosiendo en ellos muchos bolsillos para que pudieran guardar las herramientas y las muestras del mineral, y reforzando las costuras con remaches metálicos.
Los pantalones tuvieron un éxito sorprendente, y en 1860, para mejorarlos, cambió la lona por una tela igual de resistente, pero menos burda.
Así confeccionados, los pantalones fueron inmediatamente comprados en grandes cantidades por granjeros y vaqueros, y como la tela era originaria de Génova, los confeccionistas franceses le pusieron al pantalón el nombre de “gênes”, como el nombre francés de Génova, y como “jean” o “jeans” son conocidos en otros idiomas.
El fenómeno de los pantalones de mezclilla, vaqueros o “jeans”, cuya existencia empezó por un fracaso profesional y cuyo uso generalizado invadió el mundo, merece un atento estudio, ya que se ha convertido en una prenda imprescindible en la indumentaria de jóvenes y menos jóvenes de varias generaciones.
Y siguiendo con el tono frívolo, les recuerdo que el tanga, ese traje de baño de pequeñísimas proporciones, es palabra de origen tupí, lengua amerindia hablada en el sur de Brasil.
La palabra fue incorporada al vocabulario portugués, y de ahí pasó a internacionalizarse el nombre y el uso de la prenda.

Luque Maricarmen

Gazapos en la televisión

Hace mucho, en una entrevista realizada en una cadena de televisión, cómo se le escapaba al entrevistado un “gazapo” de los que no es difícil “pillar” en conversaciones entre hablantes de a pie, pero que así, ante micrófono y en pantalla, resulta, cuando menos, llamativo.
“En cuanto me vio, se recordó de nuestros tiempos escolares”, dijo. Error lingüístico que alguna vez traje aquí.
Uno no puede recordarse nada a sí mismo, puede acordarse de algo o recordarlo, pero no recordarse de algo. Sí puede recordar algo a otro: “te recuerdo que...” o “le recordé que...” o “nos recordaron que...”, pero nunca seré yo el que me recuerde, ni serás tú el que te recuerdes, ni él quien se recuerde.
Para eso está el verbo acordarse, verbo pronominal. Yo me acordé, él se acordó, nosotros nos acordamos, es decir, cada uno, mediante un proceso mental, trata de traer a su memoria algo determinado.
El lapsus al que he hecho mención no sería tal, si la frase hubiera sido: “En cuanto me vio, se acordó de nuestros tiempos escolares”.
Y en cualquier medio de difusión, es frecuente el empleo de la palabra publicitar para expresar la idea de hacer algo público o darlo a conocer; y publicitación, la acción o efecto de publicitar.
Pues ambas palabras no existen en nuestro idioma. Para expresar esa idea tenemos en español, publicar, que es hacer notorio o patente, a través de los medios de comunicación, algo que se quiere hacer llegar al conocimiento de todos. Y publicación, lo publicado.
El hablante no debe emplear en su lenguaje términos inventados, sobre todo, cuando ya lo están, y han sido reconocidos y usados a través del tiempo.
Tampoco debe enfatizarse una negación añadiendo una afirmación. Porque usted, como yo, seguro que de vez en cuando oye algo como esto: “yo sí, no creo que eso sea cierto”. ¿Para qué el sí? Basta con el no: “yo no creo que eso sea cierto”.
Si nos ponemos abusados (o aguzados que es lo mismo) conseguiremos alejar de nuestro lenguaje esos solecismos que afean nuestra manera de expresarnos.

Luque Maricarmen

Historia de la letra k

En un artículo periodístico, el académico Rodríguez Adrados hace unas reflexiones sobre la letra k y la cantidad de palabras que hoy mucha gente se empeña en escribir con esa letra.
Haciendo historia sobre la k, hay que recordar que el griego antiguo tenía las letras k y q para el mismo sonido. Las dos pasan al latín, donde ya existía la c. Pronto desaparece de esta lengua la letra k, triunfando la c para este sonido y quedando la q como compañera inseparable de la u. Y los cultismos procedentes del griego, al pasar por el latín cambian la k en c.
La c, heredada del latín, es la letra castiza, típica y genuina del español.
Entonces, ¿por qué la moderna invasión de la k? Pues porque cuando se toma una palabra directamente del griego, existe la tentación del uso de la k. También pasa en inglés, a pesar de estar muy latinizado. Pero hay más.
Las lenguas germánicas se escribieron con un alfabeto prácticamente griego, por lo que abundaba la letra k. Su triunfo fue total en alemán. Y de ahí nos llegan apellidos como Kant, Kodack, Krause, y surgen en español, kantismo, krausismo, etcétera. Y otras como kinder, káiser, Volkswagen... Alemanes e ingleses trajeron a Occidente cosas exóticas que se escribían con k: de India, karma, Kamasutra; de Japón, kamikaze; y de China nos llega el kiwi. Y como las lenguas eslavas tienen también alfabeto griego, abunda la k: Kremlin, Kruschev, etcétera. Todas exóticas, diferentes. Y el que quiere distinguirse echa mano de la k. Aunque no la necesite. Se ha convertido en un rasgo distintivo frente a la c y la q. O un recurso cómodo que muchos jóvenes utilizan en los teléfonos celulares para ahorrar letras.
Por ejemplo, kinesiología frente a quinesiología puede resultar más exótica, pero siempre será el “conjunto de procedimientos terapéuticos utilizados para recuperar la normalidad de los movimientos del cuerpo humano”. Y no, como decía un anuncio en la prensa peruana: Kinesiólogas, “preciosas jovencitas que atienden a señores exigentes”.
La k distingue y provoca, pero no es nuestra. Y lo cierto es que para ese sonido, en español, con nuestra c y alguna que otra q nos arreglamos.

Luque Maricarmen

Diferencias entre ancianidad, vejez y senectud

Ancianidad, vejez, senectud son palabras que con frecuencia metemos en un mismo paquete, pero tienen sus diferencias.
La senectud es el periodo de la vida humana que sigue a la madurez, la etapa en que la persona comienza a dar señales de decadencia física. Se conoce como ancianidad el último periodo de la vida del ser humano, y en cuanto a la vejez, el diccionario académico considera vieja a la persona que cumplió los 70 años.
Ustedes y yo sabemos que es un error poner número a cada una de estas etapas, y que los tiempos cambiantes que vivimos mudan con frecuencia el contenido estricto de ciertos conceptos. Eso sin contar el carácter relativo que tienen, según las personas a quienes se apliquen.
Porque si hoy se considera viejo al que cumple los 70 años, es bien cierto que año tras año, cada vez con más frecuencia, son estos, los “viejos”, los que, por ejemplo, se hacen acreedores a premios internacionales, como el Nobel, el Oscar u otros reconocimientos.
Puedo recordar, grosso modo, los “viejos” laureados con el Nobel de Literatura, con más de 70 años: 1904, José Echegaray, español, 72 años. 1950, Bertrand Russell, inglés, 78 años. 1953, Winston Churchil, inglés, 79 años. 1956, Juan Ramón Jiménez, español, 75 años. 1967, Miguel Angel Asturias, guatemalteco, 77 años. 1977, Vicente Aleixandre, español, 79 años. 1988, Naguib Mahfud, egipcio, 77 años. 1989, Camilo José Cela, español, 73 años. 1990, Octavio Paz, mexicano, 76 años. 1996, Wislawa Szimborska, polaca, 73 años, 1998, José Saramago, portugués, 76 años. 1999, Günter Grass, alemán, 72 años. 2002, Imre Kertesz, húngaro, 72 años. 2005, Harold Pinter, inglés, 75 años. ¿Qué les parece, amigos? El dato me lo pidieron, que conste.
Decía un rey español, hace siglos, que aceptaba de buen grado su vejez siempre que pudiera disfrutar de cinco cosas: “leña vieja para quemar, caballo viejo para cabalgar, vino añejo para beber, viejos amigos para conversar y libros viejos para leer”.
Los húngaros dicen que la vejez quita agilidad a las patas del caballo, pero no le impide relinchar. Y a todos, amigos, nos toca prepararnos para esa etapa. Prevenir es el verbo de los sensatos.
Ancianidad, vejez, senectud son palabras que con frecuencia metemos en un mismo paquete, pero tienen sus diferencias.
La senectud es el periodo de la vida humana que sigue a la madurez, la etapa en que la persona comienza a dar señales de decadencia física. Se conoce como ancianidad el último periodo de la vida del ser humano, y en cuanto a la vejez, el diccionario académico considera vieja a la persona que cumplió los 70 años.
Ustedes y yo sabemos que es un error poner número a cada una de estas etapas, y que los tiempos cambiantes que vivimos mudan con frecuencia el contenido estricto de ciertos conceptos. Eso sin contar el carácter relativo que tienen, según las personas a quienes se apliquen.
Porque si hoy se considera viejo al que cumple los 70 años, es bien cierto que año tras año, cada vez con más frecuencia, son estos, los “viejos”, los que, por ejemplo, se hacen acreedores a premios internacionales, como el Nobel, el Oscar u otros reconocimientos.
Puedo recordar, grosso modo, los “viejos” laureados con el Nobel de Literatura, con más de 70 años: 1904, José Echegaray, español, 72 años. 1950, Bertrand Russell, inglés, 78 años. 1953, Winston Churchil, inglés, 79 años. 1956, Juan Ramón Jiménez, español, 75 años. 1967, Miguel Angel Asturias, guatemalteco, 77 años. 1977, Vicente Aleixandre, español, 79 años. 1988, Naguib Mahfud, egipcio, 77 años. 1989, Camilo José Cela, español, 73 años. 1990, Octavio Paz, mexicano, 76 años. 1996, Wislawa Szimborska, polaca, 73 años, 1998, José Saramago, portugués, 76 años. 1999, Günter Grass, alemán, 72 años. 2002, Imre Kertesz, húngaro, 72 años. 2005, Harold Pinter, inglés, 75 años. ¿Qué les parece, amigos? El dato me lo pidieron, que conste.
Decía un rey español, hace siglos, que aceptaba de buen grado su vejez siempre que pudiera disfrutar de cinco cosas: “leña vieja para quemar, caballo viejo para cabalgar, vino añejo para beber, viejos amigos para conversar y libros viejos para leer”.
Los húngaros dicen que la vejez quita agilidad a las patas del caballo, pero no le impide relinchar. Y a todos, amigos, nos toca prepararnos para esa etapa. Prevenir es el verbo de los sensatos.

Luque Maricarmen

El arte de la escritura

La escritura, en el sentido primario de la palabra, es la acción de escribir, es decir, representar las palabras o las ideas mediante letras o signos convencionales.
Y puede ser: escritura manuscrita, si se realiza con la mano, o impresa, si se hace mediante el procedimiento de la impresión, que desde el siglo XV viene utilizándose en el mundo occidental, gracias al alemán, Gutenberg, quien ideó y construyó la primera imprenta en el año 1440.
Por cierto, como dato curioso, el primer libro impreso con esa técnica rodeada del más riguroso secreto, pero luego reconocida como el procedimiento de la impresión con caracteres movibles, fue la famosa Biblia latina.
Aunque, fieles a la memoria histórica, debemos recordar que un precedente de la imprenta se debe a los chinos, los cuales, ya en el año 868, imprimieron un texto con grabados de madera y letras en altorrelieve, sobre papel de arroz.
Pero, a través de la letra manuscrita quería yo llegar a la letra cursiva, porque, con frecuencia se confunden los adjetivos: manuscrita y cursiva, como si fueran la misma cosa. Y no lo son.
La letra cursiva es un tipo de letra manuscrita que se liga mucho para escribir deprisa. De hecho, las letras van unidas entre sí, y sólo se levanta la mano del papel, entre palabra y palabra, logrando más rapidez en la escritura. De donde se deduce, que no toda la manuscrita es cursiva.
Y hablando de letras, sorprende leer en muchos lugares, sobre todo en periódicos, titulares escritos mezclando letras mayúsculas con minúsculas, arbitrariamente.
Digo yo, que los que utilizan como instrumento de trabajo la letra impresa deberían respetar el uso correcto de las mayúsculas.
Porque no es válido tratar de llamar la atención del lector revolviendo mayúsculas y minúsculas sin orden ni concierto.
O se escribe con mayúsculas el titular completo, o sólo la primera letra del mismo. Mezclarlas no está bien. A menos que en dicho titular figuren palabras que compongan el nombre de una institución. Por ejemplo: “Hoy se inaugura una exposición en el Museo de Bellas Artes”.
La escritura indiscriminada de letras mayúsculas responde a usos caprichosos, no ortodoxos.

Luque Maricarmen

Solución a ciertas dudas

La solución a ciertas dudas planteadas por amigos lectores va a ocupar el espacio de hoy. La primera se refiere a la palabra diezmar. ¿Tiene un sentido numérico? Originalmente sí, pues procede del “décimus” latino, que pasó casi idéntico a nuestra lengua.
Diezmar es sacar de diez, uno. Y nombraba una práctica que consistía en castigar a uno de cada diez cuando eran muchos los delincuentes, o cuando eran desconocidos entre muchos. Pero diezmar es también la mortandad que causa en un país, o entre animales, una enfermedad, una guerra o cualquier otra calamidad.Así, en la Edad Media, la población de casi toda Europa fue diezmada por la peste.
De la misma etimología procede el vocablo diezmo, que se refiere a la décima parte de los frutos que pagaban los fieles a la Iglesia.
¿Por qué el adjetivo que se aplica a lo que tiene alguna cualidad del mármol, es marmóreo y no marmóleo? Porque la palabra mármol tiene su origen en el latín marmor, de donde se deriva directamente marmóreo. Sin embargo, algunos derivados posteriores se formaron a partir de la palabra ya española, mármol, como marmolista, marmolería, etc.
¿Es correcto, en español, el uso de la palabra razia? Lo es. Razia ya es palabra de uso válido en nuestro idioma. Supone la adaptación gráfica del término francés, de origen árabe, razzia, y significa “incursión en territorio enemigo para destruir o conseguir botín”. También se emplea con el sentido de batida o redada policial.
¿Se puede usar recepcionar o recibir, indistintamente? Recepcionar no existe en español. A pesar de su frecuente empleo en el lenguaje periodístico y administrativo, es un neologismo superfluo e innecesario. No añade novedad al verbo tradicional recibir, el cual posee trece acepciones para los diferentes contextos en que se usa.
Y para terminar, la forma correcta de conjugar el verbo argüir, que significa alegar o argumentar, es como la del verbo construir: arguye, arguyendo, arguyó, etc.

Luque Maricarmen

Obsesión por el sexismo de la lengua

Me preocupa la obsesión de ciertos sectores por la cruzada contra el supuesto sexismo de la lengua. Aunque, si hemos de ser rigurosos, la lengua, es decir, las palabras, no tienen sexo, sino género. Y es que en razón a lo políticamente correcto y a fuerza de insistir en el tema se cae en posiciones ridículas, creo.
Claro que yo estoy en contra de la discriminación por razón de sexo. Más bien, estoy en contra de cualquier tipo de discriminación.
Pero bucear en los entresijos de la lengua para buscar intencionalidad maligna en la estructura gramatical del idioma, intentando cambiar ciertas categorías gramaticales, me parece frivolizar un tema que tiene perfiles mucho más dramáticos y urgentes de solución que el que se tenga que hacer distinción de género en los plurales mixtos.
Que no debamos decir: “Los trabajadores de la compañía iniciaron un movimiento de protesta”, sino “los trabajadores y las trabajadoras de la compañía...”, ni “el colectivo de actores se reunieron ayer”, sino “el colectivo de actores y actrices...”, ni “los egresados de esa universidad tienen buena preparación”, sino “los egresados y las egresadas ...”, ni “los obreros de esa empresa empezaron la huelga”, sino “los obreros y las obreras...”, porque pueda parecer discriminatorio, me parece sacar las cosas de quicio.
Claro que la lengua evoluciona; por eso, ante la incorporación de la mujer a los distintos estratos de la vida profesional se feminizaron los nombres de las profesiones, y se sigue haciendo, pero de forma sensata y acorde con las reglas lingüísticas que rigen el idioma, sin urgencias ni pasiones desbordadas.
Si a lo largo de siglos, al hablar de pintores, literatos, cómicos, artistas, escritores, ciudadanos y campesinos hemos podido entender que el plural abarca los dos géneros, sin necesidad de más concreción salvo en casos específicos, ¿por qué hoy es necesario complicar la forma de expresarse, separando el masculino del femenino, cuando lo que se predica afecta a ambos?
¿No llegaremos a situaciones tan ridículas como hablar de los albañiles y las albañilas, las tenistas y los tenistos, los peatones y las peatonas, las artistas y los artistos?

Luque Maricarmen

sábado, 2 de mayo de 2009

El lenguaje de los pirahãs

Les comento un artículo periodístico sobre un caso, que en pleno siglo XXI parece increíble. Se trata del apasionante estudio del lingüista y antropólogo, profesor de la Universidad de Manchester, Daniel Everet, quien con su esposa y tres hijos convivió durante veinticinco años en la selva amazónica con los indígenas pirahãs.
Los pirahãs, una tribu de doscientos individuos, llevan comunicándose desde hace más de doscientos años en un “idioma” extraño, que consta de sólo ocho consonantes (siete para las mujeres) y tres vocales. No tiene números ni palabras que expresen magnitudes, como todo, algo, poco.
Durante un año, los Everet trataron de enseñarles a contar hasta 10 en portugués y a sumar cantidades inferiores a ese número, pero ninguno fue capaz de hacerlo. Afirman los indígenas que ellos tienen la cabeza diferente, y se autodenominan “cabezas rectas”, mientras llaman “cabezas torcidas” a los extranjeros.
En la lengua de los pirahãs no existen los tiempos verbales pasados ni futuros, por lo que carecen de conciencia histórica y restringen la comunicación a la experiencia inmediata. No tienen dioses ni contemplan el mito de la creación, y son incapaces de abstraer y de crear ficciones, por lo que en su cultura no aparecen muestras de arte, pintura o escultura.
Lo más sorprendente para los lingüistas es que los pirahãs parecen incapaces de crear en su lengua oraciones subordinadas, esto es, introducir oraciones en otras oraciones, recurso utilizado en todos los idiomas, lo que contradice la teoría, mayoritariamente aceptada, del lingüista Chomsky, según la cual existe una gramática universal que rige las distintas formas de expresión del género humano.
Pero la cantidad de limitaciones del lenguaje de los “cabezas rectas” no implica discapacidad en estos individuos. Según el investigador Everet, su lengua es compleja y tiene un complicadísimo sistema prosódico. Además son gente brillante y divertida que juega, miente y goza de un gran sentido del humor, aunque su esquema mental responda a una inmediatez absoluta.
Amigos, no deja uno de sorprenderse.

Luque Maricarmen

Extranjerismos

Entre los extranjerismos que con frecuencia los hablantes adoptamos sin necesidad, se oye a veces el vocablo sumarizar, que procedente del inglés “sumarize”, sustituye alegremente a nuestro resumir.
Y una cosa, amigos, es traducir el término inglés por el español resumir, y otra, usarlo en su lugar.
Sumarizar no existe en español. Para el sentido que pretende darse, nosotros tenemos resumir, compendiar y epitomar, todos con el significado de reducir a términos breves y precisos una obra o asunto, o considerar sólo lo más sustancial de ellos.
Resumen, compendio y epítome son los sustantivos correspondientes a estos verbos.
Así pues, disponiendo de estas palabras en nuestra lengua, usemos cualquiera de ellas y olvidemos el barbarismo.
Y ya metidos en faena, pongamos en tela de juicio la palabra experienciar, utilizada por algunos psicólogos (o sicólogos). Yo prefiero lo primero.
Experienciar no existe en español. En nuestro idioma, probar prácticamente las propiedades de algo; vivir, sentir o sufrir una experiencia es experimentar. Experimentar es notar en sí mismo algo, una impresión, un sentimiento; y ese sentimiento que uno experimenta es un sentimiento experiencial.
Experiencial, adjetivo recién incorporado al español, se refiere a todo lo que pasa por la experiencia.
Extranjerismos aparte, quiero comentarles algo que se refiere a la fiesta del Día de la Madre, celebración que muchas acabamos de disfrutar, como hijas o como madres.
Parece que la institución oficial de un día en homenaje a las madres surgió en Estados Unidos ante la propuesta de la congresista Anna Jarvis, en 1914.
Anna llevaba varios años poniéndose un clavel blanco y celebrando oficios religiosos todos los segundos domingos del mes de mayo, en recuerdo de su mamá.
Su propuesta fue aceptada, y a partir de entonces muchos países lo celebran en esa fecha, otros el primer domingo de mayo y en otros, como México, es el 10 de mayo cuando las madres recibimos nuestro homenaje, gracias, no a la reivindicación de una madre, sino al amor de una hija.
Aunque con retraso, felicidades a todas las mamás.

Luque Maricarmen

Extranjerismos en el español

Debemos reconocer la cantidad de extranjerismos que se cuelan en nuestro idioma. Muchos son inevitables, pero para el significado de muchos otros ya teníamos palabra en español. De cualquier forma, unos y otros aquí están, aceptados y de uso en nuestra lengua, pero, eso sí, adaptados gráfica y fonéticamente a ella, al español.
Para el “aparato que reproduce una representación visual de secciones del cuerpo”, o “la prueba con él realizada”, tenemos escáner, adaptación gráfica del inglés scanner. Su plural, escáneres.
Escúter es la adaptación del inglés scooter, esa “motocicleta de ruedas pequeñas, con plataforma para apoyar los pies y una plancha protectora delante”. ¿Se acuerdan de la Vespa? Escúteres en plural.
Del slip sajón ya tenemos eslip, que aunque en inglés designa una prenda femenina, en español se refiere al calzoncillo ajustado que usan los hombres, sentido que la palabra tiene también en francés. En plural, eslips.
El lema publicitario o político, slogan en inglés, es eslogan en nuestro idioma, con el plural, eslóganes, así como esmog se emplea para designar la niebla mezclada con humo y polvo, esnob, nombra a la persona que imita con afectación las maneras y opiniones de los que considera distinguidos, y espagueti es la adaptación del plural italiano spaghetti. Todas estas voces muestran que en su adaptación al español tomaron una “e” ante la “s” líquida inicial, difícil de pronunciar para el hispanohablante.
Y antes de terminar quiero pasarles un refrán muy corto, pero muy ilustrativo, que acabo de encontrarme, y que da fe de la sabiduría del pueblo, fuente de tantos y tantos dichos que pasaron y siguen pasando de generación en generación. Dice: “palabra y piedra suelta, no tienen vuelta”. Buena advertencia para quien habla sin pensar o no mide el efecto de sus palabras. Se me ocurre: prudencia y moderación nunca han de pedir perdón. ¿O no?

Luque Maricarmen

Gentilicios

Aclarar dudas lingüísticas, entre otras cosas, es lo que pretendo desde estas líneas. Dudas que me llegan por correo electrónico, o que mis amigos me plantean vis a vis, como dicen los franceses. Pues es de Francia de donde procede esta locución adverbial (cara a cara), ya adaptada al español, y cuyo origen, supongo, está en el vocablo francés “visage”, rostro o cara.
Una de ellas se refiere al gentilicio indio. Es indio o hindú el natural de la India, e incluso indo, más usado en la lengua literaria que en el lenguaje habitual. Pero también es indio el perteneciente a las poblaciones aborígenes del continente americano, aunque con frecuencia se reemplaza por indígena. Asimismo, son alternativas correctas, amerindio e indoamericano, éstas de uso más restringido.
La coincidencia en la aplicación del gentilicio indio, en los dos casos anteriores, se debe al nombre de Indias Occidentales que se dio antiguamente al continente americano, frente a Indias Orientales, situadas en el sureste de Asia.
Otra cuestión que desagrada a muchos amigos mexicanos es el gentilicio propuesto, y ya de uso común, defeño, para los nacidos o residentes en el Distrito Federal. Ciertamente la etimología del término no da para elucubraciones poéticas ni históricas. Las Academias de la Lengua Española, en consenso, establecieron desde el año 2005, fecha en que se publicó el Diccionario Panhispánico de Dudas, que el gentilicio de los naturales de la capital del país es mexiqueño.
Y el último punto de hoy se refiere a la ciudad estadounidense de Miami, la cual debe su nombre a los indios miamis, que habitaron en el pasado la zona de su asentamiento actual. En español debe decirse (miámi), no (maiami) ni (mayami), pronunciación que, pese a lo extendida que está en algunos lugares de habla española, pertenece al inglés, no al español. Miamense es su correcto gentilicio, y no mayamero, como alguna vez oí.

Luque Maricarmen

La historia detrás de las palabras

Hoy, amigos, una palabra que nos llegó del griego: ostracismo. En español, es la exclusión voluntaria o forzosa de los oficios públicos, a la cual suelen dar ocasión los trastornos políticos. Procede del vocablo ostrakismós, y fueron los atenienses quienes lo acuñaron para referirse al destierro político. Lean su historia.
Hacia el año 510 a.C., los atenienses, sometidos durante largo tiempo al régimen de los tiranos (palabra, por cierto, también de procedencia griega que se aplicaba a los individuos que ejercían el poder absoluto), decidieron acabar con él, y se les ocurrió el establecimiento de un mecanismo democrático que llamaron ostrakismós.
Una vez al año, la Asamblea Popular efectuaba una votación por la que se designaba a la persona pública que hubiera dado muestras de tiranía o que hubiese acumulado excesivo poder sobre los demás.
El individuo que recibía más de 6 mil votos (aproximadamente la cuarta parte de los ciudadanos con derecho a voto) era desterrado por un periodo de 10 años, tiempo que luego sería rebajado a la mitad. Y ahora viene lo curioso.
Para la votación se empleaban unos pequeños trozos de teja de cerámica con forma de concha, llamados ostrakón, donde los votantes escribían el nombre del condenado al exilio. Del nombre de las tejuelas surgió la palabra ostrakismós, origen de nuestro ostracismo.
Pero el ostracismo no era un exilio deshonroso, sino una medida de precaución excepcional contra los ciudadanos cuya ambición o influencia podían poner en peligro la democracia. De hecho, el desterrado era libre de ir donde quisiera, sus bienes eran respetados, e incluso a su regreso recibía una cordial bienvenida.
El primer caso conocido de esta práctica es del año 487 a. J.C. Hiparco, y el último, Hipérbolo en 417 a. J.C.
Como siempre, la historia detrás de la palabra.

Luque Maricarmen

Buenas noticias para la lengua española

Nuevas noticias en torno al IV Congreso Internacional de la Lengua Española y al XIII Congreso de la Asociación de Academias de la Lengua, clausurados en Colombia hace unas semanas. Pero, sobre todo, noticias nuevas sobre el español, nuestra lengua.
Y ahora son conclusiones. Medidas prácticas que siguen a estas celebraciones periódicas, a estos encuentros que desplazan a cientos de estudiosos y amantes del idioma, desde los puntos más lejanos del planeta, unidos por un interés común: la puesta a punto del español.
El español, un vínculo que hermana a 400 millones de hablantes repartidos por veintiún países.
El Diccionario Histórico es la gran deuda pendiente de la Academias del español con su lengua. Este proyecto, que arrancó en el año 2000, presentará el recorrido de 150 mil palabras usadas para entenderse los hispanohablantes a lo largo de mil años de andadura. Y según los planes de la Real Academia Española (RAE) podremos tenerlo en las manos en 2013, cuando se cumplan 300 años de su fundación.
Antes de esa fecha, en 2008, la Asociación de las 21 Academias de la Lengua Española publicará una Ortografía, renovada y más extensa que la editada en 1999.
Y ese mismo año, tendremos en las librerías la Nueva gramática panhispánica, un texto descriptivo y normativo a la vez, que ya estábamos esperando.
El Diccionario de americanismos es otro de los proyectos más adelantado de las Academias. Contiene 100 mil americanismos, esto es, palabras surgidas entre los hispanohablantes de América, e indigenismos, vocablos del español cuyo origen está en las lenguas amerindias; en resumen, 100 mil voces más añadidas al español, para enriquecerlo y hacerlo más grande.
Antes de clausurar este IV Congreso, se anunció la sede del próximo, el que será V Congreso Internacional de la Lengua Española. Se celebrará en Chile, coincidiendo con el bicentenario de la independencia del país andino, en 2010. Las ciudades propuestas son Valdivia o Valparaíso, pero eso está aún sin determinar. Demos tiempo al tiempo.

Luque Maricarmen

Artículo para leerse en voz alta

La de hoy, amigos, es para leerla en voz alta. Vean por qué.
El arte de pronunciar correctamente un idioma es eso, un arte. La ortología es un arte que pocos dominan, pero si conocemos las normas que la regulan, todos podremos articular mejor.
En la pronunciación de la x (equis) cuyo sonido es ks, se dan dos tendencias contrarias: la de exagerar el sonido ks cayendo en la ultracorrección, o la de ignorarlo, reduciéndolo a una s, lo cual es una pronunciación vulgar.
Las normas dicen que la equis entre vocales o al final de palabra debe sonar claramente ks, como ocurre con las palabras examen, taxi, dúplex, relax.
En cambio, cuando la equis va en posición inicial de palabra o delante de otra consonante, la pronunciación normal es casi s. Tal sucede con xenofobia, xilófono, exponer, extra, etcétera, más cerca de la s que de la ks. Exagerar el sonido resulta afectado.
Dos letras distintas para un solo sonido son la b (be) y la v (uve). Ambos grafemas, que antaño nos hacían pronunciar de forma diferente, tienen el mismo sonido, bilabial sonoro (con los dos labios). Por lo que en burro, tabaco y balón, la b suena igual que la v en venta, viejo y valiente.
Pronunciar la v con sonido labiodental (labio y dientes) es una falta que, por cierto, se comete frecuentemente entre locutores y hasta profesores.
El dígrafo ll (elle) tiene un sonido consonántico muy propio, palatal lateral (a un lado del paladar) que sólo es respetado en algunas zonas determinadas, y entre hablantes de pronunciación esmerada. La pronunciación normal y más extendida es la del sonido palatal central (en el centro del paladar) muy cerca del de la y (i griega) que se llama yeísmo. Esta simplificación en la pronunciación de ambas letras (ll, y) que neutraliza la oposición entre el sonido de una y otra, está muy extendida en el área de habla hispana, a ambos lados del Atlántico. Tanto, que hoy el yeísmo se considera correcto.

Luque Maricarmen

Vivan los libros, viva la libertad

Me llamó la atención, por sugerente, el título que encabezaba un artículo periodístico firmado por el académico García de la Concha, actual director de la Real Academia de la Lengua.
El lema, “más libros, más libres”, es todo un reconocimiento a la capacidad liberadora de la lectura.
Más libre es el hombre que sale de su aldea personal para sumirse en el universo del libro. El que se olvida de sí mismo y se sumerge en el mundo de otros. Más libre porque no pone barreras a la imaginación ni al pensamiento.
Si durante siglos se insistió en la necesidad de conocer una serie interminable de reglas antes de embarcarse en la aventura audaz de la lectura de un libro, ya es hora de que nos aventuremos, cuantas más veces mejor, en esa travesía emocionante, en ese apasionante viaje que es la lectura.
No hay barreras que nos impidan leer. Cualquier momento es bueno; cualquier edad es buena; cualquier lugar es bueno. Y si no nos inculcaron el hábito por la lectura, siempre se está a tiempo de adquirirlo.
Desde luego, es la escuela la que tiene el papel de sustituir el viejo adagio de “la letra con sangre entra” por “la letra con letra entra”, como decía con frecuencia el poeta Pedro Salinas.
Si los libros nos hacen más libres, usemos las armas que tenemos a nuestro alcance para luchar por la libertad. Leamos. Leamos y regalemos libros. Libros a los niños, libros a los jóvenes, a los de mediana edad, libros a nuestros mayores. Hagamos nuestro el lema: “más libros, más libres”.

Luque Maricarmen

Adjetivos,elementos indispensables en el lenguaje

¿Cuántas veces, amigos, hablando o escribiendo, les sucede que no encuentran el calificativo adecuado para aquello que quieren calificar? A mí también.
Y es que el adjetivo, esa palabra que califica al sustantivo, es un elemento indispensable para dar fuerza descriptiva a nuestro lenguaje.
Usarlo en exceso, como todo, es un error, pues hace la expresión recargada y barroca. Pero acertar con el calificativo preciso en una plática o en un escrito es un acierto para el que está hablando o escribiendo.
Muchas veces he pensado que en la escuela, así como nos obligaban a aprender listas interminables de verbos irregulares en inglés, así nos deberían haber surtido de un buen acervo de adjetivos, en español, con sus significados correspondientes, para echar mano de ellos cuando los necesitáramos.
Y de esa forma, se evitaría el uso constante de “bonito, lindo, bueno, malo, padre”… y pocos más, para todo. E incluso llega a ocurrir que la opinión requerida sobre una película, por ejemplo, se resume en un lacónico: “me gustó”, “es buena” o “es mala”, sin más; porque nos faltan los calificativos oportunos para expresar una opinión certera sobre esa película.
Ocurre con frecuencia, que al intentar calificar algo o a alguien, ante la falta del adjetivo oportuno, se recurre a la frase adjetiva, la cual explica la significación de ese adjetivo ausente. Por ejemplo “Las personas (que carecen de fuerza de voluntad) abúlicas no superan las dificultades de la vida” o “las indicaciones (que se expresan en pocas palabras) claras y concisas son más (fáciles de entender) inteligibles”.
Y más breve resulta, decir “ese autor no me gusta porque emplea un lenguaje macarrónico”, que “no me gusta porque emplea un lenguaje vulgar faltando a las normas de la gramática y del buen gusto”, que es en realidad lo que significa macarrónico.
Pues para eso están los adjetivos, para expresar en una sola palabra todo un contenido de cualidades, sin necesidad de explicaciones.

Luque Maricarmen

Los refranes con significación

Me gustan esas frases o refranes que, cargados de significación, pasan a través de generaciones y enriquecen el lenguaje añadiéndole expresividad.
Dar gato por liebre se usa desde antiguo con el sentido de “engañar en la calidad de una cosa por medio de otra inferior, que se le parece”.
Y de atrás viene el refrán, porque parece ser que el gato no fue considerado animal doméstico en Europa hasta bien entrada la Edad Media, cuando unos mercaderes orientales lo introdujeron en Venecia como remedio contra una plaga de ratas que infestaba la ciudad. Pero hasta entonces, el gato era considerado animal salvaje y un apetecible manjar, por lo que para tal fin era cazado, aunque, en la mesa, la liebre siempre fue preferida.
Y sucedió entonces, que un famoso cocinero llamado Ruperto de Nola, virtuoso como pocos en el arte culinario, a menudo engañaba a sus comensales haciendo pasar por liebre lo que en realidad era gato salvaje. Les daba gato por liebre. De ahí el sentido de engaño que encierra el refrán.
Y ya que hoy va de animales, leí hace tiempo que la paloma migratoria o viajera, esa especie que no hace mucho surcaba los vientos en inmensas bandadas, desapareció definitivamente el 1 de septiembre de 1914.
Unos años antes, a finales del siglo XIX, se habló de una bandada de palomas viajeras volando en una columna de unos 460 metros de anchura que tardó tres horas en pasar por encima de los que la observaban, y que según cálculos estaba formada por, aproximadamente, un billón de aves. Sin embargo, la desaparición de bosques y la caza masiva acabaron con estos animales en un tiempo relativamente corto.
Y no es de extrañar, pues en 1869 se llevó a cabo en Estados Unidos una cacería en la que se llegaron a capturar más de siete millones y medio de palomas migratorias. El último ejemplar de esta ave murió en 1914 en el zoológico estadounidense de Cincinnati.

Luque Maricarmen

Lengua que une la diversidad

Ya está listo para el despegue el IV Congreso Internacional de la Lengua Española.
Después de aquel primer encuentro que todos recordamos, en la ciudad de Zacatecas, hace ya diez años, el segundo en Valladolid, ciudad castellana de larga historia, en 2001, y el tercero en la ciudad argentina de Rosario, en 2004, la ciudad colombiana de Cartagena de Indias será la anfitriona de este IV Congreso que se celebrará del 26 al 29 de marzo.
“Presente y futuro de la lengua española. Unidad en la diversidad” es el lema que presidirá las sesiones de trabajo del congreso, el cual se organizará en torno a cuatro ejes: “El español, instrumento de integración iberoamericana”. “El español, lengua de comunicación universal”.
“Ciencia, técnica y diplomacia en español”. “Unidad en la diversidad lingüística”.
En el acto de presentación, el director de la Real Academia Española (RAE), Víctor García de la Concha, señaló que nuestra lengua ha de consolidarse en dos frentes: ciencia y tecnología, y diplomacia.
Serán objetivos de este encuentro la aprobación de nuevos estatutos para las Academias de la Lengua Española hispanoamericanas y la certificación del español como lengua extranjera.
En los días previos a la inauguración de este IV Congreso, que tendrá lugar el día 26 y será presidido por el Rey de España y el presidente de Colombia, se celebrará el XIII Congreso de la
Asociación de Academias de la Lengua, en el que se presentará la nueva Gramática panhispánica. Un texto descriptivo y normativo a la vez, una radiografía del español de todo el mundo.
Uno de los actos más emotivos e importantes del IV Congreso es el homenaje al escritor colombiano Gabriel García Márquez, quien cumple 80 años de vida coincidiendo con los 60 años de su primera publicación literaria, 40 de su obra más importante y 25 de la concesión del premio Nobel.
La RAE y la Asociación de Academias le entregarán una edición conmemorativa de su Cien años de soledad, edición revisada página a página por el propio autor.El carácter panhispánico que presidirá los actos de la semana del 22 al 29 de marzo en Colombia responde a la grandeza de una lengua en la que nos expresamos más de 400 millones de hablantes, la segunda lengua de comunicación en el mundo.

Luque Maricarmen

Lo que nos dejó el griego y el latín

Ya sabemos que el español tiene su origen en las dos grandes lenguas de cultura, latín y griego, lo que hace que muchas palabras nuestras estén formadas por elementos compositivos de estas lenguas. Tal sucede con el grupo consonántico “ps”, resultado de la transcripción de la letra griega “psi” que aparece en la posición inicial de numerosos vocablos cultos: psicología, psicosis, psiquiatría, psicoanálisis (de “psyché”, alma) y pseudointelectual o pseudoprofeta, (de “pseudo”, falso).
En todos estos casos se admite la reducción del grupo “ps” a “s” y, aunque el lenguaje culto prefiere conservar la “p”, en el uso habitual pueden escribirse sin ella: sicología, siquiatría, seudoprofeta, etcétera.
En cuanto a la simplificación consistente en suprimir la letra “h” del prefijo griego “hexa”, elemento compositivo de las palabras hexágono (polígono de 6 lados) y hexagonal, escribiendo exágono y exagonal, es desaconsejable esta práctica, pues si bien “hexa” significa seis: hexaedro, (poliedro de 6 caras) hexámetro (verso de 6 pies) hexápodo (insecto de 6 patas), el prefijo “exa” significa un trillón. Nada que ver.
Sin olvidar que del numeral latino “sex” también se formaron muchas palabras relacionadas con el seis: sexto (6º) sexagésimo (60º) sexagenario (ya cumplió los 60, pero no llega a 70) sexenio, sexenal, etc.
Y hablando de prefijos, tengo que recordar que a veces se confunden “ante” y “anti”, olvidando que “ante” indica anterioridad y equivale a antes, y “anti” es “lo opuesto” y equivale a contra.
Resulta obvia la diferencia en las palabras anteayer (antes de ayer), anteproyecto (antes del proyecto), frente a antidepresivo (contra la depresión) antitusivo (contra la tos) o antitérmico (contra la fiebre).
Por eso, lo que sucedió antes del diluvio, me refiero al diluvio universal, cuando Noé se metió en un arca con una pareja de cada especie animal, es antediluviano, no antidiluviano, como tantas veces se oye. Y por extensión, se aplica este adjetivo a lo que es antiquísimo.

Luque Maricarmen

Topónimos y gentilicios

Es una realidad que vivimos intercomunicados de lado a lado del planeta, por lo que no faltan ocasiones en las que se plantean dudas sobre topónimos y gentilicios, esto es, nombres propios de lugar y pertenecientes a esos lugares o países. Por eso, revisamos hoy unos cuantos.
Iraní (iraníes) es el natural del actual Irán, e iranio (iranios) el perteneciente al Irán antiguo.
Aunque son aceptadas las dos formas de escribir el nombre del país asiático Iraq e Irak, la Academia aconseja Iraq con su correspondiente gentilicio, iraquí (iraquíes).
Bengalí (bengalíes) es el natural de Bangladesh y cingalés el de Ceilán.
Más raro resulta el gentilicio de Jerusalén: hierosolimitano, pero no lo es tanto considerando que el nombre original de la capital de Israel es Hierosolyma.
Países Bajos es el nombre oficial de ese país de Europa, y se usa normalmente con artículo: los Países Bajos. Su gentilicio, neerlandés, se aplica, además, como sustantivo, al idioma que allí se habla. Pero teniendo en cuenta que es de uso común nombrar a este país como Holanda, a pesar de ser ésta una región occidental del mismo, también se emplea holandés como gentilicio y como nombre del idioma.
Todos sabemos que Estados Unidos es el nombre abreviado de los Estados Unidos de América. Puede usarse con artículo o sin él. Si lo lleva, el verbo irá en plural: “Los Estados Unidos pidieron a Francia…” Si no lo lleva, el verbo irá en singular: “Estados Unidos está preparado para negociar”. Es frecuente referirse a este país a través de su abreviatura EE.UU. (con puntos como toda abreviatura), o de la sigla E U A (sin puntos como cualquier sigla). Pero en español no debe emplearse la sigla inglesa U S A.
El gentilicio recomendado es estadounidense, mejor que estadunidense, aunque éste también es válido.
Y aunque Beijin, Pekín y Pequín son los topónimos empleados para nombrar la capital de China, el gentilicio en español es pekinés. Y como el nombre de China, en Occidente, se derivó del griego “Sina” (con sigma inicial que en español suena “s”) sinología es el estudio de las lenguas y culturas de China, y sinólogo, el que lo practica.

Luque Maricarmen

Tres adjetivos con sus tres sustantivos

Eficaz, eficiente y efectivo; he aquí tres adjetivos con sus correspondientes sustantivos, eficacia, eficiencia y efectividad, que muchas veces empleamos indistintamente. Y aunque son prácticamente iguales en su significado, conviene hacer algunas puntualizaciones sobre su uso.
Eficaz, aplicado a una cosa, es que produce el efecto esperado: “el jugo es eficaz en las afecciones febriles”. Puede aplicarse también a personas, con el sentido de competente —que cumple perfectamente su cometido—, pero en este caso, es preferible usar eficiente, que coincide en el significado: “La eficiente enfermera abandonó el quirófano”.
Eficaz para cosas, eficiente para personas.
El nombre o sustantivo correspondiente a eficaz es eficacia, capacidad de lograr el efecto buscado, capacidad de ser eficaz: “Una buena tecnología amplía la eficacia de la intervención humana sobre la naturaleza”. Eficacia mejor que efectividad. Y con personas: “La eficacia de Juan es reconocida por todos sus compañeros de trabajo”.
El sustantivo correspondiente a eficiente es eficiencia, equivalente a eficacia, y sólo aplicable a personas: “Les sorprendió la eficiencia de las dos enfermeras”.
Efectivo, aplicado siempre a cosas, nunca a personas, posee dos acepciones: Una, lo que es real o verdadero: “Se pactó un aumento efectivo del 8 por ciento”. Otra, coincidiendo con eficaz —lo que es capaz de lograr el efecto que se desea—: “Hablaremos ahora sobre el más efectivo (o eficaz) antídoto contra la corrupción”.
Como ya vimos, la efectividad coincide con la eficacia en el sentido de lo que causa efecto, aunque sea preferible el uso de eficacia.
Por otra parte, la palabra efectivo usada como sustantivo significa: (Singular colectivo), —número de hombres que tiene una unidad militar—: “Para la invasión se contaba con un efectivo de siete mil guerrilleros”.
Y aunque lo leamos en los periódicos, no es correcta la frase: “Llegó el juez y un efectivo de la Policía”. Efectivo deberá sustituirse por “elemento” o escribir simplemente “un policía”.
El espacio de hoy, amigos, no es fácil y está lleno de efes. Para finalizar con la misma letra: ¡Feliz semana!

Luque Maricarmen

Hablamos y escribimos un idioma rico

La verdad, amigos, es que hablamos y escribimos en un idioma rico, expresivo y bello. Nuestra lengua posee tantos matices, que una sola raíz cuando está acompañada de los distintos afijos (prefijos y sufijos) aportados por las diversas lenguas que conformaron la nuestra, genera múltiples significados, aumentando casi indefinidamente el número de vocablos. Y así, nuestra capacidad de expresión es casi ilimitada. Es sorprendente, sin embargo, que la mayoría de los hablantes nos conformemos con un reducido número de términos para hacernos entender. Cierto que el fin primordial del lenguaje es la comunicación, pero, ¿por qué desperdiciar las infinitas posibilidades de nuestro idioma para comunicarnos mejor? ¿Y por qué no reflexionar sobre él de vez en cuando?
Para hacerlo les propongo algunas palabras sobre las qué pensar. El sentido del sufijo aumentativo “on” es aumentar o añadir intensidad. Sin embargo, a veces hace lo contrario. Por eso vemos que la pluma es cada una de las piezas que forman la cubierta exterior (plumaje) de un ave, mientras el plumón, que nace en la parte más interior, es más suave y más pequeña.
La rata es un roedor de unos 36 centímetros, con cola incluida, más grande que ratón, que no pasa de los 20 centímetros y, curiosamente, frente a pelo está pelón que significa carencia de lo que expresa la palabra de que procede. Curiosidades del lenguaje.
Los prefijos “ante” y “anti” a veces son confundidos. “Ante” denota anterioridad y equivale a “antes”. “Anti” es lo opuesto y equivale a “contra”. Por eso, anteayer es antes de ayer, anteproyecto, antes del proyecto. Así como antitusígeno es contra la tos, y antisocial, opuesto a la sociedad. Con esto queda aclarada la duda sobre si a lo que sucedió antes del diluvio, me refiero al diluvio universal, cuando Noé se encerró en un arca con una pareja de cada especie animal, se le aplica el calificativo antidiluviano o antediluviano. Y por extensión, se califica de antediluviano a lo que es antiquísimo.

Luque Maricarmen

Bienvenidos los neologismos

Se habla mucho de los que con celo se preocupan por la lengua, y con frecuencia se critica a los académicos y a los que se empeñan en la lucha por la pureza del idioma.
Recuerdo un artículo del antiguo director de la Academia, Fernando Lázaro Carreter, (q.e.p.d.) en el que trataba este tema, y resalto algunos aspectos del mismo que vienen al caso.
En estos tiempos que nos ha tocado vivir, donde impera el “todo vale” y el “ahí vamos”, es lógico que esa laxitud alcance también al idioma. Y no faltan quienes defendiendo el postulado de que la lengua es un elemento vivo que debe evolucionar, ¡quién lo duda!, olvidan que toda lengua se construye entre dos fuerzas: la de los que al poseer contenidos mentales ricos luchan por plasmar en ella esa riqueza y la de los que sólo la usan como recurso elemental para entenderse, privándola de matices y belleza.
Es obvio que los idiomas cambian, pero siempre impulsados por esas dos fuerzas que se contrarrestan y se equilibran.
Porque cuando la fuerza trivializadora es la que se impone, ocurre lo que sucedió con la ruina del latín, la gran noche de Occidente. Se rompió una gran lengua y surgieron unos idiomas rudos y primitivos.
Y no se puede olvidar que para convertir esos idiomas en grandes lenguas, sus mejores hablantes tuvieron que volver a la tutela clásica dotándolas de normas cultas, a imitación de la latina.
¿O es que se piensa que la poesía y la prosa de Fray Luis de León, de Cervantes o de Sor Juana, o las de nuestros insignes contemporáneos salieron de la laxitud o la relajación?
Si el español existe como lengua de cultura se debe a los recursos que le aportaron los mejores. Porque la lucha contra la dejadez y el “ahí se va” forma parte del vivir de toda lengua.
Cuando una cosa se dice mal y muchos lo hacen, significa que hay una falta individual y colectiva de instrucción, y denunciarlo supone salud idiomática y capacidad de reacción.
Bienvenidos sean los neologismos. Y bienvenida sea la capacidad de juzgarlos, discutirlos, aceptarlos o rechazarlos. Eso significa no sólo que la lengua está viva, sino también los que la hablan.

Luque Maricarmen

El museo lateral

La palabra “lateral”, ¿es masculina o femenina?
Del adjetivo latino, lateralis procede nuestro adjetivo, lateral; como tal, carece de género, es decir, toma el del sustantivo a que acompaña. Su significado: “Situado al lado de una cosa” se acomoda tanto a nombres masculinos (el espacio lateral, un camino lateral) como a femeninos (una zona lateral, la parte lateral).
Sin embargo, cuando lateral funciona como sustantivo con el significado de “cada uno de los lados de una avenida separado de la parte central por un camino o un seto”, su género es masculino: “El Museo de Antropología se encuentra en un lateral del Paseo de la Reforma”.
Y ya que salió la palabra museo, conviene saber que es de origen griego: Museion, colina de Atenas dedicada a las Musas. Del griego pasó al latín: museum, lugar de las musas, y de ahí a nuestro museo. Su historia viene de antiguo.
Existió en Roma la costumbre de exhibir los objetos artísticos expoliados durante la conquista de nuevos territorios. Y eran expuestos en lugares públicos, aunque el gusto por el coleccionismo de estos objetos llenó de ellos las casas de los poderosos.
En el siglo I a. C., el emperador Agripa, temeroso de que se perdieran las obras de arte desperdigadas por las villas romanas, propuso reunirlas en edificios especiales donde la gente pudiera verlas y estuviesen protegidas. Es entonces cuando nacen los museos.
Ya en la Edad Moderna, en el Renacimiento (s. XV y XVI), cuando el arte llena los palacios de los mecenas italianos, Vasari realiza el primer proyecto de un edificio que se construirá expresamente para ser utilizado como museo: el palacio de los Uffizi en Florencia.
En los siglos posteriores, los reyes, la aristocracia y los altos dignatarios de la Iglesia, apasionados coleccionistas de arte, sientan las bases de los museos nacionales, pero todos de carácter privado.
Es en el siglo XVIII cuando se funda el primer museo público de Europa, el Museo Británico, en 1753.
El Museo de Louvre fue abierto al público en 1793, y el Museo del Prado se inauguró en 1819.
El significado más antiguo de la palabra museo ha derivado hacia el sentido actual donde tienen cabida no sólo objetos artísticos sino científicos o de otro tipo, y en general, de valor cultural.

Luque Maricarmen

Amemos y defendamos nuestra lengua

Hablar de la pureza de una lengua es casi una entelequia, porque la perfección de algo que es inherente al ser humano y lo acompaña a lo largo de su vida para poder abrirse y comunicarse con los demás, no puede ser puro, si por puro se entiende lo que está libre y exento de toda mezcla.
La pureza es una cualidad que no puede aplicarse a una lengua porque no hay lengua pura.
Todas, y la nuestra en especial, nacieron mestizas.
Si ya el latín, lengua de la que procede el español, no era una lengua pura sino que provenía de otra antiquísima, el indoeuropeo, que se hablaba hace siete mil años, menos lo será el castellano, que se formó mediante la asimilación del latín con las lenguas autóctonas que se hablaban en la península ibérica.
Y después llegarían otras, como el griego y el árabe, para quitarle pureza al español a cambio de enriquecerlo.
Y más adelante, el francés, por las rutas del Camino de Santiago que los peregrinos recorrían para llegar a la tumba del Apóstol, fue invadiendo de galicismos el castellano, que así creció y se hizo grande.
Y cuando en el siglo XVI atraviesa los mares y llega al otro lado del Atlántico, el español adquiere su verdadera dimensión, su inmensidad.
Por lo que no es su impureza lo que nos debe preocupar.
Que los anglicismos entren a raudales porque la técnica lo exige, llenando vacíos que existen en nuestra lengua, es bueno para el idioma porque lo enriquecen.
Lo que, sin embargo, sí le hace daño es el hablante que usa y adopta el anglicismo innecesario, ése que sustituye al vocablo español que ya existe con el mismo significado: chance, parking, cash, overbooking en lugar de oportunidad, estacionamiento o aparcamiento, efectivo, sobreventa.
Amigos, lo importante es que amemos nuestra lengua, que la defendamos y nos sintamos orgullosos de ella, y, sobre todo, que la usemos mucho y bien.

Luque Maricarmen

La lengua española es un tesoro


Sobre la base de un artículo publicado por la ensayista Pilar García Moutón, les paso hoy la novedad de una publicación interesantísima para los amantes de la lengua. Se trata de la reedición del Tesoro de la lengua castellana o española —Editorial Ignacio Arellano y Rafael Zafra, Universidad de Navarra/Iberoamericana/Vervuert/REal Academia Española, 2006— obra escrita por el gran lingüista español Sebastián de Covarrubias en 1611.
Es un diccionario espectacular en el que la cultura y los hablantes de principios del siglo XVII adquieren vida propia.
En una época que empezaba a mostrar el orgullo por su lengua, Covarrubias considera que con su diccionario, ésta ya no se contará “entre las lenguas bárbaras”, y pide licencia al rey para ponerle el nombre de Tesoro.
Perteneció Covarrubias a una familia de humanistas ilustres con raíces toledanas. Gramático y sacerdote, fue canónigo en Cuenca, capellán del rey Felipe III, además de especialista en historia antigua y en griego, latín y hebreo. Un hombre de letras apasionado, como lo demuestra la referencia clásica mezclada con la etimología popular que acompaña a las palabras que aparecen en su diccionario, con descripciones de la vida cotidiana a través de cancioncillas, refranes y creencias.
Con la lectura de su obra nos llegan las voces de los hombres, las mujeres y los niños de su tiempo, en una sociedad permeabilizada por la religión, todavía reciente la convivencia con las culturas árabe y judía, y una gran curiosidad por todo lo que llegaba de América.E
l gran sentido lingüístico de Covarrubias no sólo se muestra en su interés por las etimologías, sino a través de sus comentarios, como el seseo de los moriscos a los que reconocían por la manera de pronunciar cebolla (sebolla).
Amigos, un perfecto regalo navideño, tanto para lingüistas como para los que sienten curiosidad por el recorrido y la historia de esta lengua nuestra, es el Tesoro de la lengua castellana o española. Yo ya se lo pedí a los Reyes Magos.
A mis lectores: toda la suerte y felicidad posibles en el año 2007, de momento…


Luque Maricarmen